Más Información
Ejército envía 100 elementos de las Fuerzas Especiales a Sinaloa; realizan labores de vigilancia en la entidad
“No habrá democracia plena mientras persistan desigualdades de género"; Rosa Icela Rodríguez llama a formar parte activa
Noroña se lanza contra Trump; qué aranceles deberíamos poner hasta que dejen de exportar armas y consumir drogas, cuestiona
Magistrada Mónica Soto defiende labor del Tribunal Electoral; sentencias han sido apegadas a la Constitución, afirma
INE analiza propuesta de Taddei para secretaría Ejecutiva; candidata está señalada por malversación de fondos
periodismo.investigacion@eluniversal.com.mx
Hace dos años, Éric Paz, un ex policía de 41 años, no hubiera podido tener este oficio, pues en México no existía. Ser uberista es de alguna manera una modernización del taxista, ese oficio rudimentario de transportar a una persona de un punto a otro. La compañía Uber no se considera una empresa de transportistas, sino de provisión de redes de transporte, un intermediario entre el dueño del automóvil y el cliente que busca llegar del punto A al punto B.
Para Éric, ser uberista no es tan distinto de ser un policía federal, su antiguo empleo.
“Hay que estar igual siempre alerta y de alguna manera hay que estar patrullando, en el sentido de que hay que estar conduciendo por toda la ciudad”, dice.
Éric Paz nació en la Ciudad de México, conoce sus avenidas, sabe de los atascones en Viaducto, del programa Hoy No Circula implementado cada vez que la contaminación se vuelve una amenaza para la salud. Tiene un hijo pequeño, una esposa y todos viven en el sur de la ciudad, su zona preferida para conducir por placer y por trabajo. Éric se toca los cachetes abultados cada que puede, en el semáforo, cuando Viaducto está libre, cuando está atascado. Le gusta la cerveza, pero nunca mezclarla con manejar el auto. Esos dos placeres no se llevan, y lo sabe bien.
Detectar a un uberista no precisa de habilidades extraordinarias. Hay que estar alerta de algunos elementos que, si bien no son exclusivos de ellos, en conjunto los delatan: un celular inteligente a la mano o montado sobre el tablero, un sedán de modelo reciente, de cuatro puertas, un individuo con camisa y, si hay oportunidad de echar un ojo dentro del auto, encontrarás el elemento clave: botellitas de agua.
Éric, al igual que otros 40 mil conductores en México —según cifras de la misma compañía—, tiene todos los elementos: un celular inteligente, camisa de vestir, un sedán siempre pulcro y cuatro botellitas de agua bajo los asientos.
Pero estar entre estos 40 mil tampoco es sencillo. Uber selecciona cuidadosamente a sus conductores, hace exámenes, revisa historiales, lleva a cabo entrevistas en persona.
El primer requisito es que el conductor o dueño del auto esté dado de alta como persona física o moral, para asegurarse de que paguen impuestos. Luego hay que revisar el automóvil: debe tener radio, aire acondicionado y ser modelo 2008 en adelante. Hay que hacer exámenes de manejo, antidoping, examen sicológico y presentar una carta de no antecedentes penales.
Debe contar con un seguro de cobertura amplia, licencia vigente y aprobar una entrevista presencial con personal de Uber. Una semana después el aplicante recibe un correo electrónico en caso de ser aceptado. Luego la recompensa: “Bienvenido a Uber”. Y, como a todo empleado nuevo, se le hace entrega de su equipo de trabajo: un teléfono inteligente con la aplicación de Uber instalada.
Este uberista no pertenece a un sindicato de transporte, sino que es su propio jefe; él conduce su propio auto y gana en la medida de lo que él decida trabajar.
Uber asegura que, hasta enero de 2016, la ganancia promedio de sus conductores es de 90.23 pesos por hora. Para 60% de ellos es su fuente única de ingresos, y para 40% restante es una forma de complementarlos. Además, 40% de sus conductores se encontraban desempleados y para 70% es la primera vez que se incorporan a la economía formal.
