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estados@eluniversal.com.mx
Emelina Pérez Morales, de 33 años, y sus ocho hijos, el mayor de ellos de 18 años, vivían en El Caracolito, una comunidad ubicada en el municipio Las Margaritas, en la región de La Selva de Chiapas. Los caminos de El Caracolito, poblado como la mayoría de los que se ubican en esa zona, están surcados por arroyos de linfas cristalinas. Su población se reduce a unas 15 casas, pero está clasificado como de muy alta marginación por la Sedesol. Para llegar hasta ahí es necesario caminar más de dos horas por una vereda escarpada donde sólo las mulas suben con las cargas de sal, azúcar y otros productos perecederos.
En la mañana del día 25 de febrero, Emelina llegó a la sala de la casa del partero del pueblo. Dos noches antes un dolor en el vientre no la dejó dormir. Después de una revisión rápida le confirmaron que todo estaba bien y sólo requería un poco de descanso, no hacer esfuerzos y no levantar objetos pesados. En su semana 38 de embarazo todo parecía que terminaría bien.
Emelina regresó a casa, preparó una infusión de yerbas y el dolor desapareció.
La última tarea que tenía antes del parto era conseguir una gallina y prepararla en el fogón. La costumbre era que después de dar a luz esa sería su primera comida. Así lo hizo con el nacimiento de sus otros hijos.
Fue a buscar al animal y de regreso a casa sintió los mismos dolores que había padecido desde la noche del 23. Alcanzó a llegar a la vivienda y llamaron al partero. Minutos después nació un pequeño varón. Para sorpresa de todos, el bebé estaba muerto.
En la cocina comenzaron a preparar el puchero para la madre, pero las cosas se complicaron. Los niveles de presión arterial de Emelina empezaron a bajar rápidamente. El partero sugirió que la trasladaran al hospital del IMSS de Guadalupe Tepeyac, el más cercano. Para llegar ahí tenían que bajar por la montaña hasta la comunidad Río Euseba, donde pasan los microbuses que hacen la ruta Las Margaritas (cabecera municipal) a San Quintín (municipio de Ocosingo).
Una vez que llegaran al punto de Río Euseba tendrían que recorrer otros 15 kilómetros hacia Guadalupe Tepeyac, una comunidad que fue bastión del EZLN hasta el 19 de febrero de 1995. También estaba la posibilidad de llegar a San Quintín, a 30 minutos de camino, pero no había seguridad de que la clínica estuviese abierta.
Uno de sus familiares le amarró a Emelinda una mascada en la cabeza, la cubrió con una cobija y en la oscuridad el hombre comenzó a caminar con la mujer en su espalda atada con un mecapal (tejido de ixtle para cargar bultos). Una pequeña linterna les alumbraba el paso en la lodosa vereda.
Aun un no amanecía, cuando Emelina y su familia llegaron al Río Euseba, lugar donde fue instalado un cuartel militar entre 1995 y 2000. La joven mujer estaba fatigada. Por su frente corrían algunas gotas de sudor. El silencio inundaba el ambiente. No se percibía el rugir de ningún coche que los pudiera llevar al rumbo de San Quintín. Sólo el ruido del agua de los arroyos a lo lejos.
Mientras esperaban el microbús, Emelina pidió descansar en la entrada del ex cuartel. Se recostó y cerró los ojos. Aún no amanecía cuando esta mujer de 33 años dejó de escuchar el murmullo del agua.