“Buenos días, busco algún objeto con la imagen del Papa”.
“Ah, claro que sí, joven, acá tenemos…”.
Las manos de Joaquín Ramírez, el encargado de atender el local Proveedora El Culto Católico, a espaldas de la Catedral Metropolitana, revuelven cajones y estantes y enseñan sobre el mostrador los souvenirs papales: medallas, cruces, cuadros, litografías, libros de oración.
“Y allá tenemos más…”.
Con el dedo índice, su mano apunta a las vitrinas con más objetos del Sumo Pontífice: muñecos de cerámica, estatuillas de pasta y, afuera, en la entrada de su local en el Pasaje Catedral, una estatua de 190 centímetros de alto que muestra al jefe máximo de la Iglesia católica inclinado, con su tradicional ropaje, esperando que alguien se siente en su regazo y, a cambio, deje unas monedas en la canastilla que descansa en sus rodillas.
“Llévese la foto con el Papa, está buena”.
Pero tal vez no me he logrado explicar. No busco objetos del Papa que falleció hace casi 11 años, el mismo que dejó de reinar hace dos mandatos. Quiero ver la mercancía que se vende del actual, a poco más de un mes de su visita a la ciudad de México.
—Busco del papa Francisco.
—Ah, no… de él no tenemos, joven. Es que usted preguntó por el Papa.
—Por eso, el papa es Francisco.
—No, joven: el Papa en México es Juan Pablo II.
Joaquín Ramírez sonríe con amabilidad. No es una respuesta insolente. Es una afirmación con enjundia porque le parece obvio que cuando sus clientes llegan al local que atiende desde hace 35 años y preguntan por el Papa se refieran a Karol Wojtyla y no a Jorge Bergoglio. Y para demostrarlo me pide que espere las reacciones que genera la estatua que tiene afuera.
Minutos después, Gloria Orantes, devota católica de una familia de cinco generaciones viviendo en la calle República de Argentina, en el Centro Histórico, pasa de largo de crucifijos, estatuillas de la Virgen, santos milagrosos y niños Dios, y cuando rebasa al papa Juan Pablo II de plástico chino, maquillaje de aerosol, tamaño jumbo, desanda los pasos, se arrodilla, se persigna y le reza una breve oración al maniquí.
—¿Por qué se arrodilla frente a esta figura y no otra, señora? —le pregunto.
—Porque éste es un santo y es papa —responde la mujer.
—¿Y se arrodillaría ante el nuevo papa, Francisco? —inquiero.
—No, nomás ante Juan Pablo II, porque
es mexicano.
Con el otro se hacían filas
—Buenos días, busco algún objeto con la imagen del Papa.
—¿De cuál papa quiere?
—¿Hay dos?
—Está Juan Pablo II y el de ahora.
—Pero “el de ahora” es el único papa...
—Bueno, sí… ¿del “de ahora”, entonces?
La hermana María del Carmen, una monja con cabellos de nube y voz afable, hurga entre los cajones del Centro Apostolado Litúrgico, un triple local también en el Pasaje Catedral, y saca de ellos la única mercancía con la imagen del Sumo Pontífice: un crucifijo de madera con su imagen pegada, con un valor de 71 pesos.
Le digo que busco los objetos que he visto en los videos de las anteriores visitas papales a la capital mexicana: peluches, muñecos, cómics, discos con canciones, mochilas, paliacates, mascadas, almohadas, hasta frazadas y aretes de oro con la imagen del jerarca católico. Quiero ver los síntomas de la papamanía en pleno 2016 y con el primer líder latinoamericano.
—Huy, no. No, es que la gente ahora no está atenta a eso… como que ya no le interesa.
—¿Usted vendía objetos religiosos cuando vino el papa “de antes”?
—Sí, Juan Pablo II. Y era muy diferente todo. Se hacían filas. La gente compraba. Es que Juan Pablo II era... ¿cómo le digo?, muy cercano, era muy cariñoso.
—¿Y le van a surtir mercancía del “de ahora”? Llega el 12 de febrero.
—No, ya no creo. Si ya no surtieron ahora, ya no lo harán.
—¿Y dónde puedo comprar algo del papa Francisco?
—A ver, por aquí debe haber alguien. No debe ser difícil.
Pero durante dos horas, por Tepito, La Lagunilla, Mixcalco y el Pasaje Catedral, los resultados de la búsqueda son escasos: medallitas de dudosa calidad en seis pesos, un calendario de 15 pesos, un paquete de encíclicas papales con el rostro del jesuita en 150 y un cuadro, el único de una tienda en Correo Mayor, en 200 pesos.
