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La sopa de plástico no es algo que alguien quiera ver en un menú, o cuando se está mirando a la mar, pero en eso estamos convirtiendo nuestro océano y en lo que estamos sirviendo a nuestras amadas tortugas marinas, ballenas y aves. El año pasado se descubrió una masa flotante de plástico más grande que México en el Pacífico Sur, comparable con la que ha estado dando vueltas en el Pacífico Norte durante más de una década. A este ritmo, el Pacífico será tan famoso por sus islas plásticas como por sus islas paradisíacas. Los 8 millones de toneladas de basura que infligimos a nuestros mares cada año son un insulto adicional al daño en un océano que ya se está calentando, que es más ácido y menos abundante en vida marina. Es hora de decir: ¡suficiente!
Por este motivo, los países latinoamericanos se enorgullecen de estar a la vanguardia de una nueva ola de protección oceánica, parte de un emocionante cambio de ímpetu que está sucediendo en todo el mundo gracias a acciones audaces de países como los nuestros para defender sus recursos naturales. Aquí en las Américas, la conservación marina ahora está siendo impulsada desde el sur a medida que los gobiernos latinoamericanos se suman para llenar el vacío de liderazgo creado por la lamentable postura actual sobre el ambiente del vecino del norte. Y con millones de nuestros ciudadanos que dependen de la pesca, el turismo y otras industrias que necesitan un océano saludable, tenemos todo que ganar al aceptar este desafío.
Como co-presidentes de la Asamblea del Océano Pacífico, que se celebrará en la Riviera Maya, México, hoy 7 de marzo, nos reuniremos con ministros de la región con ideas afines para mostrar el liderazgo y la visión de América Latina, para elevar el nivel respecto a la protección del océano, y forjar un camino hacia una acción regional más fuerte. Es una oportunidad para fortalecer los compromisos de nuestras propias naciones e inspirar a otros a unirse a la lucha por un futuro oceánico saludable.
Una de las mejores herramientas para regenerar el océano son las grandes áreas marinas protegidas (AMP) y las reservas que le dan a la vida marina un respiro para recuperarse y prosperar. Aquí América Latina es un verdadero campeón mundial, protegiendo más de su océano en los últimos años que cualquier otra región. La semana pasada, la presidenta Bachelet firmó tres decretos supremos que crean áreas marinas altamente protegidas en Rapa Nui, el archipiélago de Juan Fernández y Cabo de Hornos, lo que significa que Chile ahora ha protegido 1.3 millones de km2 de océano. Eso es casi el 43% de su zona económica exclusiva, la segunda proporción más alta en el mundo.
México también está avanzando. El mayor parque marino totalmente protegido de Norteamérica no se encuentra en aguas de Canadá o EU; es la nueva reserva de 149 mil km2 de México en torno al Archipiélago de Revillagigedo que brindará refugio a mantarrayas gigantes, tiburones, corales y criaturas marinas que no se encuentran en ningún otro lugar en la Tierra. Además, durante la presente administración, México ha declarado 22% de su territorio marino como áreas marinas protegidas. Afortunadamente, este impulso de proteger el océano parece ser contagioso. Actualmente Brasil está considerando una propuesta para un mosaico de reservas que abarca cerca de 900 mil km2 con un gran potencial para el avistamiento de ballenas y otro ecoturismo lucrativo. Cuando se trata de proteger el océano Latinoamérica está pensando en grande.
A medida que crecen nuestras poblaciones y los productos pesqueros se vuelven aún más esenciales para la seguridad alimentaria, estas vastas AMP actuarán como “bancos de peces”, donde las especies altamente explotadas como el atún pueden reproducirse y reponerse. Pero son sólo una de las acciones que estamos tomando. Para lograr una “economía azul” verdaderamente sostenible, los gobiernos necesitan socios de todos los sectores, lo que significa desarrollar políticas creativas que incentiven a las empresas a invertir en la conservación marina y costera.
Salvar nuestros arrecifes de coral, por ejemplo, será más que cubierto por los ingresos y empleos generados por el auge del ecoturismo marino. Los tesoros oceánicos valen mucho más vivos que muertos. El Arrecife Mesoamericano que abarca las costas de México, Belice, Guatemala y Honduras sostiene a más de un millón de personas, y los estudios muestran que un sólo tiburón martillo en la isla de Cocos en Costa Rica vale 1.6 millones de dólares para el turismo. Sin embargo, nadie quiere visitar un arrecife de coral que está dañado y desprovisto de vida, o una playa llena de basura plástica. Para combatir esto, en 2017 Chile se convirtió en el primer país latinoamericano en introducir una ley que prohíbe las bolsas de plástico de un solo uso en sus ciudades costeras, y Costa Rica lanzó una estrategia nacional para eliminar el plástico desechable para el año 2021.
Nos estamos moviendo en la dirección correcta, pero debemos avanzar más rápido y ser más audaces. Lograremos más si viajamos en este viaje azul juntos. El océano no reconoce las fronteras ni las reconocen las amenazas que éste enfrenta. La Asamblea del Océano Pacífico es una oportunidad para que las Américas se unan detrás de compromisos firmes para detener la ola de plástico oceánico, proteger nuestros arrecifes de coral y costas, y ser una voz fuerte para el océano en todos los escenarios globales. América Latina ya está abriendo camino para la protección del océano; esperamos que la Asamblea motive a más socios alrededor de nuestras costas y más allá para que participen.
Rafael Pacchiano es secretario de Medio Ambiente y de Recursos Naturales de México. Marcelo Mena es ministro de Medio Ambiente de Chile. José María Figueres es ex presidente Costa Rica, ex comisionado de Océano Global y cofundador de Ocean Unite