Las personas perfectas no existen. Aunque a veces se nos llegue a olvidar cuando convivimos con nuestros amigos más queridos o vemos los anuncios publicitarios. Hoy ciertos amigos míos criticaron fuertemente la iniciativa del desfile convocado por Bill de Blasio para celebrar la diversidad funcional en Nueva York. Esta actitud es llamada capacitismo y me repele. Me tuve que esforzar para exponer con respeto mi opinión mientras me repetía que nadie es perfecto. El desfile de este domingo pretende celebrar la diversidad y la contingencia de la vida humana. Celebra precisamente las posibilidades de una vida feliz en medio de la imperfección. La vulnerabilidad que hace que seamos conscientes de nuestra interdependencia, de la necesidad de cuidarnos unos a otros (Kittay, 1999), y de los engaños que arrastra el mito de la autonomía progresiva y total. Ese mito que tiene preso a mis amigos quienes aseguraban que si se vieran así "no se sentirían orgullosos".

Esto, sin embargo, no constituye como ellos creen una actitud de rechazo solo focalizada hacia ciertas personas, se expande hacia todo el género humano y les aplica a ellos mismos también. Por eso sufren por cumplir los estándares sociales mucho más de lo que les preocupa su crecimiento interior.

Por eso piensan, víctimas de los estereotipos, que quienes viven con discapacidad son desdichados y dan pena. Para intentar contrarrestar estas opiniones, las personas con discapacidad salieron a las calles de Nueva York a exigir su lugar en el mundo. Actos así pueden repercutir no sólo en los entornos neoyorkinos, quizás con el tiempo, hacer notar su presencia y su valor evite actos atroces más allá de esos confines. Pienso por ejemplo en lo que tuvo que pasar por la imaginación de quienes el mes pasado arrojaron a dos hondureños con discapacidad al río Grande. En el testimonio de un joven salvadoreño que fue empujado de “la bestia” hace poco más de un año y dijo haberse sentido como basura humana, mientras iba cayendo. Ya lo de menos fue que el tren cortara sus 2 piernas por debajo de las rodillas. En las personas con discapacidad que esperan en los albergues de Tijuana a que se resuelva su situación migratoria. Dispuestos a trabajar como jornaleros agrícolas, lavaplatos, lo que sea, confiados en las prótesis que les puso en las manos y pies la cruz roja.

La discapacidad no es igual para todos, depende de las condiciones sociales (Palacios, 2008) y económicas...y hasta de la situación geopolítica. Algunas han disminuido y están derribando barreras, cobrando visibilidad, algunas se encuentran en vías de desaparecer en determinados paises. Otras, aunque son demasiado crudas para nombrarlas, se instalan en la realidad con sus dolores, sus retos y su esperanza.

Si somos insensibles ante la discapacidad, la que sea (la de los neoyorkinos desfilando este domingo, la de los miembros de la asociación de migrantes retornados con discapacidad)... si nos da miedo, asco, vergüenza...lo entiendo ahora mejor: la imperfección contra la que tenemos que luchar es invisible y silenciosa. Es la banalidad, el mal asegurando que solo los seres humanos “bellos”, “inteligentes”, “productivos”...merecen ser respetados. Terrible y vergonzoso error de varios todavía, pero nadie es perfecto.

 

Universidad Panamericana, Departamento de Humanidades.

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