Eres el hijo del ex líder sindical del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y te has tragado un kilo de cocaína, separado en 70 cápsulas que llevas en el estómago, para trasladar la droga por avión desde la ciudad de México hasta España. Los medios dicen que lo hiciste porque formas parte de una banda de narcotraficantes que operan en hospitales del gobierno; tú dices que fue porque unos criminales en el DF te obligaron a hacerlo y si declinabas asesinarían a tu familia. Pero eso no le importa a la justicia ibérica: te atrapan en el aeropuerto en cuanto pisas Europa y te conviertes en un preso más de la cárcel Soto del Real, en la periferia de Madrid.

También eres una alumna destacada en Torreón, Coahuila, y tus buenas calificaciones te llevan a un intercambio estudiantil en España, pero en Europa pierdes el boleto de avión de vuelta a tu país. En lugar de pedir dinero a tu familia, encuentras trabajo en una empresa de limpieza que te emplea por medio tiempo hasta que tengas dinero suficiente para tu ticket aéreo. Pero la empresa es una fachada. En realidad es un centro de distribución de droga que controlan ‘narcos’ mexicanos y españoles. A los pocos días de tu contratación, uno de tus jefes te pide que lleves un paquete a un cliente. Tú crees que el portafolio tiene documentos. No: tiene bolsas con cocaína. Y la policía, que ya vigilaba esa empresa que te contrató, te aprehende. Vas presa a la cárcel Wad-Ras, en Barcelona.

Eres el esposo en un matrimonio con dos hijos pequeños, ambos menores de tres años. Los cuatro son felices, pero con una deuda hipotecaria que los asfixia, así que toman el último recurso que les queda para enfrentar al banco y que no les embarguen la casa: aceptar los 50 mil pesos que les ofrecen los ‘narcos’ de San Luis Potosí a cambio de que lleven paquetes de droga escondidos en sus maletas a España. Para hacer atractiva la oferta, los criminales prometen que allá alguien les intercambiará la droga por el dinero en efectivo, boletos de avión de regreso y un voucher para intercambiarlo por alojamiento y comidas por tres días en el viejo continente. El riesgo es alto, pero lo hacen porque les juraron que es sencillo y todo el tiempo el cártel contrabandea sin problemas. Pero nada es infalible y en el aeropuerto los detienen. Tú vas a una cárcel varonil en Madrid; tú esposa a una femenil en Barcelona; y tus hijos deberán vivir con los abuelos hasta tu liberación.

Eres un joven de Mérida, Yucatán, a quien en un antro le ofrecen miles de pesos por convertirse en el eslabón más pequeño de la cadena del narco; eres una chava que en el aeropuerto del DF le piden entregar un regalo a una persona en la terminal aérea de Madrid-Barajas.

Eres una historia, de muchas, que tiene el ex embajador de México en España, Jorge Zermeño, quien vivió el ascenso de España en la lista de los países con más mexicanos encarcelados. Hombres y mujeres convertidos en mulas para cárteles mexicanos. Por las buenas o por las malas.

Podrían llenar tres veces Almoloya

El gobierno de México no conoce cuántos connacionales están presos en el extranjero. Calcula —porque la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) sólo contabiliza a quienes desde alguna cárcel foránea han pedido asistencia a la embajada o consulado mexicano— que hoy el número se acerca a 41 mil 29: 40 mil en Estados Unidos y mil 29 en “el resto del mundo” por cualquier delito posible, desde conducir un auto sin documentos hasta delincuencia organizada y delitos sexuales.

De todos esos 41 mil 29, las cifras más vigentes del gobierno de la República ubican a 2 mil 613 mexicanos presos en el extranjero por narcotráfico: mil 785 en EU y 828 en “el resto del mundo”. Su tamaño es tal que podrían poblar tres veces la cárcel de máxima seguridad antes conocida como “Almoloya”.

Hasta el 10 de junio de 2015, después de EU, los “narcopresos” mexicanos se ubican principalmente en Perú, donde hay 254; le sigue Colombia con 86; Panamá con 84; Japón con 75; y España con 62.

Pero el país ibérico tiene una importancia especial: en los archivos históricos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), obtenidos a través de la Ley de Transparencia, en la última década España es el país que más mexicanos ha encarcelado: uno cada 130 horas desde 2005.

“En Estados Unidos el principal delito tiene que ver con delitos migratorios, es decir, ingresos indocumentados. Pero en el resto del mundo, son delitos contra la salud [narcotráfico]”, asegura Reyna Torres, directora de Protección a Mexicanos en el Exterior de la SRE.
Hoy en España duermen 62 compatriotas señalados como traficantes de droga: 49 en Madrid y 13 en Barcelona.

