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Amediados de 2013 vi cómo el narco utilizó a los indígenas de la Sierra Madre de Chihuahua para traficar marihuana y cocaína de México a Estados Unidos. Llegué a poblados como Guachochi, Batopilas, Guadalupe y Calvo, y vi a jóvenes de 15 años cargar mochilas llenas de droga por más de tres días a cambio de un par de zapatillas para correr. ¿Por qué? Por dos razones: el Cártel de Sinaloa supo aprovechar el don ancestral que tienen los rarámuris, de correr sin cansancio durante días, a la vez que una fuerte sequía y la situación de miseria los dejaba desprotegidos. Hoy, esos jóvenes indígenas están poblando las cárceles de Texas.
No hay manera de decir indictment en rarámuri, la lengua de los tarahumaras. En español se traduce como “acusación formal”. Pero Juanito, un indígena de 22 años, no habla español, o eso dice en la Corte. Su abogado, el defensor público Cris Carlin, me cuenta: “A Juanito le instruyeron decir que no habla español”.
Juanito forma parte de esos jóvenes que están poblando las cárceles de Texas. De acuerdo con la Corte Federal del Distrito Oeste de Texas, la Oficina de Defensores Públicos en Alpine, Texas, y la oficina del abogado defensor Don Morrison en Las Cruces, Nuevo México, entre 2010 y 2015 el número de tarahumaras arrestados en la frontera con México se duplicó. Pasó de medio centenar a 100 detenidos.
Los primeros en ser aprehendidos fueron cuatro rarámuris cargados con droga. Llegaron a la Corte Federal del Distrito Oeste de Texas, en El Paso, en 2010. Cada uno llevaba una mochila con cerca de 20 kilos de marihuana al momento de ser detenidos por agentes de la Patrulla Fronteriza. De acuerdo con las leyes de Texas, a cada burrero —así se les llama a quienes trafican droga en la frontera— le tocaban hasta 20 años en prisión.
El sistema de justicia texano no sabía qué hacer con ellos. Era la primera vez que se enfrentaba a juzgar a un grupo de indígenas que no conocía ninguna de las lenguas habladas en la Corte. A los 10 días, tres de ellos aceptaron ser juzgados en español, se declararon culpables y no pidieron representación legal. S ólo uno dijo no entender ni español ni inglés, por lo que fue deportado a México.
Por eso, los hombres que contrataron a Juanito, en mayo de 2015, para que cruzara la frontera cargado con 15 kilos de marihuana bajo la promesa de un par de tenis, le dijeron: “Si no hablas español no te pueden llevar a la Corte y nomás te regresan a México”. Pero esos hombres no estaban actualizados.
Algunos meses después de los primeros cuatro indígenas detenidos, llegó un grupo de cinco. Desde su despacho en Alpine, Texas, Cris Carlin relata que llevaban la misma instrucción: decir que no hablaban español. También se les dejó libres. Luego llegó otra decena. Para inicios de 2011 las cortes federales en Texas habían visto más de 20 tarahumaras pasar ante un juez sin recibir condena.
El único intérprete
En 2001, una pareja de mexicanos recién llegada a Nebraska intentaba tramitar su licencia de conducir ante una oficina de angloparlantes mientras que ellos no hablaban una sola palabra en inglés. En la fila siguiente estaba Dale Taylor, un misionero estadounidense desempleado, hoy el único intérprete del rarámuri al inglés. Entonces Taylor aún no se dedicaba a las lenguas, pero hablaba español perfectamente y ayudó a la pareja mexicana en todo su trámite.
La oficina de Transporte Público de Nebraska le ofreció trabajo de tiempo completo como intérprete español-inglés y eventualmente lo llamaban de la Corte Federal de Nebraska para servir en juicios en los que el acusado no hablaba inglés. Así conoció a Albert Burke, otro intérprete español-inglés de la Corte Federal en El Paso, a quien años después le encomendarían buscar a un intérprete del rarámuri.
Taylor obtuvo su certificación oficial como intérprete en 2005. Seis años después, Burke lo llamó para ofrecerle un nuevo empleo: ser intérprete del rarámuri para las cortes texanas.
