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Está por terminar un sexenio más en que la población ha visto disminuidos sus niveles de vida, principalmente debido a las condiciones que imperan en el mercado de trabajo: creación insuficiente de empleos, crecimiento de los trabajos precarios, entendidos como aquellos que no tienen derecho a la seguridad social ni a estabilidad laboral.
Estamos ante la transición del poder más esperada, desde que en 1988 quedó en duda la legitimidad del presidente priista electo. En ese entonces, los ciudadanos se volcaron a las urnas con la esperanza de ver una mejoría en sus condiciones de vida. En su lugar hemos vivido los efectos del modelo neoliberal, aplicado a rajatabla para beneficiar al 1% de la población que acapara el 28% de la riqueza nacional.
Para llegar a este momento, los ciudadanos tuvieron que volcarse a las urnas y hacer oír su voz con contundencia. De los 56 millones de ciudadanos que votaron, poco más de treinta lo hicieron por el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien ahora se mueve con un discurso conciliador, buscando el mayor apoyo posible a un proyecto con el que pretende sacar al país de las ruinas en que lo han dejado gobiernos priistas y panistas. Ruinas en seguridad, en respeto a los derechos humanos y en el aumento de la pobreza y la desigualdad, entre otras.
El todavía presidente Enrique Peña Nieto (EPN) ha dicho una y otra vez que es el presidente del empleo, que “hay cifra histórica de empleo; que el desempleo está en los niveles más bajos de nuestra historia”, pero esta no es de esas mentiras que a fuerza de repetirla se vuelve verdad. En este rubro las ruinas son evidentes. De acuerdo a un estudio del Instituto Belisario Domínguez, cada año del sexenio de EPN se incorporaron al mercado laboral alrededor de un millón de personas y se crearon, considerando las propias cifras del presidente, alrededor de 220 mil, obligando a quienes no encontraron un empleo formal, emplearse a tiempo parcial o en el empleo informal, rubros que sí crecieron.
Una característica que hace aún más dramática esta situación es la que se refiere al tipo de empleos que se han ido creando: son de muy baja calificación, por lo que el principal sector afectado ha sido el de los jóvenes con estudios mayores al básico o para aquellos que han sido despedidos y cuentan con experiencia laboral.
Según datos del Coneval, en 2017 del total de jóvenes con empleo, casi 60% estaban en empleos informales, y de ellos, más de la mitad ganaba entre 1 y 3 salarios mínimos. Por su parte el Inegi reportó que en el primer trimestre de 2018, el 90% de los jóvenes desempleados (poco más de 900 mil) cuentan con secundaria completa o formación media superior y superior. A contrapelo de lo que dicta el decálogo neoliberal, los jóvenes con menores niveles de instrucción y sin experiencia laboral, consiguen empleo más rápido. La situación es aún peor si se considera el empleo por género, debido a los patrones machistas que imperan en nuestra sociedad y a los embarazos adolescentes que no han sido vistos como problemas de salud pública.
AMLO ganó las elecciones con la bandera de mejorar el bienestar de las familias, “Por el bien de todos, primero los pobres” habría dicho en una campaña anterior. Sin embargo, para cumplir esta promesa no bastará con los apoyos a adultos mayores, becas a estudiantes o las de capacitación que ha anunciado en conjunto con la iniciativa privada. Se requiere la generación de más empleos de calidad, con mejores salarios, con seguridad social y permanentes, lo cual dependerá principalmente de garantizar un crecimiento de la economía, superior al que ha tenido en todos estos años.
Profesora de la Facultad de Economía de la
UNAM e integrante del CACEPS