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Esta cifra es como si cada 30 semanas en la ciudad de México desapareciera un carro de tren del Metro con todos los usuarios que viajan sentados y el gobierno no pudiera decir si están vivos o muertos. Como si cada 13 meses se perdiera el rastro de un avión del tamaño de la nave presidencial Benito Juárez, con todos sus pasajeros. Como si se hubiera extraviado el equivalente a 2.5 autobuses de la Línea 4 del Metrobús a su máxima capacidad y no se diera con el paradero de la gente.
Esta cifra son 227 adultos de 60 años o más que nadie puede localizar desde el 1 de enero de 2012 hasta el 31 de agosto pasado. Son 171 hombres y 56 mujeres que nadie sabe dónde están o si alguien los está buscando. En el DF se pierden un promedio de 200 ancianos al año desde 2012, según datos la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).
En el olvido
En 20 minutos, don Benito destrozará el único sueño que le queda a Armando, de 66 años. Lo hará con una mueca de dolor, como si no quisiera hacerlo, pero fuera necesario para contar esta historia de abuelos olvidados. Eso será en unos momentos. Ahora, don Benito escucha a su amigo con una mirada amorosa y espera pacientemente a que hable de su vida y el último deseo que tiene en el mundo.
Éste es Armando: se mueve sólo con andadera, inclinado siempre casi 90 grados por una cadera lastimada que no le quita el buen humor. Nació en 1949 en Tepito, en el centro de la ciudad de México. Huérfano de padre, su madre se dedicaba a lavar la ropa de sus vecinas. Creció como mudancero y en eso trabajó hasta su vida adulta. Está casado. Tiene cinco hijos —Catalina, Martín, Alfredo, Carlos y Ricardo— y durante muchos años formó parte del Escuadrón de la muerte del barrio, un grupo de alcohólicos en situación de calle a quienes los vecinos pronosticaban una muerte pronta por cirrosis. Pero hace año y medio venció el pronóstico y dejó el escuadrón, porque un día decidió estar sobrio para recuperar a su familia y aceptó que lo subieran a una camioneta con personal del Instituto de Asistencia e Integración Social (Iasis), quienes lo invitaron a reemplazar la banqueta por una cama en el albergue CAIS Cuautepec, donde esta tarde conversamos.
Para llegar hasta Armando hay que viajar en camión unos 45 minutos —a veces una hora— por una ruta de asaltos y distribución de drogas que empieza alrededor del Metro Indios Verdes y se alarga hasta el barrio Cuautepec El Alto, en Gustavo A. Madero. Ahí, tan lejos como se puede estar de los centros financieros y turísticos de la capital, el GDF puso techo desde 1982 a adultos mayores extraviados, abandonados o abusados. Y ahí viven Benito y Armando, junto con 261 más, en instalaciones divididas en una decena dormitorios colectivos que van del 1 al 10, según la funcionalidad del inquilino. Tratan de ser lo más dignos posibles, pero huelen a orines por los pañales apilados en el bote de basura.
“Desde hace año y medio estoy aquí y mis hijos no saben cómo estoy, dónde estoy”, dice Armando, aguantando las lágrimas, “aquí me tratan muy bien, pero me gustaría ver a mi familia para que sepan dónde estoy y que no estén con el pendiente. Yo digo que han de estar preocupados, han de estar preguntando por mí”.
Pero 20 minutos después, don Benito —también inquilino del albergue hace 18 meses, de 63 años, viudo, padre de tres— se aleja de su amigo y pide hablar en su dormitorio en voz baja.
“Ay, Armando… yo fui a buscar a su familia. Su hermana, su cuñado, yo les dije que estaba aquí, pero no se sorprendieron. Al contrario. No hubo interés en saber algo de él. Les di la dirección de aquí para que vinieran a verlo. No, no. Pobre… él piensa que lo están buscando, pero no… nadie… y mi amigo no va porque le da miedo que lo rechacen, prefiere pensar que sus hijos lo están buscando”.
La esperanza de Armando está puesta en una hoja de “Se busca” con sus datos, membretada por el Centro de Atención de Personales Extraviadas y Ausentes (CAPEA) de la procuraduría capitalina, que guarda en su cama del albergue. Ahí está la prueba de que lo buscan, asegura. Sin embargo, ataja don Benito, tal vez la llenaron sus hijos sólo para evitar ser acusados del delito de Omisión de Cuidado, que en el artículo 156 del Código Penal del DF establece que quien abandone a una persona incapaz de valerse por sí misma pagará hasta con tres años de prisión.
Benito es uno de los 821 adultos mayores que fueron reportados como extraviados por sus familiares en los últimos tres años y, al mismo tiempo, de los 594 que ya están ubicados por CAPEA, aunque no hayan vuelto a casa.
¿Y los 227 que fueron reportados y el gobierno no ha encontrado?
Las cinco hipótesis
Ana Gamble es la coordinadora de Gerontología del Instituto de Atención a Adultos Mayores (IAAM) del DF y reconoce que la ciudad tiene un fenómeno grave de ancianos perdidos.
“Soy especialista en el tema hace veintitantos años y cuando me hablaban de adultos mayores perdidos, yo decía: ‘¡No existe eso!’, y hoy sé, por CAPEA, que sí se pierden y muchísimo”.
Las autoridades federales son conscientes de este fenómeno “preocupante”, como lo describió la titular del Instituto Nacional de las Personas Adultas, Aracely Escalante: “¡Los 227 no es una cifra menor, pero debe haber muchísimos más adultos mayores extraviados! (…) Es un tema muy importante, que no se le da la importancia que se debe tener porque se trata de adultos mayores. Hay que hacer un análisis de este fenómeno que ya está en todo el país”.