“Fue algo confuso para mí, porque no tenía idea por qué requerían un intérprete del rarámuri en Texas”, explica Taylor.
En su primer trabajo en la Corte Federal de Alpine, Taylor encontró a dos jóvenes morenos, de cabello poblado, lacio y oscuro, los rostros duros y nariz chata. Reconoció de inmediato sus raíces: eran rarámuris. Taylor vivió en la Sierra de Chihuahua durante 10 años como misionero en 1985. Ahí aprendió la lengua. Los acusados no portaban su vestuario nativo, como recordaba de su estancia en Chihuahua, ahora iban con overol naranja. Sus rostros eran de confusión, no de susto. Apenas tradujo a su lengua la pregunta del juez sobre si se declaraban culpables o inocentes y tres de ellos respondieron a todo. “Los rarámuris confiesan luego luego, no piden abogado ni representación, son honestos”.
Taylor, un hombre delgado, con el poco cabello que le queda encanecido, nació en Bolivia, de padres estadounidenses, también misioneros. Hasta 2001, cuando ayudó a esa pareja de mexicanos en Nebraska, se dedicó a apoyar a comunidades indígenas alrededor del mundo. Antes de visitar la Sierra Tarahumara estuvo en el Amazonas, en la parte que le toca a Brasil, y antes de eso viajó por todo Centroamérica.
“Nunca pensé en ser intérprete, pero es un trabajo interesante. Lo complicado viene justo en el rarámuri, porque el vocabulario de un tribunal no existe en esa lengua, y yo he tenido que buscar elementos que acierten”, comenta desde Nebraska, donde reside.
Cuando no está sirviendo en la Corte en aquel estado, Taylor viaja a Texas, Arizona o Nuevo México a servir como intérprete del rarámuri cada vez más seguido. “El problema ha incrementado tanto que nos hemos visto en la necesitad de usar un canal remoto, para cuando no puedo viajar a esos estados poder igualmente servir como intérprete”, dice.
En los últimos cinco años, el intérprete ha participado en cerca de 15 juicios a rarámuris, todos por narcotráfico. Sin embargo, asegura que existen muchos más: “Yo sólo he servido en unos 15, porque el tarahumara tiene tres dialectos y yo solo sé uno. Además, en otros casos los rarámuris hablan español y no requieren mis servicios”.
Además de los casos que no requieren de Taylor, existe otro centenar de quienes no son arrestados, aseguran fuentes oficiales de EU.
La promesa de los tenis
En abril de 2015, un par de hombres del mismo poblado donde nació Juanito, en Norogachi, se le acercaron mientras buscaba empleo. Le ofrecieron dinero, le dijeron que a largo plazo podría incluso comprarse “un camionetón”, y luego señalaron la pick-up en la que llegaron. Las razones por las que Juanito aceptó no las sé, pero estando en la Sierra de Chihuahua no es difícil imaginarlas: las comunidades rarámuris en Chihuahua viven en estado de pobreza crítico. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la Población Indígena en la Sierra Tarahumara es de 0.310, cifra menor a la de Níger, el país más atrasado, con un IDH de 0.330. En total son unos 104 mil 234 rarámuris viviendo en la Sierra Tarahumara sin acceso adecuado a la alimentación.
Lo que le ofrecieron como pago inicial a Juanito fue un par de tenis marca New Balance. Con ellos cruzó el paradisiaco Big Bend, una reserva natural en el desierto de Chihuahua —el más biodiverso de América—, hasta llegar a una carretera que da a Alpine, Texas, donde fue arrestado por agentes de la Patrulla Fronteriza antes de entregar la carga. No hubo camioneta, ni dinero en efectivo. A cambio obtuvo 20 años de prisión en Estados Unidos.
“La mayoría viene en grupo”, explica Taylor. “Como Juanito, dicen que no hablan español para que los liberen, pero eso se acabó desde que me encontraron...”. Juanito ya no tuvo suerte.
