Alrededor de su cabeza y de sus brazos tatuados, varios moscos sobrevolaban al acecho. Un descuido era el momento perfecto para chupar su sangre y degustar el apetitoso manjar, que desde hace días deambulaba desorientado por los territorios de la selva Lacandona, en Chiapas.
La biodiversidad animal y vegetal de aquella zona le interesaba conocer desde hace algún tiempo a Ignacio Solano Cabello, un biólogo español. Ese 2014 se presentó la oportunidad y acompañó a un amigo que se dedicaba al estudio de los monos.
En su exploración, Ignacio quería ver una serie de reptiles y buscar una orquídea terrestre para fotografiarla. Era autodidacta de la botánica. La misma que años atrás se volvió parte de su vida profesional plasmada en ecosistemas verticales alrededor del mundo, y que lo convirtió en un muralista vegetal.
La idea de crear sus obras surgió en 1998, cuando observó las carencias de los pioneros de la jardinería vertical. Una de ellas fue el nivel biológico, pues no trabajaban con la química del agua, los gradientes químicos y lumínicos. Tampoco con los principios básicos de alelopatía positiva, es decir, cómo combinar las plantas para que interaccionen unas con otras.
Para investigarlas, durante dos años se encerró en su casa. Al final creó su propia patente.
El apoyo para llevarla a cabo y vender su primer muro se lo dio un decorador que lo “metió bajo su ala”. Eso fue hace 10 años, en un restaurante de su ciudad natal, Alicante, España. La obra, que aún se conserva, era precaria, con una recirculación muy sencilla, y le puso araceae del bosque tropical.
Solano Cabello cuenta que los muros de interior son muy exitosos si se sabe cómo iluminarlos: “Para que tengan éxito debes cualificar y cuantificar la luz. Las plantas tienen tres patas, una es de nutrición, otra de iluminación y otra es hidratación. Si te falla alguna de las tres, no tienes nada”.
Al crear su primer ecosistema vertical, el biólogo artista decidió fundar Paisajismo Urbano en 2006 y salir al mercado sin tener ningún conocimiento empresarial. La describe como “una empresa de seudohippies, que son muy serios trabajando, pero se toman la vida a broma”.
A base de ensayos y errores se han convertido en una multinacional que tiene más de 25 franquicias en 15 países, en los que han construido cerca de 200 mil metros cuadrados de muros verdes en plazas, edificios, casas, centros comerciales y más.
Sembrador de obras en todo el mundo
Con su dedo índice y la mirada fija hacia arriba, Ignacio señala un punto entre unas ventanas: unas hileras verdes y placas de tela gris en un edificio ubicado en Bogotá, Colombia, dan muestra del proceso de construcción de una de sus obras, que al cabo de seis meses quedará concluida con cerca de 84 mil plantas, en 3 mil 100 metros cuadrados.
Este es el jardín vertical más grande del mundo y lo construyó en 2015. Su autor dice que no hay muro fácil y no necesariamente por más grande tiene que ser más complejo. Sin embargo, para cada uno tiene criterios diferentes, porque desde un principio se deben tener conocimientos básicos de la química del agua.
Por ejemplo, dice, “el agua de la Ciudad de México, a lo único que se parece al agua de Morelia, Michoacán, es que moja. Al nivel físico-químico es totalmente diferente. Entonces hay que saber con qué agua tratamos, qué parámetros físico-químicos tiene”.
Lo otro es saber qué plantas se van a ubicar en un lugar determinado, porque esto define si proliferan o fracasan.
“Yo me paseo por el mundo y veo muchos muros donde el ejecutor pone plantas suculentas, que son estas plantas como carnositas y las ponen en la parte baja. Eso es totalmente inviable, las plantas no pueden estar donde más humedad hay en el muro”, lamenta.
También cuenta que ha observado jardines de interior donde ponen plantas que son del desierto, que viven bajo 16 mil luxes. Adentro sólo reciben 1.0 de iluminación de sol y por ende se mueren. Para él, la idea es que las coloquen donde se desarrollen perfectamente y se tenga una tasa de reposición cero. Para esto se deben tener conocimientos básicos de biología y de botánica.
Algunos de estos aspectos están plasmados en La guía definitiva del jardín vertical, un libro que publicó este año. En él expone los aspectos teóricos y técnicos para la realización de un jardín vertical exitoso con temas como la evolución de las plantas, taxonomía botánica, criterios de selección de especies, factores ambientales, entre otros temas.
Con ella enseña a diferenciar las especies, pues todas tienen un origen, y no cometer los errores que él ha detectado en combinaciones de forma aleatoria. Porque es como si en un zoológico metieran en la misma jaula a una jirafa y a un pingüino.
