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Durante los 36 años que duró su matrimonio, Irma Barrientos lavó ropa, planchó, hizo la limpieza de la casa y cocinó para tres hijos y un esposo. Ayudaba al gasto con trabajos eventuales, vendiendo cosméticos. Cuando se separó del marido, hace 14 años, no pudo llevarse la sala, la televisión o el automóvil. Nada de lo que pagó. Tampoco le tocó pensión alguna.
Con 54 años tuvo que empezar a construir desde cero un patrimonio para ella. Porque dentro de la economía formal, Irma Barrientos nunca había trabajado en su vida.
A todo lo que ella hizo durante más de tres décadas se le llama trabajo doméstico no remunerado y engloba todas esas acciones que históricamente han hecho las mujeres sin recibir paga alguna.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de 2014, el valor económico de las labores domésticas y de cuidados fue de 4.2 billones de pesos (a precios corrientes), lo que equivale a 24.2% del Producto Interno Bruto (PIB) del país.
De esta estimación económica el trabajo no remunerado de las mujeres asciende a 3.1 billones de pesos a precios corrientes en 2014, cifra equivalente a 18% del PIB en ese periodo.
A nivel social tiene un valor quizá más importante, pero no cuantificable: se considera que estas acciones son vitales para mantener sano el tejido social y su ausencia puede ser un factor para incrementar la violencia.
Los especialistas en el tema dicen que es el cuidado, el amor, el que mantiene sana a una sociedad. Sin embargo, precisamente por estar vinculado a cuestiones afectivas, este trabajo no se reconoce ni se paga.
¿Prueba de amor?
Eran los años 60. Irma Barrientos tenía 15 años, la secundaria trunca y trabajaba como dependienta. Conoció a su marido y se fue a vivir con él. Se embarazó inmediatamente. Rentaron un cuarto y a los nueve meses dio a luz a Edith, su primera hija.
Entró a trabajar en una farmacia, en la céntrica calle de Balderas. Por la mañana cuidaba a su niña, de las 15:00 horas a las 11:00 de la noche atendía el mostrador de la farmacia, mientras una tía le cuidaba a su hija. Después de cerrar, Irma caminaba por Avenida Reforma, desde Balderas hasta Mina, con tacones, cargando su bolsa y las cosas de la niña en una pañalera. Recogía a su hija y regresaba a casa. Llegaba de madrugada.
Ganaba poco, pero se decidió a comprar una sala pequeña a plazos, para que el espacio que rentaban tomara forma de hogar. Lo primero que hizo su esposo fue preguntarle que con qué la iba a pagar, si ella debía aportar la mitad de su renta. Irma pagó sala y renta.
En la actualidad, se habla de una economía del cuidado. Amalia García, titular de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo de la Ciudad de México (CDMX), explica:
“Partimos de un concepto, todas y todos tenemos derecho a los cuidados. Y sería la base fundamental: todos tenemos derecho a los cuidados y quienes cuidan también lo tienen”.
—¿Cuántas mujeres hacen cuidados?
—Todas las mujeres. No hay una que no.
Pero los cuidados no son solamente lavar los platos, explica:
“Incluyen la transmisión de valores, es también el espacio de los afectos. No se trata sólo de un espacio de tareas […] es parte de un tejido social muy sólido y fuerte. Los cuidados también generan cohesión social”.
—¿Se puede decir que el abandono de la economía de los cuidados genera violencia?
—Contribuye al deterioro del tejido social.
Pero es justo la dimensión afectiva de la economía de cuidados a la que se recurre para no reconocer que se trata de un trabajo.
“Se dice que no es trabajo porque se hace por amor”, explica Natalia Flores, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales México (Flacso) y del Programa Universitario de Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Es decir: tú cuidas a los hijos porque los amas, y como está ese sentimiento te produce placer, pues ‘ya no es trabajo’, o eso se alega”, abunda Flores.
En las mujeres sigue recayendo este trabajo. Y esto las deja en desventaja para el trabajo que sí pasa por el mercado y permite un ingreso.
“¿Por qué en los puestos altos de las jerarquías de cualquier institución laboral siempre hay más hombres que mujeres? Por ejemplo, si los investigadores pueden dedicar 10 horas diarias al trabajo y las mujeres sólo ocho, pues vas sumando esta cantidad de tiempo. Es mucho más tiempo el que los hombres dedican al trabajo y eso se traduce en más éxito”, enfatiza.
El avance en materia laboral y económica se ve en todas las esferas. Según datos de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo, en el segundo trimestre de 2016, 52.6% de los hombres mayores de 65 años tenían una pensión o jubilación a nivel nacional, frente a 10.4% de las mujeres del mismo rango de edad.
Menos tiempo para el éxito
Hace una década, Pamela Salinas era una joven periodista exitosa, con una envidiable agenda de contactos en medios de comunicación. Le tomaban las llamadas poderosos líderes de opinión en el país.
Luego formó una familia. Con el primer hijo trabajó de forma eventual en algunas dependencias de gobierno, por temporadas o haciendo reportajes para revistas. Al llegar la segunda hija, continuó así, aunque menos; mientras su pareja seguía su carrera. Pero cuando se embarazó por tercera vez le fue imposible trabajar en algo que no fuera la casa.
