Ya no es una caravana. Es todo un éxodo. Y no es un fenómeno reciente. Se gesta durante 14 largas décadas desde el siglo antepasado hasta nuestros días. Cuando con el pretexto de la construcción de ferrocarriles, capitalistas estadounidenses pasaron a la compra de grandes plantaciones frutícolas y luego al transporte de piñas, ciruelas y principalmente bananos o plátanos. Muy pronto, la United Fruit Company se hizo de grandes porciones de territorios en Costa Rica, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y, por supuesto, Honduras. A principios del siglo XX controlaba 30 grandes empresas y también a esos cinco gobiernos centroamericanos.
Fueron 100 años de explotación inhumana de cientos de miles de campesinos, muchos de ellos muertos, reventados por las condiciones misérrimas de trabajo. En esos años, las protestas laborales fueron brutalmente reprimidas por gobiernos y ejércitos en complicidad abierta con la supra poderosa transnacional. Todavía más, la United Fruit encontró más productivo y práctico poner y quitar gobiernos según sirvieran o no a sus intereses. Y curiosamente, la larga lista inicia precisamente en Honduras, cuando en 1912 impuso al corrupto exiliado Manuel Bonilla en la presidencia. Así se acuñó el oprobioso mote de “repúblicas bananeras” a aquellas aliadas de los explotadores gringos. En paralelo, son innumerables los golpes de Estado perpetrados desde Washington para derrocar a los pocos gobiernos progresistas que lograron hacerse del poder por la vía democrática. Una vergonzante cadena de abusos, depredación, muerte, hambre y sangre. La crueldad irracional documentada en libros icónicos como Las venas abiertas de América Latina, del inolvidable Eduardo Galeano; o Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.
Lo que parece increíble es que en un tránsito de tres siglos siga habiendo tierras tan ricas y tan llenas de pobres. Ahora se llama United Brands Company, que al amparo del gobierno de Estados Unidos ha seguido siendo cómplice de los más detestables dictadores desde Somoza hasta Ríos Mont. Ojalá alguien se lo explique al igualmente detestable habitante de la Casa Blanca.
Así que nadie se extrañe de que hoy venga este abigarrado río humano cuyo caudal aumenta día con día. Como si en esas vueltas del destino o giros de la historia, los hijos y nietos de los explotados decidiesen recuperar algo de lo que les han robado durante 140 años.
A ver: estamos viviendo la crisis-humanitaria-migrante más grave de todos los tiempos. Aquí, en este territorio de tránsito donde los hemos maltratado, extorsionado, asesinado y enterrado clandestinamente. Son ya diez y pueden llegar a quince mil o hasta veinte mil centroamericanos —en su mayoría hondureños— que están decididos a entrar a Estados Unidos a como dé lugar. Y no los detendrá a tuitazos el señor Trump: quien se queja de la ineficacia de los federales mexicanos para frenar el avance; amenaza con su ejército en la frontera y hasta poner en el bote de la basura el reciente acuerdo comercial.
El estupefacto gobierno peñanietista se ha limitado —a estas alturas— a exhortar a los migrantes por la vía legal para oficializar su tránsito; cuando debiera estar solicitando la intervención urgente de la ONU.
Mientras, sigue el drama de hombres, mujeres y niños desafiando el frío, el sol y la lluvia. En tanto que una encuesta de EL UNIVERSAL revela que los mexicanos nos hemos dividido en el apoyo o rechazo a los migrantes. México está a prueba.
Periodista. ddn_rocha@hotmail.com