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Muchas personas cuestionan si todavía hay alguna creencia religiosa válida. Y más concreto, si tienen vigencia la fe cristiana o la Iglesia católica. Estos días son momento propicio para abordar el tema.
Ofrezco algunas reflexiones que tienen fundamento teológico sólido.
1. La fe en Jesús es profundamente humanista y social. Aunque suene paradójico, el centro de la fe cristiana no es Dios. O en todo caso, no en un Dios independiente y lejano.
Jesús predicaba el “reinado de Dios”, es decir la presencia de Dios “en medio” de un “pueblo”. El “reinado de Dios” irrumpe en la historia humana creando relaciones fraternas y con justicia social. Jesús confronta situaciones de opresión y discriminación. Jesús ejerce solidaridad “levantando” y dignificando a quienes son socialmente excluidos (enfermos, viudas, menores de edad).
2. La fe cristiana se vive como seguimiento de Jesús. La respuesta de fe en Jesús no es “ir a misa”, sino “seguirlo”. El llamado es a ser discípulo y enviado (ese es el significado de la palabra “apóstol), la respuesta de fe es continuar la “presencia” liberadora y solidaria de Jesús en los diversos contextos actuales.
3. La fe en Jesús transforma los actos simbólicos o “religiosos”. Jesús y las primeras comunidades cristianas practican la antítesis de la religión de su tiempo: en lugar de sacrificios y ritos, solidaridad; en lugar de “ceremonias solemnes”, cenas donde se parte y comparte el pan; en lugar de templos, casas; en lugar de “sacerdotes” y pueblo pasivo, comunidad.
4. La fe en Jesús no se centra en la moral sexual ni de cualquier otro tipo. El seguimiento de Jesús sí implica una conducta y actuar con amor y rectitud ante dilemas humanos. Pero no es un “código” moral y mucho menos un conjunto de prohibiciones relacionadas con el sexo y otros “pecados”. Jesús perdona los pecados. A partir del perdón, invita a cambiar de modo de vivir, esa es la “conversión. Jesús no es moralista y no condena. Dios no es juez, ni mucho menos fiscal.
5. La fe en Jesús no es “conservadora”. Jesús confrontó estructuras políticas (y religiosas) de su tiempo. Tuvo una práctica basada en la igualdad sustantiva de mujeres y hombres. Se diferenció de quienes pretendían que el Mesías liberara al pueblo del dominio romano para establecer el dominio judío.
Y sobre todo confrontó a los “fariseos”, personas que excluían a los demás por razones religiosas. Los fariseos no eran “malos”. Más bien eran creyentes que consideraban que Dios quería ritos y conductas rituales para lograr la “pureza”. Y dado que mujeres, enfermos, pastores y pobres en general, vivían muchas formas de impureza, los “alejaban” y despreciaban.
6. La fe en Jesús no está centrada en su muerte, sino en su vida. La muerte de Jesús no es un acto sacrificial, sino un hecho histórico escandaloso e injusto. Es la reacción con poder de quienes defendían la religión del “Templo” frente al profeta que cuestionaba sus cimientos.
Los seguidores de Jesús no veneran la muerte de Jesús. Su tortura y ajusticiamiento se asume como misterio y sobretodo como consecuencia de su vida, son un acto último de congruencia y entrega. Pero no son un designio, no forman parte de un guión prefabricado por un dios verdugo que exige el sacrificio de su hijo. La resurrección de Jesús es la respuesta de un Dios que es “Padre amoroso” (hoy preferimos decir Padre / Madre). El Dios de la Vida que responde que la muerte no es la última palabra.
7. La Iglesia –de la que formo parte- no ha sido fiel a estos principios durante siglos de historia. Al contrario. Aun con el Concilio Vaticano, el Papa Francisco y muchos cambios positivos, es claro que la Iglesia hoy no es congruente con estos principios. No resulta atractiva a quienes adhieren a valores humanos y democráticos o a quienes aspiran a un mundo mejor. Pese a ello, estos principios de fe han perdurado al interior de la Iglesia y esta semana muchos creyentes renuevan su adhesión a ellos.
Consultor internacional en programas
sociales. @rghermosillo