El hartazgo ciudadano frente a los partidos está plenamente justificado. La alternancia y la pluralidad no han dado resultados. Una democracia sin partidos no es solución.
Tres factores inciden en el abismo que hay entre la sociedad y la clase política: 1) La cultura ciudadana de individualismo y lejanía de lo político. 2) La alternancia que no creó mecanismos efectivos de rendición de cuentas ni de participación ciudadana. 3) El pacto de impunidad propiciado por la falta de control del dinero en la política y en el ejercicio de recursos públicos.
El primer factor es la base histórica del círculo vicioso: las personas “normales” y “decentes” se alejan de la política por ser espacio de ambiciones, turbiedad y engaño. Por décadas, a raíz del régimen autoritario de partido “casi único”, amplios sectores ciudadanos han rechazado la política y han permitido que los políticos manejen lo público como propio. Han dejado el espacio abierto a la corrupción.
El segundo factor proviene de la traición a la transición democrática. La alternancia de partidos no generó contrapesos democráticos. Todos los partidos se acomodaron al arreglo sin rendición de cuentas, sin contrapesos a la corrupción y al abuso del poder.
El tercer factor surgió del modelo de financiamiento público y posterior sobre-reglamentación del proceso electoral. Las subsecuentes reformas electorales crearon un sistema electoral barroco, con espacio a múltiples simulaciones y con autoridades electorales mediocres y capturadas por los propios actores de poder.
La falta de autonomía de organismos y tribunales electorales ha generado una espiral de impunidad y descontrol del dinero en la política. La impunidad de la corrupción genera los incentivos para seguir desviando recursos públicos a los bolsillos de los políticos y a los “cochinitos” de las campañas.
En cualquier país democrático los escándalos de los Duarte, OHL y Odebrecht serían motivo de renuncias del gabinete y apertura de procesos de investigación independientes. Aquí no hay señales mínimas de investigación seria. El fiscal que tímidamente inició alguna tímida indagación ha sido despedido.
Lo que muestran estos tres factores es que el problema no son los partidos políticos como tales. El problema radica en el arreglo institucional que ha permitido el ejercicio del poder sin contrapesos y el cierre de espacios y la automarginación de la ciudadanía de los asuntos públicos. Estamos en una crisis de representación política. Las soluciones que promueven “democracia sin partidos” son altamente riesgosas. Una democracia “sin partidos” mina aún más la crisis de representación. Es profundamente antidemocrática.
Lo que se requiere son partidos que representen a la ciudadanía en sus diversas posiciones e intereses. Y que las instituciones funcionen con rendición de cuentas, gracias a la aplicación de la ley y a los contrapesos democráticos eficaces.
Los partidos dependen del voto. El problema es si el voto se consigue con “rostros” y “frases” y/o con compra y coacción usando recursos públicos y programas sociales.
La ciudadanía al dar sus votos, define los partidos que tiene. Para recuperar a los partidos se requiere que los votos se otorguen a quienes hacen buenos gobiernos o buen contrapeso democrático desde la oposición.
También se requieren políticos sujetos a rendición de cuentas. Sin fuero. Sin dinero excesivo. Sin espacio para hacer negocios.
Para lograrlo hay que votar para crear un nuevo régimen político democrático que dé mayor poder a la gente y cierre el espacio a la impunidad de la corrupción.
Para crear el nuevo régimen se requiere la participación de actores surgidos de las batallas ciudadanas, en las propuestas y también ocupando espacios en la representación y en el gobierno. Ahora es cuando.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo