El cambio ganó de calle. El PRI se va. Hay que reconocer la contundencia del resultado. El mensaje inicial de AMLO ayuda —junto con la decisión responsable de Anaya y de Meade— a la distensión. Sin embargo, nada garantiza el “rumbo” del cambio.
Este nuevo gobierno: ¿Será un cambio de régimen para separar el poder económico del poder político? ¿Para construir un país con más igualdad, menos pobreza y cero tolerancia a la corrupción? ¿Promoverá libertades y respeto a derechos? ¿Habrá más democracia y mejor rendición de cuentas? Si es así, será un gran cambio que le hará mucho bien a México. Y merece todo el apoyo de los demócratas.
Pero también hay otro escenario. No el de los absurdos miedos que se dibujan en redes y supuestos “análisis”. Resalto dos riesgos: ¿Habrá una Fiscalía subordinada al presidente o será independiente? ¿Se mantendrá y crecerá la polarización en torno a AMLO o podremos tener acuerdos y debates en torno a lo sustantivo?
Explico brevemente cada dilema:
Urge reestructurar el sistema de justicia. Eso inicia con la transformación de la facciosa PGR en una auténtica Fiscalía independiente eficaz.
Construir la #FiscalíaQueSirva requiere evitar un madruguete. Legalmente está abierta la posibilidad de que el presidente nombre al Fiscal por un periodo de 9 años. Parece imposible que lo nombre Peña. Pero también sería muy grave si lo nombra AMLO en estos meses de transición o al inicio de su gobierno.
Para tener Fiscalía independiente se requiere reformar el art. 102 de la Constitución y aprobar su ley orgánica. Una ley que permita lograr autonomía, independencia, capacidad, recursos, inteligencia, control de legalidad, mecanismos de rendición de cuentas. Y luego tener el nombramiento de Fiscal por un procedimiento que garantice independencia y trayectoria intachable.
El segundo riesgo es mantener la polarización en torno a AMLO. Mantener la división del país entre quienes lo apoyan y quienes buscan “sacarlo”. El escenario de esta pesadilla está anunciado al proponer la revocación de mandato en una elección tipo “referéndum”. Esta disposición, que parece democrática, encierra graves consecuencias antidemocráticas. Incluso podría albergar el “huevo de la serpiente” de la reelección presidencial.
El riesgo creció al anunciar que la “revocación” sería en 3 años. Así, coincide con la elección de diputados federales y con elecciones locales de 10 gubernaturas, así como congresos locales y ayuntamientos en más de 20 estados.
Lógicamente AMLO buscaría mantener o aumentar su mayoría en la Cámara de Diputados y ganar nuevas gubernaturas, vinculando su ratificación con esa elección, con lo cual nos mantiene polarizados y en campaña electoral permanente. Distorsiona el debate político desde el inicio y durante los tres años. Minimiza la posibilidad de los acuerdos y sobre todo del debate propositivo sobre la sustancia de los temas, porque todo se valoraría desde la posición ante AMLO.
Si hay “revocación”, todas las decisiones de gobierno y todos los procesos legislativos quedarían desde ya atrapados en el proceso electoral de 2021.
La polarización alimenta la concentración del poder de un lado y mantiene vivo el “revanchismo” del otro lado. Alimenta el argumento de quienes creen que “la solución” frente a AMLO es unir PRI y PAN. Nada más lejano a la aspiración de quienes queremos que el cambio sea para la democracia, para resolver los problemas de la desigualdad, para lograr un Estado de derecho y derechos.
Me alegra que haya perdido el clasismo discriminatorio defensor de privilegios. No lo alimentemos con la polarización permanente.
Que AMLO gobierne sus 6 años como decida —nomás sin endeudarnos— y que al final del periodo se vaya con otra “fiesta democrática” en las urnas. Que no haya revocación de mandato, porque en la práctica se convierte en primera reelección.
Consultor internacional en programas
sociales. @rghermosillo