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La semana pasada los mercados financieros se sacudieron, las acciones estadounidenses perdiendo 3.3% en un solo día, en el índice de Standard & Poor’s. Las acciones de tecnología, de mayor atractivo en mucho tiempo, cayeron aun más: Amazone -6.2% y Netflix -8.4%. De inmediato surgieron comentarios sobre una nueva recesión global.
Hay condiciones que, en lo general, apoyarían la noción de una próxima recesión. Entre ellas, el hecho de que la recuperación en Estados Unidos ha sido mucho más larga que las expansiones normales en ese país, llegando a nueve años en junio de 2018, 110 meses, la segunda más larga desde los años 1990s.
Otra es que la tasa de desempleo, en 3.7%, es históricamente baja y supuestamente amenaza con generar aumentos de salarios que eventualmente causarían inflación. De ahí, habría un salto en las tasas de interés, que causarían una recesión.
Y otros argumentos son los del proteccionismo comercial, el debilitamiento de la economía de China, el Brexit, la confrontación del nuevo gobierno de Italia con la Comisión Europea, etcétera. No faltan razones para justificar una perspectiva pesimista si eso es lo que queremos encontrar.
Pero el hecho más importante para una recesión significativa, sin embargo, sigue ausente, es decir una expansión previa que haya generado suficientes presiones en los mercados, la disponibilidad de oferta o burbujas financieras. El más importante, la expansión previa, ha sido en realidad una expansión raquítica.
Aunque Estados Unidos ha crecido por un largo periodo, durante esta recuperación, de 2010 a 2018, sólo creció 1.8% en promedio por año, comparado con más de 4% durante la segunda mitad de los 1990s. Si no hay una gran expansión no hay tantos problemas acumulados que justifiquen una gran corrección.
Mucho menos ha habido una expansión global. A lo más que el mundo se aproximó fue a unos cuantos años de crecimiento en Europa, bastante débil; una menor tasa de crecimiento en China que requirió de renovados estímulos fiscales y monetarios de las autoridades; y una recuperación suave y tardía en Japón. No se puede hablar de crecimiento sincronizado más que por dos años.
Es cierto que el nivel de deuda pública es muy alto, en 100% del Producto Interno Bruto en Estados Unidos y muy alto en Europa y Japón, pero su aumento desde 2009 no estuvo asociado a la euforia de actividad, sino fue para contrarrestar la recesión de 2009. La alta deuda es una herencia de esa recesión.
Es cierto, sin embargo, que hay un aumento de tasas de interés a nivel global que va a encarecer el servicio de la deuda de todos los países, incluido Estados Unidos. Al hacerlo, van a causar crisis en países endeudados, sobre todo algunos emergentes, y causarán depreciaciones de sus monedas y recesiones en varios de ellos durante unos años.
Si no hay una próxima gran recesión, lo que se puede vislumbrar es que continuarán los problemas que impiden el crecimiento global simultáneo. Algunos países emergentes enfrentan ahora costos más altos de servicio de su deuda externa. Sus empresas enfrentan un mercado mucho más restringido para emitir nueva deuda.
Europa sigue atrapada por su moneda única, impidiendo a países como Italia escapar de la austeridad que ordena la Comunidad Europea, en Bruselas, y un inminente debilitamiento del gobierno alemán de Angela Merkel. En América Latina, una crisis económica en Argentina y una gran crisis en Venezuela.
No es un mundo entrando en recesión, sino un mundo que no logra superar aun los efectos de la recesión de hace 10 años.
Analista económico.
rograo@gmail.com