Aunque la crisis de Turquía sacudió a muchos países, su impacto como causante de una recesión regional o global es limitado. Los riesgos mayores están en otro lado.
Lo limitado de la crisis turca para contagiar está en que las causas de sus problemas no se replican en la mayoría de economías emergentes, con excepción de Paquistán y Argentina en lo que toca a su alto déficit externo y fiscal. Y en lo tocante sólo a su alto déficit fiscal, sólo comparten su problema Brasil, la India, Egipto y Sudáfrica.
Más aun, en la gestación de sus problemas, todos estos emergentes siguieron patrones distintos al acumularlos por años. No hay un patrón común que justifique el contagio a todos los emergentes. Por lo tanto, no hay el paralelismo que algunos analistas creen ver con la crisis asiática de 1997-98.
Sí hay un riesgo alto en las cuarteaduras del modelo económico de China. Como economía manejada centralmente, su gobierno ha sorteado varias crisis. Pero al haberse expandido tanto y con tasas tan altas para crear cientos de millones de empleos, llevó su inversión en capacidad física y el crédito a empresas y gobiernos locales al límite.
Enfrentó el debilitamiento de la demanda externa para sus exportaciones con más producción interna y más inversión y apoyo del banco central. Hoy requiere casi 6 dólares de crédito para generar 1 dólar más de producto; la deuda de numerosas empresas es impagable. De ahí que aun con una menor tasa de crecimiento (oficialmente de 6.7% en el segundo trimestre), varias corporaciones grandes han incumplido pagos de bonos.
Después de la Gran Recesión de 2008, China ganó mucho reconocimiento internacional como una economía crecientemente integrada a los mercados, dispuesta a aplicar cada vez más políticas de mercado, otorgar crédito a otros países y perfilar su moneda (Renminbi) como una futura moneda de reserva y pagos internacionales.
Esto obligó a su gobierno a cerrar muchas empresas ineficientes y con ello eliminar parte del exceso de producción global de acero que, por estar subsidiado y vendido debajo de costo, causó daño a la industria de muchos países, incluyendo México. Igualmente, obligó al gobierno a iniciar el desendeudamiento gradual de empresas, aceptando absorber pérdidas de carteras de créditos bancarios y de empleos.
Pero algo grave debe estar pasando, que este año obligó a sus autoridades a recurrir a tres reducciones de tasa obligatoria de reservas bancarias, inyecciones de crédito por el banco central al sistema financiero, instrucciones de comprar bonos de baja calificación crediticia, e instrucciones a los gobiernos locales a gastar sus fondos disponibles. Igualmente, el gobierno anunció aumentos de gasto público en infraestructura e incentivos fiscales a empresas para atacar “la incertidumbre”, a la que atribuyen las medidas.
La deuda total de China es de 300% del PIB, incluyendo la de empresas no financieras, de 150% del PIB. Esta deuda sólo ha crecido en los últimos diez años. Las medidas recientes son una reversa a la intención de desendeudarse gradualmente. Por supuesto, su moneda se está depreciando y así va a seguir.
A nivel global China sí tiene el potencial de causar un efecto de cambio de marea en todos los países emergentes. Esto lo hará con la sola depreciación cambiaria, exceso de producción industrial que buscará mercado en otros países y aumento del riesgo de crédito en Asia y el resto de economías emergentes. En mala hora están intentando responder a una guerra de tarifas con Estados Unidos.
Analista económico. rograo@gmail.com