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No hay duda de que los acontecimientos del 68 cambiaron el rumbo del país y fueron, a su vez, fruto de una transformación estructural de la sociedad mexicana. Merced a las grandes reformas del general Cárdenas y, más tarde, al “Desarrollo estabilizador”, el país había crecido durante treinta años al 6.8% en promedio anual —el llamado milagro mexicano—. La movilidad de los habitantes sobre el territorio generó tasas de urbanización sin precedentes. La Ciudad de México multiplicó su población de 2 millones de habitantes, en 1940, a casi 7 millones, en 1968. Se desarrolló, asimismo, —como lo estudió puntualmente José Iturriaga— una clase media casi inexistente hasta esa fecha, que llegó a fines de los años sesentas a cerca del 40%. Ocurrió, además, un drástico rejuvenecimiento poblacional, ya que las tasas de natalidad se mantuvieron muy altas por la ruralización de las ciudades, mientras los avances de la salud pública reducían la mortalidad infantil.
Se gestó así un “sujeto histórico” distinto al proletariado industrial, fruto de la tercerización de la economía. Relevantes mutaciones culturales la acompañaron. En México la sustitución iconográfica del Indio Fernández por Luis Buñuel y Juan Orol. También el reemplazo de la poesía bucólica por la crítica irreverente de Carlos Monsiváis, adversario de los autoritarismos gubernamental y católico que lastraron nuestra transición hacia la democracia. Había aparecido la generación de la ruptura anunciada por Octavio Paz y enarbolada, entre otros, por José Luis Cuevas. El fenómeno fue mundial, porque respondía a los estertores de la Guerra Fría. Una época de liberación encarnada por los Beatles, la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King y el nacimiento de los movimientos en defensa de los derechos homosexuales, como el de Harvey Milk, sacudieron a la juventud.
Los acontecimientos presagiaron, igualmente, la caída del Muro de Berlín, y la prueba es que la Primavera de Praga ocurrió en 1968. Implicaron el inicio de la autonomía de los partidos comunistas de la periferia respecto de la Unión Soviética. Por ello, la condena de Díaz Ordaz respecto a una conspiración comunista orquestada por la URSS resulta grotesca. Fue un fenómeno predominantemente occidental que poco tomó en cuenta a los movimientos de liberación nacional, la autodeterminación de los pueblos oprimidos y la lucha por un nuevo orden económico internacional. Tareas entonces a cargo de una diplomacia mexicana autónoma y de avanzada. En el trasfondo, el estímulo de la Revolución Cubana que siempre guardó respeto por nuestros procesos internos.
El movimiento de 1968 potenció en proporciones inéditas ese despertar democrático. Universidades y plazas públicas albergaron apogeos ciudadanos como nunca antes, al punto que cancelaron para siempre los actos masivos del gobierno. La Corriente Democrática encarnaba la rebeldía del cardenismo y la izquierda del sistema en contra del “dedazo” y de la monarquía sexenal, así como el rechazo a la entrega de la soberanía nacional. Apenas liquidado el Frente Democrático Nacional surgió el proyecto del Partido de la Revolución Democrática que compendió las aspiraciones progresistas del país. El antiguo Partido Comunista —registrado por Reyes Heroles de acuerdo con el modelo español de transición— se convirtió en el PSUM y más tarde, en el PMS, que finalmente nos cedió el registro tras el retiro de la candidatura de Heberto Castillo. A nosotros se unieron, incluso, militantes del M-19. La promesa de una izquierda gobernante. En aquellos años asesinaron a cerca de 500 militantes, a otros les mataban el ganado y a todos les suspendieron los apoyos oficiales.
El movimiento del 68 tuvo un efecto reflejo dentro del gobierno. Apertura al diálogo, aunque no al pluralismo. Renovación generacional en los cargos públicos, alimentada por jóvenes de izquierda y de centro-izquierda menores de treinta años que ocuparon puestos de embajadores; cambios en el discurso político hacia el laborismo, el tercermundismo y la apertura democrática que no impidieron, por desgracia, el 10 de junio y la continuidad de la Guerra Sucia.
Hemos perseverado en nuestra militancia contra todos los abusos del poder. Promovimos, además, mediante la presión y la negociación, las reformas electorales que han arrojado una nueva composición política del país. Fracasamos en el empeño de atajar el ciclo neoliberal, pero a la postre hemos triunfado. Ningún militante del 68 es hoy ajeno a la Cuarta Transformación de la República emprendida por Andrés Manuel López Obrador. Tampoco ningún actor significativo de 1988. Hemos llegado a la culminación venturosa del ciclo libertario que nuestro país esperaba y por el que han bregado generaciones de mexicanos.
Presidente de la Cámara de Diputados