Éric gana alrededor de 6 mil pesos mensuales. Acepta que podría estar haciendo el doble, pero sólo es uberista en sus ratos libres, el resto del tiempo lo ocupa en su negocio particular. Pero al final está satisfecho. Asegura que encuentra placer en conducir y llevar “el pan honradamente a casa”.
En la Ciudad de México conducir por dinero es probablemente uno de los trabajos más hon- rosos, casi heroicos. Hoy, de acuerdo con los últimos datos del Inegi, la capital tiene registrados 7 millones de automóviles circulando en la zona metropolitana. En este siglo, el uberista es tan necesario como el ferrocarrilero en el siglo pasado: 20 millones de personas, tan sólo en esta ciudad, deben llegar a su destino todos los días. Y para quienes tienen acceso a un teléfono inteligente con internet y una tarjeta de débito llegar del punto A al B es tan sencillo como hacer click en una imagen satelital.
Nuestro uberista no es novato. Primero aprendió los atajos, avenidas, colonias, callejones de la complicada Ciudad de México como policía federal; luego como chofer particular. Hace un año, un anuncio pagado en Facebook le abrió la oportunidad de ser un uberista, de ser su propio dueño.
“Me llamó mucho la atención ocupar mi tiempo libre en un empleo en el que sería mi propio jefe”, cuenta Éric mientras espera otro viaje. A la vez que responde a mis preguntas, limpia su Nissan. Le pasa el trapo a la carrocería, tira las botellas vacías que dejó su último pasajero.
“La verdad, me encanta manejar, creo que ese es el común denominador entre todos mis empleos”, dice reflexivo, tocando sus mejillas con la mano derecha. Se acomoda el cuello de la camisa, aprieta la corbata. “Hay una sensación de libertad al conducir y luego una de gratificación al ofrecer un buen servicio”, continúa.
Pero no todo es así de lindo. Una de sus preocupaciones son los usuarios sospechosos: “Son clientes con gorra y lentes, van cambiando su ubicación continuamente. Como ex policía puedo detectar que no andan haciendo algo bueno, pero hasta ahora no me ha pasado nada”.
Lo que hace desconfiar a Éric es la idea de que estos pasajeros sospechosos estén traficando drogas en la ciudad, una modalidad que ha sido detectada por las autoridades en EU.
Los taxistas también lo ponen en alerta. “Me preocupan sus agresiones. Sí me ha pasado, sobre todo en el aeropuerto, pero hay que estar alerta nada más”.
Desde que Uber entró a México el gremio de taxistas ha intentado apropiarse del mercado, argumentando que la práctica de Uber es des-
leal y que los deja en desventaja ante la demanda de los pasajeros.
Incluso, se han registrado distintos enfrentamientos; en la mayoría de ellos los conductores de taxis han agredido a los uberistas.
En la Ciudad de México, el grupo de taxistas Génesis interpuso una denuncia contra Uber por el perjuicio económico que causa al gremio, y otra contra el secretario de Movilidad del gobierno capitalino, Héctor Serrano, por no frenar la operación de la empresa.
De acuerdo con sus estadísticas, Uber logró al cierre del año pasado un millón 200 mil servicios en México, lo que puso al país como la tercera nación con más viajes en el mundo.
Cuando termina esta conversación Éric irá a San Juanico, Estado de México. Alguien ha solicitado un viaje a aquella zona que conflictúa la seguridad del uberista.
Sus colegas le han contado de los asaltos, las golpizas, los secuestros. Pero Eric lo toma con calma. Sabe que al final de ese recorrido se dará “por bien servido”.
“No me niego a ir a ninguna parte, de todo se aprende algo nuevo. Además, si me están requiriendo, se los agradezco porque de ellos come mi familia”, dice antes de volver a echar a andar su Nissan.
El auto de Éric avanza hasta Viaducto y se mezcla con otros miles de uberistas que conducen hoy para ir o para regresar, para llevar o traer, por necesidad pero sin demasiada presión, como un acto de libertad o como uno que atenta contra ésta. Éric Paz, el ex policía, conduce hoy por todo lo anterior.