Norogachi, enclavado en un cañón de la sierra en el municipio de Guachochi, tiene una población de 900 habitantes. Su nombre significa “cerros redondos”, por la disposición de la orografía que lo rodea. Llegar aquí es casi imposible: siete horas desde la ciudad turística de Creel en un automóvil todoterreno, o en avioneta. De esta comunidad sale la mayoría de los jóvenes burreros hacia Estados Unidos.
Randall Gingrich, director de Tierra Nativa, una organización sin fines de lucro que ayuda a los tarahumara económicamente y les da apoyo legal, asegura que 5% de la población en Norogachi se dedica a sembrar o cruzar droga al vecino país. “Las mujeres rarámuris son muy ágiles para recoger la marihuana, y los jóvenes están todos expuestos a ser esclavizados como burros para cruzar droga”, dice el estadounidense residente en Chihuahua.
Gingrich comenta que los últimos jóvenes que fueron reclutados para cruzar droga hacia Texas fueron cuatro: “Dos de ellos regresaron luego de unos meses, acaban casi de volver, uno está encarcelado y otro desaparecido”.
En mi último viaje a Batopilas, en diciembre pasado, encontré a dos jóvenes rarámuris que podrían representar el reciente sentir en la sierra respecto al narco. A ambos les ofrecieron lo mismo que a Juanito una semana antes de conocerlos, pero se negaron.
“Ahorita ya no vale la pena. Dicen que en la frontera los tratan muy mal”, explica uno de ellos, un joven de 18 años. “Un compa me dijo que era mucha carga, que casi no les dan agua y que los terrenos son bien difíciles porque no los conocen”. Su compañero, otro rarámuri de 20 años, tímido agrega: “Y luego ni les cumplen lo que ofrecen”.
En lugares como Norogachi el narco es omnipresente. En un recorrido de siete horas me crucé con un retén de narcos, hombres armados con una camioneta atravesada sobre el lecho de un breve río a la entrada de Batopilas. Al reverso de un anuncio de curva, sobre la carretera, pintaron con aerosol “100% chapos”.
Gingrich afirma que una de cada ocho comunidades de la Sierra de Chihuahua está involucrada con el narco.
Los abogados de los indígenas
A Juanito lo representa Cris Carlin. Él conoce bien el trayecto de los rarámuris. Sabe, por ejemplo, que los burreros dejan la carga a lado de la carretera para que otro hombre, típicamente un estadounidense, la recoja sin que ninguno de los dos tome más riesgos. Eso hacía Juanito cuando fue arrestado. “A los rarámuris les ofrecen trabajo. Muchos no saben de qué se trata en un inicio. Cuando llegan al lugar acordado les dicen: ‘Bueno, ya que estás aquí, tu trabajo es cargar droga’, y realmente no tienen opción, son estafados”, explica Carlin.
Según las leyes estadounidenses, el ser estafado para cometer un delito no sirve como defensa. Bajo las leyes de aquel país el acusado debe comprobar que estuvo “bajo amenaza constante” para que el argumento cuente como una defensa legítima. “El narco en México utiliza a los tarahumaras porque son particularmente vulnerables”, dice Carlin.
Los rarámuris como Juanito, arrestados en EU, sufren de altos niveles de estrés, dice el defensor. “Aunque enfrentan el proceso de manera pasiva, consideran que era su destino, lo aceptan como cosa de mala suerte”.
Otro abogado que ha recibido decenas de casos es Ken del Valle, un defensor mexicoamericano establecido en El Paso, Texas. Sabe que no es cuestión de suerte que los arresten, sino de estadísticas. “Tan sólo en un año han sido arrestados en Texas unos 50, cada vez son más, vienen grupos más grandes con hasta 200 kilos entre 10 tarahumaras. El reto de representar estos casos es que no reciben cargos individuales. Si agarran a un grupo y cada uno tiene 10 o 20 kilos de mariguana, es una conspiración por el total, es decir, por 100 o 200 kilos. Y todos son responsables por toda la carga”, explica.
Juanito ahora lleva un “mono naranja”. El overol naranja que se usa en la prisión.