Cuando la más pequeña tenía un año con cinco meses, el matrimonio se rompió. Pamela no supo qué hacer. Los últimos siete años se había dedicado a sus hijos.
“Regresar a los medios [de comunicación] nunca fue una opción para mí, porque tenía tres hijos. ¿Cómo ser mamá de tres hijos y reportera? ¿Cómo podría hacer bien una sola de las dos cosas? De editora, pensé: voy a ganar nada e igual voy a tener hora de entrada, y nunca de salida, hasta la madrugada y al día siguiente levántate. Y revisé mis opciones.
“Desde que tuve a la segunda niña pensaba que lo que hacía era demasiado intenso. ¿Cómo le hacían antes las abuelas? ¿Cómo sobrevivían mi abuela y bisabuela?”, recuerda Pamela.
Y fue repensar la maternidad lo que la devolvió al mundo laboral. Actualmente es una de las pocas doulas posparto certificadas en México; es decir, su oficio actual es el de ser una persona que acompaña en el proceso de la maternidad desde el embarazo, en el parto y/o a partir de que los hijos nacen, brindando apoyo físico y emocional—, es atleta y, por supuesto, madre. Sin embargo, su mayor temor es económico.
En busca de corresponsabilidad
El marido de Irma Barrientos le decía que no trabajara, pero con lo que él le daba, no alcanzaba. Ella vendía productos cosméticos y otras cosas en una boutique. Entonces él le decía: “Como estás trabajando, te toca pagar la mitad de la luz o la renta”.
¿Cómo conciliar el trabajo con la familia? Barrientos responde:
“Se habla de trabajo-familia o de corresponsabilidad. Sobre cómo todos los miembros del hogar se deben involucrar, en particular los varones. Pero desde la economía feminista se plantea que no es una cosa de ser ‘progres’, de repartirnos el trabajo, sino de una crisis más profunda y civilizatoria porque ahora, con la actual situación económica del país, es imposible que los hogares sobrevivan con un solo salario.
“Si ambos en la pareja están trabajando, ocasiona una crisis en el trabajo doméstico y que haya una segmentación social entre los hogares que pueden pagar una niñera, una guardería, una mujer que haga el aseo y los que no”.
Tres veces discriminación
Si hay alguien autorizada para hablar del valor y la valoración del trabajo doméstico es Marcelina Bautista. Llegó desde Nochixtlán, Oaxaca, a la Ciudad de México cuando era una niña. Trabajó en casas dos décadas y es pionera en la lucha por los derechos de las trabajadoras del hogar, ya que ella es fundadora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH) y, después, el primer sindicato de trabajadoras del hogar del país.
“Yo empecé a trabajar a los 14 años y por ser niña dejé de estudiar. Mis sueños no eran ser trabajadora doméstica”.
—¿Qué querías estudiar?
—¡Cualquier cosa! Menos seguir trabajando en una casa toda la vida. Cuando una se mete a trabajar en una casa, olvídate, porque no vas a salir. Hoy, no hay una ley para las trabajadoras del hogar, nadie quiere hacer algo para este sector, del cual hay 2 millones 400 mil personas, la gran mayoría son mujeres.
—¿Los hogares se dividen entre quienes no pueden pagar una trabajadora doméstica y los que sí?
—No porque tengas más recursos te salvas. Todas las mujeres pasamos la misma situación; tengas o no tengas dinero, el trabajo doméstico lo tienes. Las mujeres con posibilidad de contratar a alguien están mandando, pero finalmente están a cargo del trabajo doméstico.
Para Marcelina Bautista el problema también se debe resolver desde la esfera pública. “Cuando nosotras tocamos el tema del cuidado, no sólo es quién cuida, sino quiénes cuidan a las que cuidan. Las mujeres que toda la vida se encargaron de los hijos, de su pareja, la casa, ¿qué pasa con ellas?”, cuestiona.
Morir sirviendo
“Yo me liberé, cuando mi hijo Ricardo dijo: ‘Madre, me voy de esta casa. ¿Te vas o te quedas?’ ¿Y sabes qué? Dije: ‘Me muero de hambre, pero jamás regreso’”, añade Irma Barrientos.
—¿Su ex esposo le da pensión?
—Ni un peso de este señor. Ni quiero. Soy muy feliz; hace 14 años que soy muy feliz.
Irma hace una pausa y recobra en la memoria una historia que no quiere dejar de contar: “Tuve una amiga de mi generación, Martha. Vivía junto a mí. Pero a ella sí, su marido no le daba nada de dinero. Tenía diabetes y murió de una manera fea. Tuvieron una discusión fuerte; al día siguiente se sintió mal y se quedó así, sentada en el sillón. Él todavía: ‘¡A ver a qué horas me vas a hacer de desayunar!’. Y Martha inconsciente, sin que él se acercara para cerciorarse de que estaba bien. Entonces llegó su hija, la fue a revisar y vio que estaba inconsciente. Tardó tres días en el hospital. Hasta que murió de un paro respiratorio... Cuando sucedió, mi hijo Ricardo me dijo: Ésa hubieras podido ser tú”.