Del zoo a los cursos de jardinería
Por el pasillo de la vivienda, un pequeño de ocho años era arrastrado de la oreja. Minutos antes sacó de una caja alrededor de 15 serpientes que capturó cerca de un río y las arrojó dentro de la bañera.
Aquella fue una mala idea, pues cuando su mamá abrió la cortina soltó tremendo grito y fue a buscarlo para decirle que estaba loco y tenía que liberarlas.
En otra de sus travesuras, agarró alacranes y como no sabía dónde meterlos, utilizó el bote donde ella guardaba el algodón para desmaquillarse. “Son cosas de la inocencia infantil”, narra mientras ríe el muralista vertical, quien se crió con sus abuelos Eugenia y Anselmo en una casa de campo en Ceuta, una ciudad autónoma española que colinda con Marruecos.
Su pasión por los animales, en especial los reptiles, lo llevó a obtener su primer empleo a los 14 años en un zoológico en la provincia de Málaga. Acudía después de la escuela y aunque le pagaban poco, aprendió a trabajar con serpientes venenosas y con pitones grandes.
Cuando egresó de la Facultad de Biología en la Universidad Miguel Hernández de Elche, en Alicante, España, decidió no hacer tesis. Tampoco le interesaba el mundo académico, pues su intención siempre fue crear una empresa para poder financiar sus proyectos de reproducción de plantas nativas.
En la actualidad tiene una ONG que denuncia los delitos ambientales. También está al frente de la empresa Paisajismo Urbano, donde imparte cursos de jardinería vertical en países como México, Bolivia, Ecuador, Guatemala, Chile, Paraguay, Uruguay, Argentina, Grecia, Arabia Saudita, España, entre otros, donde igual sembró sus obras.
La idea de impartirlos surgió en 2012, cuando vio a más personas que se trataban de dedicar a los jardines verticales, pero los hacían mal y se morían. Se creaba mala fama y esto resultaba contraproducente para el negocio, porque eran creados desde criterios de la jardinería y era algo más complejo: biología aplicada.
Con su sistema patentado, Solano Cabello decidió compartir sus conocimientos con la “competencia”, que fueran sus aliados, y enseñarles qué poner, los criterios de selección de especies y el costo marginal que tiene un muro verde. Era mucho más interesante trabajar en condiciones de lealtad, compitiendo con alguien que supiera hacer exactamente las cosas igual que él. En los cursos, da una lista de las plantas más comunes que se encuentran en todos los viveros, para a partir de ahí comenzar a trabajar con las de cada país, para meterle ese valor extra. “Si yo hago un muro vertical en el estado de Veracruz, estudio las plantas nativas para darle un valor agregado”, asegura.
Los cursos van dirigidos a todo tipo de personas: arquitectos, ingenieros, paisajistas, diseñadores de interiores. De repente han acudido amas de casa, anestesistas, peluqueros, veterinarios. Para él esto es más que un curso, es un modelo de negocio.
El muralista vertical cuenta que en cada proyecto tiene la oportunidad de investigar qué plantas nativas se pueden utilizar, qué interés botánico tienen. Su idea es que sean verdaderos reservorios de flora colgante, de flora nativa y no sólo tengan el valor estético, arquitectónico, sino valores ambientales que generen oxígeno e incrementen el valor del inmueble.
Además, cree que los muros verdes son una manera de reforestar las ciudades si se hace bien. “Estoy totalmente convencido de que es obligatorio meter cada vez más plantas en las ciudades”, dice el muralista.
En México ha dado siete cursos intensivos, en los que ha formado a cerca de 300 personas. Son 25 horas repartidas en una semana y su costo ronda los mil 500 euros.
En cuanto a sus ingresos mensuales, Ignacio Cabello es reticente. Sin embargo, señala que en nuestro país una persona que se dedica a la construcción de jardines verticales puede ganar 10 mil dólares al mes.
Salir de Lacandona a Madagascar
Habían pasado cuatro días perdidos en la selva Lacandona. La piel de Ignacio, devorada por los moscos, daba muestra de las noches pasadas a la intemperie. Su último recurso y el de sus cinco amigos fue echarse al río Usumacinta e ir flotando hacia abajo hasta que alguien los encontró.
Eso fue hace dos años, pero su próximo viaje lo hará en estos días.
En cuanto regrese a España, lo primero que hará Ignacio es tomar su maleta y “perderse” un mes en Madagascar con conocidos de la Universidad de Barcelona. Quiere ir a buscar una orquídea que se cree extinta. Así vive. Esa es su locura.