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En 2008, en medio de la crisis económica más severa desde la Gran Depresión, Joseph Stiglitz sentenció: “aunque los neoliberales no quieran admitirlo su ideología ha fracasado”. Diez años después el Premio Nobel de Economía asegura que aquellas naciones de la periferia que se vieron obligadas a seguir el modelo, lo han padecido: “no sólo han perdido la carrera del crecimiento, sino que los escasos beneficios alcanzados enriquecieron desproporcionadamente a las clases más altas”. Es urgente reescribir las reglas del juego cuyo eje fundamental sea la redistribución de la riqueza y un equilibrio razonable entre el mercado y la sociedad. Si fuese posible a favor de esta última.
La vieja teoría se justificaba en la “economía de goteo”, esto es que la acumulación de la riqueza permitiría extender gradualmente sus beneficios a todos los actores. Lo anterior resultó falso. Hoy 1% de la población mundial concentra 82% de la riqueza. En México 10% de la población acapara cuatro quintas partes de la riqueza nacional. Tenemos a 20 familias dentro de las más acaudalas del mundo, pero estamos ubicados entre los 15 países donde existe el mayor número de personas en pobreza alimentaria y en marginación social. La OCDE señala que nuestro país arroja el más alto grado de desigualdad en el ingreso. Hoy sólo 21% de la población puede adquirir la canasta básica, pues el salario base es cinco veces menor al que debería recibir una familia.
La adopción de este modelo en nuestro país obedeció a la entronización de una casta tecnocrática a finales de los años ochenta que suplantó los fundamentos populares de la soberanía por la entrega al extranjero de las decisiones estratégicas y la supremacía de los intereses financieros. Así comenzó el ciclo de privatizaciones, desregulaciones, apertura desventajosa de las fronteras, subasta del sistema bancario, apogeo de los monopolios, concesiones fiscales inadmisibles e informalización galopante de la economía. El crecimiento descendió a un promedio anual de 2.4% —en una región con potencial superior a 7%— y el desempleo asociado a la desigualdad ha expulsado del país a más de 12 millones de personas en tan sólo 30 años.
Como lo vaticinaban Rolando Cordera y Carlos Tello en su libro La disputa por la nación, publicado en 1981: se vislumbraba con nitidez la servidumbre económica que el neoliberalismo impuso al país, con la complicidad de las clases dominantes. En la hora de la refundación de la República habremos de modificar esas coordenadas, apoyados en los impulsos de nuestro tiempo. La sociedad internacional está en búsqueda de un modelo equitativo de distribución del ingreso sustentado en la trasmisión de conocimiento, la creación de nuevas tecnologías, la inversión pública progresiva, la cooperación internacional para el desarrollo y los controles apropiados del Estado sobre la economía. “Una organización social empoderada e independiente y contraria a la explotación de la sociedad”, como lo decía Paul Samuelson. Especialistas del Banco Mundial aconsejan la reconstrucción de la autoridad pública y su jurisdicción efectiva sobre los procesos económicos, como está ocurriendo en China y la Federación Rusa.
Es claro que el 1 de julio la voluntad popular sepultó el ciclo neoliberal. Abolir sus ramificaciones no será tarea fácil, pero podemos encauzar una tendencia mundial. Resulta impostergable emprender las reformas democráticas, económicas, hacendarias y laborales a fin de trascender a una nueva etapa de relaciones que equilibren poder, justicia y libertad. Esa es la definición del nuevo consenso nacional mandatado en las urnas.
Presidente de la Cámara de Diputados