“La mayoría son mulas, es decir, cargan en su cuerpo, ropa o maletas pequeñas dosis de droga, principalmente cocaína, que deben entregar en España a cambio de una recompensa”, dice el exembajador Zermeño, “no saben que en España la penalidad por narcotráfico es entre 6 y 9 años en prisión”.

España, joya de la corona europea

¿Qué hace a España tan atractiva para los cárteles? Dice la ONU en su Informe mundial sobre drogas de 2007 que las costas de dicho país son la puerta de entrada de estupefacientes a Europa; la organización que logre abrir el picaporte tendrá paso libre para entrar a un mercado de usuarios que actualmente se estima en 80 millones de personas, según el Informe europeo sobre drogas de 2014.

En la década de los 80, los cárteles colombianos tenían esa llave. El principal cerrajero era Pablo Escobar, líder del Cártel de Medellín, pero desde 2007, según consta en documentos del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) —la agencia nacional española— las alertas comenzaron a apuntar hacia un nuevo jugador: los cárteles mexicanos, principalmente el de Sinaloa, seguido de Los Zetas y La Familia Michoacana, como lo documentó este diario en febrero de 2014.

Entraron por cielo, mar y tierra: por cielo, usando mulas; por mar, mediante cargamentos en buques que solían acuatizar en los litorales del sur español; y por tierra, enviando droga a países cercanos a España, desde donde se trasladaban de modo hormiga por las porosas fronteras de Portugal y Francia.

En 2009, el CNP admitió tácitamente que estaba rebasado por los cárteles mexicanos y aceptó la ayuda del FBI para tirar un puñetazo al crimen: ese año inició la Operación Aguas Turbias (Op. Dark Waters, en inglés) que vigiló a una empresa que transportaba desde el Golfo de México hasta Algeciras, España, barcos con cargamentos de piña, que en realidad eran ladrillos de cocaína. Tres años tardaron en armar un caso sólido hasta la detención en 2012 de cuatro narcos mexicanos. Uno de ellos dio una idea a las autoridades de qué tan fuerte era la presencia de los traficantes mexicanos en Europa: Jesús Gutiérrez Guzmán, primo de El Chapo Guzmán.

“Están aprovechándose de la ingenuidad y necesidad de la gente”, lamenta Zermeño, “hay gente que pierde todo por la promesa de dinero fácil que les hacen los criminales”.

Hoy, el mercado de las drogas sólo en España tiene un valor calculado en 6 mil millones de euros al año, según declaraciones hechas en 2014 por el ministro del Interior del gobierno español, Jorge Fernández Díaz.

Esto equivale a 287 millones de pesos diarios, un negocio del cual los cárteles mexicanos cada vez participan más activamente, sin importar que arruinen la vida de personas como Pepe, un diseñador gráfico del DF, quien sólo quería unos días de descanso fuera de su país.

“Si hablo, me matan”

La llamada sale desde una cárcel en Madrid, España, que no debo mencionar, y viaja hasta la ciudad de México, donde hace dos años vivía Pepe, un diseñador gráfico que, dice, fue engañado.

—¿Tú estás preso allá por narcotráfico?

—No, nada de eso, soy inocente…

—Me dijeron que llevabas cinco kilos de cocaína en una maleta…

—Sí, sí, pero es que no sabes. Allá en la Azcapo[tzalco], ¿conoces? Unos amigos de mi primo me contactaron. Chavos bien, ya sabes, fresones. Me pidieron ayuda, que tenían una maleta con ropa que debían llevar a España, con la novia de uno de ellos, pero no tenían tiempo porque tenían un negocio de playeras. Si yo la llevaba me daban 5 mil pesos y me pagaban unas vacaciones allá, comida y todo... Yo no soy narco...

—Y había droga en la maleta…

—Un chingo. Los kilos esos que dices. Me agarraron allá, uta, cuando vi que los policías sacaban puro polvo blanco, ¡vale madres! Me puse a chillar.

—¿No te pareció sospechoso?

—Por pendejo…

—¿Quiénes te pidieron el favor?

—Unos…

—¿De un cártel? ¿de qué grupo?

—No te puedo decir, si hablo me matan…

Su voz tiembla. Está nervioso. De repente le viene a la cabeza que es mala idea hablar.

—Ya voy a colgar, si se enteran que hablé con un periodista… adiós.

—Sólo dime, ¿de dónde eran?

—No, adiós, adiós…

—Espera, ¿en cuánto tiempo sales?

—En dos años, pero no quiero problemas, ahí pídele a Dios por mí…

Cuelga.

La llamada dura un minuto y 36 segundos. Aunque a Pepe y a mí nos separan 9 mil 76 kilómetros y un océano, siento que el control que mantienen los cárteles mexicanos en España flota pesado en el aire.

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