Mientras se recorre la ciudad de Culiacán se pueden ver tres ríos que la atraviesan, árboles que amainan el calor de verano, puentes de acero y nuevas construcciones que aparentan una economía boyante, pero si se observa con un poco de cuidado, si se revisan sus aceras, camellones, estacionamientos y carreteras, se pueden identificar abundantes cruces de metal, madera o cantera llamadas cenotafios, que se han convertido en un memorial urbano de personas arrolladas por la violencia.
En Culiacán, hogar del Cártel de Sinaloa, hay más de 2 mil 800 cenotafios que son el resultado de asesinatos entre mafiosos, víctimas de la violencia o accidentes viales. La cantidad de cruces es tan grande que equivale a más del total de los homicidios dolosos registrados en los últimos cinco años en el municipio (2 mil 516).
Los cenotafios —monumentos funerarios colocados en el lugar donde falleció la persona, sin que ahí esté su cadáver— son comunes en México, sobre todo en sus carreteras, pero en Culiacán, a la par del crecimiento de los homicidios provocados por la escisión del Cártel de Sinaloa en 2008 —Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael Zambada contra los hermanos Beltrán Leyva— éstos empezaron a ser más vistosos, no sólo por el incremento en cantidad, sino porque han sido adornados con lonas impresas con fotos y oraciones, globos de colores, flores sembradas alrededor de la cruz, pequeñas capillas, iluminación eléctrica, entre otros adornos utilizados en fechas importantes como cumpleaños, aniversarios luctuosos y navidades.
Para el defensor de garantías de Sinaloa, Óscar Loza Ochoa, estos monumentos expresan el dolor de la sociedad. “La gente busca guardar memoria de alguna manera. La ciudad es también un encuentro de sentimientos”, expone el integrante de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en la entidad, caracterizada por ser crítica del gobierno.
En una de las lonas instaladas en un cenotafio, se lee: “Podemos dejar de verte, podemos dejar de hablarte, pero nunca en la vida dejaremos de extrañarte”.
Aunque los datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) referentes a la capital de Sinaloa marcan una disminución en los homicidios —de 646 en 2011 a 441 en 2015—, Culiacán sigue siendo una ciudad con altos índices delincuenciales: la segunda más violenta de México (después de Acapulco) y la 17 del mundo, de acuerdo con estudios de 2015 del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, A.C.
Loza Ochoa lamenta que el gobierno no haya hecho nada para canalizar el sufrimiento acumulado en la sociedad a causa de los asesinatos, los menores huérfanos por la violencia, los desaparecidos o los desplazados; una angustia que, dice, tarde o temprano explotará.
Desde 2013, junto con otras organizaciones, el activista propuso que se creara un espacio de encuentro social para que la gente pudiera recordar a sus muertos de la violencia.
“Hay energías a partir de ese tipo de sentimientos que no han aflorado, y que en un momento determinado pueden reclamarnos no tan pacíficamente el hecho de que como ciudad o sociedad no hayamos encontrado ese tipo de caminos que ayuden a la gente a superar los problemas o a buscar cicatrizar ese tipo de heridas”, explica el profesor universitario.
Para Tomás Guevara Martínez, coordinador del Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa, los cenotafios son un “testigo mudo” de la realidad que se vive en Culiacán. “Nos recuerdan en qué ciudad vivimos, qué es lo que ha pasado y qué es lo que sigue pasando”, menciona el sicólogo social.
“Hay una sociedad muy dañada, pero también me da la impresión de que buena parte de la población no asume las dimensiones de este daño y puede estarlo naturalizando y pensar que esa es la época que le tocó vivir”, añade.
Esas cruces, que aparecen por miles en el municipio, han provocado la molestia de políticos locales que pretenden negar una sociedad herida, tanto que para este año se planea reiniciar el programa de sustitución de monumentos luctuosos iniciado en 2013. En esa fecha, el entonces alcalde Aarón Rivas —hoy aspirante a una diputación local— explicó que el retiro era para dar la imagen de una sociedad tranquila: “Para que la gente que nos visita de fuera no las vea”.
Hace tres años logró intercambiar 450 cenotafios vistosos por placas de mármol discretas. Ramón Osuna, jefe del Departamento de Panteones, reconoce que la tarea quedó trunca: “Mucha gente nos dio permiso, otra nos dijo: ‘Espérate tantito’ y otra nos amenazó, que no, que si los quitábamos ‘voy a ir por ustedes’… El programa se paró y lo íbamos a reinstalar este año, pero todavía no nos dicen para cuándo”, explica.