A Juan Pedroza Ramos su trabajo como chofer de transporte de carga lo llevó a tener malos hábitos alimenticios. Sus horarios cambiantes le impedían sentarse a comer tranquilamente a una mesa y sus más de 100 kilogramos de peso lo hacían sentirse cansado gran parte del tiempo. Al final, su cuerpo le cobró la factura. En 2008 —cuando tenía 34 años de edad— le diagnosticaron insuficiencia renal crónica.
Esta enfermedad ocasiona que los riñones pierdan la capacidad de filtrar las sustancias tóxicas de la sangre, mismas que terminan envenenando al organismo. La diabetes y la hipertensión son los dos principales males que la pueden desencadenar. En México al menos 140 mil personas padecen insuficiencia renal crónica, pero solamente 50% recibe tratamiento, de acuerdo con los datos de la Fundación Mexicana del Riñón (FMR). La forma más efectiva de contener esta enfermedad es mediante diálisis o hemodiálisis, pero en el sector privado los precios son abrumadores: desde 200 mil pesos hasta 360 mil pesos anuales, según cotizaciones hechas por EL UNIVERSAL.
Estos costos tan elevados han llevado a los pacientes a buscar una oportunidad de vida en las instituciones de salud pública. En 2014 el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) invirtió 5 mil 608 millones 209 mil pesos para atender tan sólo a 55 mil 101 derechohabientes con esta enfermedad, según el informe Estado actual de las terapias sustitutivas de la función renal en el IMSS.
Cuando Juan decidió acudir al médico fue porque su situación iba en picada. “Estaba muy obeso, pesaba como 130 kilos. Un día empecé a orinar mucha espuma, me daba mucha comezón en todo el cuerpo y estaba muy hinchado. Me dieron tratamiento con la esperanza de que no llegara a diálisis o hemodiálisis, pero la verdad nunca lo seguí como debía”, relata en la sala de espera del Hospital 1 de Octubre, al norte de la Ciudad de México.
Esta enfermedad incurable se intensifica de manera silenciosa, ya que los síntomas llegan en las últimas etapas. “Usualmente los pacientes no se dan cuenta y el diagnóstico surge de forma incidental”, explica Gustavo Olaiz, académico de la Facultad de Medicina de la UNAM.
De 2011 a 2015, esta enfermedad cobró la vida de más de 60 mil mexicanos. En promedio, cada año, se registran 12 mil fallecimientos.
Juan ha logrado “controlar” la insuficiencia, pero sólo porque su esposa trabaja como profesora en un kínder y es beneficiaria del ISSSTE. De otro modo, el dinero no alcanzaría para limpiar su sangre tres veces por semana.
Este es uno de los argumentos que en febrero de 2016 la diputada Rosalinda Muñoz Sánchez (PRI) presentó ante la Cámara Baja para solicitar que la Secretaría de Salud (Ssa) incluyera la atención y el tratamiento de la insuficiencia renal en el Catálogo Universal de Servicios de Salud del Seguro Popular, para así asegurarle a toda la población enferma que podrá ser tratada en estas instituciones de salud.
La respuesta de la secretaría fue directa: es inviable. La inclusión de tratamientos por daño renal ya se intentó en octubre de 2006 y fue imposible debido a los altos costos; es decir, la Secretaría de Salud admite que se atiende la insuficiencia renal o el resto de las enfermedades, pero no ambas.
“El costo del financiamiento es tan alto que amenazó con agotar los recursos del Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos (FPGC), dejando expuesto el financiamiento de las enfermedades cubiertas por el mismo, razón por la que la incorporación de ese padecimiento dentro de la cobertura del SPPS (Sistema de Protección Social en Salud) no es posible”, asegura la dependencia.
Los primeros meses Juan no necesito ningún aparato. La indicación fue un tratamiento médico, una dieta saludable y hacer ejercicio. Su dinámica seguía intacta y también sus malos hábitos. Su cuerpo comenzó a desechar más proteínas y su peso y sus fuerzas disminuyeron de manera tan acelerada que un día no pudo caminar. Lo que los médicos quisieron evitar fue ineludible: un tratamiento dialítico.
“Le dije a mi esposa que me llevara a urgencias. Me sentía muy mal. En el hospital me dializaron de inmediato”, cuenta Pedroza, quien afirma que en ese momento no podía dar ni 20 pasos sin sentir cansancio extremo como consecuencia del deterioro de sus riñones.