No hay rastro de la bandera del Vaticano cosida a la de México, los termos, las tazas, las chalinas, los cinturones, los pósters, los llaveros o los rosarios con su rostro.
Tampoco hay espejitos de 10 pesos, cuya venta se potencia con los letreros que decían: “Para saludar al Papa desde su azotea”.
“He vendido una estampa en un mes”
Del mismo modo que una lesión en la pierna izquierda del futbolista Lionel Messi o la afonía de Madonna pueden provocar el desplome de pequeñas fortunas, un Papa que no calienta los ánimos de sus feligreses es un pasivo en un negocio millonario del cual dependen desde empresarios con maquilas, fábricas y ensambladoras hasta el jefe de familia que vende esos productos a ras de la calle.
Souvenirs, objetos coleccionables y mercancía desechable para festejar la llegada del Papa a cada país contribuyen a engrasar una industria que cada año acumula ganancias cercanas a los 18 mil millones de dólares, según cifras de la Asociación Mundial de Turismo Religioso.
En el DF, la Procuraduría Federal del Consumidor comunicó en 2009 que, con base en un estudio de la Secretaría de Turismo capitalina, calculaba que la Basílica de Guadalupe convoca anualmente a 18 millones de turistas, quienes gastan 197 pesos, en promedio, por cada visita. Sólo esa porción del mercado representa, al menos, 3 mil 546 millones de pesos.
Otros cálculos dan idea de lo que vale un papa rockstar: en 2002, cuando Juan Pablo II visitó el Distrito Federal, el gobierno local calculó que su estancia ocasionaría la llegada de ocho a 10 millones de visitantes y 600 millones de dólares en derrama económica.
Tal cifra hoy no parece posible en los puestos ambulantes en el perímetro de la Basílica, mucho menos en el local de Manuel Vieyra, quien en el último mes sólo ha vendido una estampa de Francisco por 10 pesos.
—¿Qué pasa si la visita del papa Francisco no tiene buen impacto en las ventas?
—Pues nada, no pasa nada.
—¿No es una oportunidad desperdiciada?
—No, porque casi no preguntan por él. Malo es no vender virgencitas el 12 de diciembre, pero no vender a este papa en su visita… no creo.
—¿Es un mal Papa?
—¡Nooooo! Para nada. Pero el otro… Juan Pablo… ¡ah, ese cómo movía a la gente!
“John Paul, the second, el mero mero...”
—Buenos días, busco algún objeto con la imagen del Papa.
—¿De Francisco? Pues no, todavía no nos traen nada.
El local de Martha Fernández, sobre la Calzada de los Milagros, a medio kilómetro de la Basílica de Guadalupe, parece una sala de juntas de santos convertidos en piedra: allá San Martín de Porres, por allá San Judas Tadeo, más allá San Antonio y, cubierto con listones, está San Charbel. Para que el negocio vaya mejor, dice, vende sólo a los más populares y nunca oferta a la Santa Muerte o a Malverde, porque le espantan los favores que Dios le ha hecho por su vocación como comerciante de artículos religiosos.
Pero el santo estrella en ventas de este lugar es un hombre que ella vio de carne y hueso, a lo lejos, muy cerca de aquí, en 1999.
“Mi John Paul, the second. El mero, mero es él. La gente busca mucho cosas de él, mi Papa hermoso”, dice.
—¿Y Francisco por qué no vende? ¿Qué piensan de él sus clientes?
—Pues mejor que el otro papa, que Benedicto XVI, sí es. Y me cae bien, ha hecho cosas interesantes en la Iglesia , pero le falta algo. Tal vez en otros países su visita es algo enorme, pero acá en México nuestro corazón está con Juan Pablo II. Y van a pasar muchos años, décadas, para que alguien nos enamore así de nuevo.
—A ver, imagine conmigo: si fuera el papa Juan Pablo II el que viniera ahora y no Francisco, ¿cómo estaría el negocio ahorita?
—¡Huy! Ya tendría mercancía guardada allá atrás. ¡No, hombre, ya estaría yo haciendo pedidos! La gente se abalanzaba. Que una medallita para ver si el Papa la bendice, que la cadenita para lanzarla al Papamóvil, que los espejitos, las flores, ¡ya estaríamos inundados de cosas!
—¿Era otro ambiente?
—¡Totalmente! Huy, por estas fechas, a un mes de la visita, en mi familia no se hablaba de otra cosa. Ahora no, andamos muy tranquilos. Hasta con bajas ventas.
—¿Extraña esos días de buenas ventas?
—No, no. Yo extraño a Juan Pablo II.