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Al hartazgo frente a la crisis política y el mal gobierno del PRI se suma ahora el hartazgo frente a las campañas. Ya hay muy poca capacidad de escucha. Y, sobre todo, hay poca reflexión. Prevalecen las emociones y, en muchos casos, el enojo. Y de ahí aprovechan quienes quieren hacernos creer que “este arroz ya se coció” y que el resultado previsto en las encuestas es inevitable.
En ese contexto, el llamado a discernir los votos parece ingenuo, pero sigue siendo indispensable. En primer lugar, porque hay varias elecciones simultáneas y tendremos entre 3 y 6 boletas a cruzar, como comenté antes (¿Para qué tantas boletas electorales? EL UNIVERSAL, mayo 22)
Muchas personas han tomado ya su decisión. Lo más probable es que hayan decidido su voto para Presidente. Y de ahí deriven el resto de sus votos, más o menos de manera automática. Les es igual el resto de las elecciones: Senado y Diputaciones Federales, así como Gubernaturas, Ayuntamientos y Congreso local.
Pero también hay un grupo amplio que aún está indeciso. O que podría modificar su voto si algo extraordinario sucede. Así como quienes quieren hacer voto estratégico.
Hay muchas personas que se cuestionan las otras elecciones. ¿Cuál puede ser la mejor fórmula al Senado? ¿Quién puede gobernar mejor en mi entidad o en mi municipio?
El voto diferenciado no es muy común, pero ha crecido con los años. Consiste en votar por un partido distinto en algunas de las boletas. Ha habido elecciones federales y locales donde el voto diferenciado representa más del 10% del total y hace mucha diferencia.
La aparición de las candidaturas independientes también obliga a esta reflexión. Es la situación de quienes van a votar por senadores como Kumamoto en Jalisco o Clouthier en Sinaloa. O por alcaldes como Fanny Cahum en Carrillo Puerto, Q. Roo; Carlos Brito en Jojutla, Mor., o los candidatos de AHORA en San Cristóbal y otros municipios de Chiapas. O por diputados locales como Roberto Castillo, en el distrito 26 de la CDMX. Todo este grupo de votantes tiene que definir qué hacer con sus otras boletas.
Y también podría ser la de quienes votando por López Obrador no estén de acuerdo en darle todo el poder para crear leyes o modificar la Constitución sin el resto de los partidos, dándole mayoría calificada en ambas Cámaras. Especialmente quienes saben que esa mayoría incluye diputados de un partido ultraconservador llamado Encuentro Social.
En la historia reciente, la última vez que un Presidente tuvo mayoría calificada en el Congreso fue en 1991, en el sexenio de Salinas de Gortari. Fueron este tipo de mayorías las que permitieron a López Portillo nacionalizar la banca en 1982 y a Miguel de la Madrid reprivatizarla al año siguiente, con los votos del PRI en ambos casos.
La otra fuente de cambio de votos proviene de quienes van a votar “contra alguien”. El voto estratégico, que busca impedir el escenario que consideran más negativo. Es la posición de quienes no quieren que gane López Obrador. Es un grupo amplio de votantes, aún latente y que no se refleja en las encuestas.
Y un último grupo sería el voto volátil. Por ejemplo, cada vez hay más señales de que AMLO está ofreciendo un pacto a Peña y a los priístas que han cometido graves actos de corrupción. Un nuevo pacto de impunidad. Si se dan cuenta del pacto ofrecido, que es una traición anunciada, una parte de quienes lo apoyan por coraje contra el sistema puede repensar su voto.
“El que se enoja pierde” reza una máxima popular que bien valdría tomar en serio en esta etapa. En todo caso, este arroz no está cocido aún.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo