Nací en la Ciudad de México pero me considero hijo del sureste. Soy arquitecto urbanista, egresado de la UNAM, del movimiento del Autogobierno. En 1977 fui designado delegado federal de Turismo en Tabasco y participé en un proyecto de carácter regional: La Ruta Maya, lo que me permitió conocer de cerca el legado arquitectónico y cultural de la civilización maya.
Inmediatamente después, ya formando parte del equipo del ingeniero Leandro Rovirosa Wade, entonces gobernador de Tabasco, me tocó la realización de diversos proyectos de infraestructura y equipamiento donde destaca el desarrollo urbano de Tabasco 2000, proyecto con el que gané el primer premio mundial de Urbanismo para México.
De ahí en adelante he realizado trabajos de arquitectura y Urbanismo en los cinco estados del sureste: Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Durante muchos años he sido testigo en la región de la creación de Cancún y el crecimiento de la Riviera Maya, del boom petrolero, primero en Tabasco y después en Campeche. De diversos programas sociales en Chiapas y la consolidación de Mérida como la metrópoli del sureste.
Estas experiencias me permitieron entrar en contacto con la tradición —aún viva— de la cultura maya, pero también me mostraron las carencias económicas y sociales que golpean a la zona.
Constaté en esos años que la gran riqueza extraída de esas regiones no permeó en todos los sectores de la población y me hizo ver de forma crítica la constante convivencia entre la riqueza y la opulencia con la miseria y el abandono.
Es obvio que tenemos una deuda histórica con el sureste. Las comunidades no se rezagan por apatía sino por el abandono del Estado a su obligada rectoría en el desarrollo económico y territorial, lo que ocasiona la consecuente falta de inversión para un desarrollo incluyente y ambientalmente responsable.
Hoy debemos atender los rezagos en planeación por los gobiernos anteriores. Esto incluye la creación de una estrategia integral de desarrollo económico que genere nuevas regiones productivas, con el predominio del cuidado del patrimonio ambiental, el impulso de la economía local, la instalación de servicios básicos y el respeto a las tradiciones de México.
El objetivo del Tren Maya es precisamente ese: servir a la gente.
Al ser integral, el proyecto busca resolver problemáticas que se relacionan: la marginación, la depredación ambiental, el caótico crecimiento urbano y el abandono del patrimonio cultural.
En la actualidad, los flujos turísticos y económicos de la Región Maya se encuentran concentrados en algunos puntos. El aeropuerto de Cancún recibe catorce millones de turistas al año, pero su permanencia es breve y se focaliza en pocos lugares.
Este esquema turístico genera daños ambientales y sociales sin generar derrama económica local ni mitigar el impacto.
Necesitamos que los turistas se muevan, que fluyan a lo largo de la península, que coman en cada pueblo y que realicen actividades ecoturísticas. De esta forma, se liberará la carga en los lugares de mayor concentración y se distribuirá la riqueza en toda la región maya. Los destinos masivos son un polo de desigualdad, injusticia y devastación.
En una misma zona conviven abundancia y escasez. Urge un nuevo paradigma de ordenamiento territorial que ponga reglas claras para los desarrolladores y que regule correctamente las relaciones entre el desarrollo y el cuidado del patrimonio ambiental.
Las estaciones de tren son una oportunidad para hacer las cosas bien desde el principio.
Somos responsables de enaltecer la cultura maya y de cuidar nuestro patrimonio ambiental. Nuestra obligación consiste en encontrar el balance entre acceso y preservación de nuestra cultura. El Tren Maya propone recuperar, mantener y promover las tradiciones ancestrales mayas.
Al mismo tiempo, estaremos trabajando con instituciones como el INAH para proteger el invaluable patrimonio cultural de la zona.
También es nuestra responsabilidad fomentar el balance entre el crecimiento económico y el cuidado de nuestro medio ambiente. Por un lado, el proyecto impulsará proyectos económicos y la creación de empleos. Por el otro, acatará la legislación ambiental con apego a las mejores prácticas internacionales.
No intervenir en la región sería permitir que la pobreza y la desigualdad continúen afectando la vida de millones de personas.
El Tren Maya es para las personas. Por eso, se respetará el derecho a la consulta previa a pueblos originarios y se realizarán estudios de impacto ambiental requeridos por la ley antes de iniciar la obra.
La región maya tiene una historia común y, por lo tanto, comparte lazos comerciales, familiares, turísticos y culturales. El Tren Maya no es sólo un proyecto de infraestructura, es una oportunidad para integrar las relaciones y crear sinergias, para detonar el potencial de esta zona e invitar a que todos participen en el cuidado de nuestro ambiente y la promoción nuestra cultura.
Propuesto para dirigir Fonatur y el proyecto Tren Maya