El caso de Juan fue empeorando. Al inicio la institución de salud le proporcionó una maquina con la que se dializaba en su casa. Todas las noches se conectaba un catéter a su riñón, que en automático extraía las toxinas y exceso de agua de su cuerpo en ocasiones. “Al inicio uno trata de llevar su vida creyendo que es igual”, relata Pedroza Ramos.
En 2012, cuatro años después de ser diagnosticado, Juan realizó los trámites para recibir un trasplante de riñón, pero los descuidos alimenticios en los que seguía cayendo le provocaron una peritonitis (acumulación de desechos en los intestinos). Cinco meses en el hospital le quitaron la oportunidad de tener un nuevo órgano. “Ya casi no la libraba. Después de eso, los doctores me pasaron a hemodiálisis”.
Imposibilidad de cobertura
En febrero de 2016 la diputada Rosalinda Muñoz Sánchez (PRI) aseguró que el más grave de los problemas de esta enfermedad es la desigualdad. Los derechohabientes de instituciones como IMSS o ISSSTE están cubiertos, pero no aquellos que son parte del Seguro Popular, afirma la legisladora. Con este argumento se solicitó que el tratamiento por insuficiencia renal se añadiera al Catálogo Universal de Servicios de Salud del Seguro Popular.
La Secretaría de Salud respondió que la enfermedad está considerada como un “gasto catastrófico” por el Consejo General de Salubridad y su tratamiento era responsabilidad del Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos (FPGC), ente que financia el Seguro Popular.
“Se les dice catastróficas porque son enfermedades que causan un detrimento fuerte en las familias. Es como el cáncer o los problemas cardiovasculares, son problemas crónicos que necesitan mucho dinero”, explica Olaiz.
“Estos pacientes son una carga económica para el sector salud, más cuando no se logra que se reintegren a la sociedad. Es gasto tras gasto, porque la hemodiálisis no resuelve el problema”, añade el doctor Andrés Bazan.
La imposibilidad económica de tratamientos y el desarrollo del padecimiento plantean un panorama poco alentador. La tasa de crecimiento anual de la insuficiencia renal crónica es de 11% desde hace una década, de acuerdo con la FMR. En 2025 se podrían registrar hasta 212 mil pacientes y 160 mil muertes anuales, según el estudio Enfermedad renal crónica y su atención mediante tratamiento sustitutivo en México, publicado por la UNAM.
“El sistema de salud no tiene capacidad para dar total atención a esta enfermedad y esto poco a poco incrementaría las cifras de mortalidad. Lo que le toca a la Ssa es evitar que los pacientes lleguen a niveles graves”, asegura Olaiz.
La magnitud de la enfermedad
A falta de un padrón nacional de pacientes con enfermedad renal crónica, el IMSS realizó en 2014 el Censo de administración de pacientes con Insuficiencia Renal Crónica (CIRC), en el que incluyó a derechohabientes que recibían tratamiento de terapia sustitutiva de riñón. Este es un censo pionero, ya que ningún otro organismo de salud pública tiene conocimiento de la cifra de enfermos ni la inversión en recursos.
El CIRC permitió identificar a 58 mil pacientes que llevaban tratamientos dialíticos y depuró cerca de 18 mil registros. EL UNIVERSAL, vía ley de transparencia, solicitó a la Ssa informar sobre el dinero destinado a esta enfermedad y el número de casos registrados de 2012 a 2016. La institución admitió no tener datos relacionados con ninguno de estos puntos y que en “los registros presupuestarios no se identifica un programa en específico para insuficiencia renal”.
Seguir con vida
Juan llega a la sala de espera y saluda a sus compañeros. En su mano derecha lleva una pelota de esponja para ejercitar sus conductos sanguíneos. Es miércoles. Día de hemodiálisis.
Desde 2012 los lunes, miércoles y viernes los pasa ahí; de la una hasta las cinco de la tarde. No importa si hay puente o días feriados, lo más importante es no fallar a su cita.
Juan se pone una bata y un cubre bocas, limpia su brazo con alcohol y se recuesta en un sillón reposet. Su sangre va a entrar y salir de su cuerpo durante las siguientes tres horas.
Las 11 máquinas para hemodiálisis del Hospital 1° de Octubre no paran. Es tanta la demanda, que así como Juan llegan casi una docena de pacientes en el turno de la noche. Todos buscando una forma de seguir con vida.