Hay, al menos, cinco hipótesis para explicar por qué hay 227 ancianos ilocalizables, y van desde el natural deterioro mental hasta la delincuencia organizada. Una primera respuesta está en los padecimientos cognitivos: el IAAM estima que uno de cada 10 adultos mayores tiene Alzheimer u otra enfermedad similar, por lo que hay quienes salen de casa, se extravían y no pueden ser localizados porque ni siquiera recuerdan su nombre; una segunda, es que muchos huyen de un hogar donde son abusados por su familia, hartos de que ni vecinos o autoridades los ayuden a evitar el maltrato; una tercera, que los familiares los abandonan en parques, camellones, plazas, y para evitar ser consigados por ese delito les quitan las identificaciones y los hacen pasar por población callejera; cuarta, que algunos fallecen en la vía pública y no portaban credenciales, así que el gobierno no los tiene en una base de datos y tal vez su familia los esté buscando.
Una quinta hipótesis es la trata de personas en su modalidad de mendicidad forzada: adultos mayores vulnerables que son raptados y obligados a pedir dinero para beneficio de bandas criminales, que impiden que autoridades y familiares lleguen hasta ellos.
“Sería utilizar a alguien que cognitivamente está perdido, no sabe ni dónde vive y lo utilizo. Lo que hemos encontrado es que sí hay utilización de adultos mayores para pedir limosna”, reconoce Gamble, quien ha hallado casos en zonas de la ciudad como Pedregal y Copilco.
Hace dos años, recuerda, su equipo rescató de una banda de trata a una anciana que era obligada a pedir dinero en un supermercado de la delegación Tlalpan. Durante semanas observaron que bajo el sol o la lluvia la víctima tenía que mendigar en una silla de ruedas con un bote, galletas y un pañal para todo el día. Tardaron en llegar a ella más de lo previsto, porque cada vez que iban a rescatarla alguien avisaba a los tratantes y huían con ella en un vehículo.
El problema se ha vuelto tan grave desde hace un año que el GDF aceptó la ayuda de cinco tuiteras para combatir la ola de desapariciones de adultos mayores: el 26 de agosto de 2014 se creó en una alianza civil la llamada Alerta Plateada, símil de la Alerta Amber para niños extraviados, que trataría de evitar que más ancianos se sumen a la estadística.
Los ciberactivistas
“Hola, yo soy la que dirige a esas cinco mujeres de la iniciativa ciudadana muy extraña: buscamos adultos mayores y empezamos en Twitter. Somos Alerta Plateada”.
Así se presenta Eugenia Callejas, abogada de 55 años y ciberactivista titular de la cuenta @AlertaPlateada, que se describe como “ayuda para la búsqueda, localización y recuperación de adultos mayores desaparecidos, extraviados o sustraídos en la ciudad de México”.
Desde su casa, siempre revisando su teléfono en busca de nuevos tuits, Eugenia recuerda que la iniciativa comenzó con un encuentro entre el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, y varios tuiteros. Ella se acercó al mandatario y le explicó que debido a que tenía una cuenta vecinal de la colonia del Valle notó que desde 2012 se incrementaba el número de peticiones de ayuda para encontrar ancianos desaparecidos y propuso crear una alerta tuitera para buscarlos. Mancera asintió y ordenó a la Secretaría de Desarrollo Social comenzar pláticas con la abogada, quien invitó a una chef, una viajera, una politóloga y una estudiante a la creación de la Alerta Plateada, una iniciativa que desde su arranque en agosto de 2014 trabaja en dos vías: la gubernamental y la ciudadana.
Por un lado, la dependencia y el IAAM abrieron un registro para que cualquier habitante del DF mayor de 60 años susceptible a extraviarse pueda tener una pulsera Alerta Plateada. Ese plástico tiene un folio al reverso que, en caso de extravío del anciano, sirve a las autoridades para buscar su domicilio en una base de datos. Hasta ahora hay mil 500 pulseras entregadas, 500 a punto de tener dueño y 400 solicitudes.
La otra vía es la ciudadana: @AlertaPlateada es una cuenta con 7 mil 190 seguidores que sirve para replicar fotografías de adultos mayores perdidos. En cuanto CAPEA o algún tuitero necesita potenciar la foto de su ser querido extraviado, autoridades y ciudadanos se comunican con @AlertaPlateada para lograr entre 100 y 800 réplicas de foto y datos personales, principalmente de habitantes en las delegaciones Iztapalapa, Miguel Hidalgo y Cuauhtémoc.
“La cuenta de Twitter es de ciudadanos, no de gobierno. Nadie cobra un peso”, explica Eugenia. Las cifras que tiene @AlertaPlateada, asegura, son de alarma: según se lo comunicó personal del GDF cuando comenzó la iniciativa, en promedio se pierden 12 ancianos al día.
Y de las 134 alertas que ha emitido la cuenta @AlertaPlateada en su primer año de existencia, sólo en siete de cada 10 las activistas tienen la seguridad de que el adulto mayor fue localizado. Del resto, no saben qué sucedió con ella o él.
“Yo veo con preocupación los casos de trata de personas. Ahí está pasando algo, bandas que se aprovechan de los más vulnerables y en esa categoría hay muchos adultos mayores”, lamenta Eugenia, “es un fenómeno que crece”.
Si ese “tres de cada 10” no ha sido localizado, esa cifra es como si la ciudad de México perdiera un adulto mayor cada 16 días y el gobierno no pudiera decir si está vivo o muerto. Y nada de eso se convirtiera en un escándalo.