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En la madrugada del 7 de febrero de 2015, Brayan Fernando, de 16 años, abandonó su casa en Honduras. La violencia diaria y las amenazas de las pandillas lo obligaron a dejar su país. Era la cuarta vez que intentaría pasar por todo México y llegar a Estados Unidos.
Cerca de las tres de la mañana se unió a un primo y otro amigo. Juntos subieron a un camión que los llevó hasta Guatemala. El siguiente paso fue tomar una lancha para cruzar el río Suchiate, en la frontera con México. Cada uno pagó 15 quetzales (36 pesos mexicanos) por el transporte; 24 horas después estaban en territorio mexicano. Sentado en la sala del albergue Casa Tochan, en la Ciudad de México, este joven moreno y de cabello esponjado recuerda sus fallidos intentos para cruzar la frontera.
“Nunca he podido llegar a Estados Unidos, siempre me han agarrado y me han regresado a mi país”, dice Brayan. La primera vez era un niño de 12 años. No logró pasar de Chiapas. Se quedó detenido en la estación migratoria Siglo XXI, ubicada en Tapachula. Su viaje fue en vano. A las pocas horas iba de regreso a Honduras junto con otros menores de edad y familias.
De 2013 a 2015 las autoridades migratorias de México devolvieron a 54 mil 29 menores (de cero a 17 años) provenientes de El Salvador, Guatemala y Honduras, según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), que llama a este proceso retorno asistido, en el que se hace abandonar el territorio nacional a un extranjero remitiéndolo a su país de origen o residencia habitual.
El aumento no ha sido gradual. Hace tres años se registraron 8 mil 401 casos de niños devueltos; cuatro de cada 10 (tres mil 686), eran compatriotas de Brayan. En 2014 el brinco fue sustancial: 17 mil 921 menores de edad fueron remitidos a sus países; Honduras seguía estando a la cabeza de las cifras.
En 2015 los casos se elevaron a 27 mil 707. Poco más de la mitad, 14 mil 253, eran de Guatemala, según los datos de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación.
Alejandra Castañeda, coordinadora del Observatorio de Legislación y Política Migratoria del Colegio Frontera Norte, dice que muchos son el segundo, el tercero o hasta el cuarto intento de menores de edad por llegar hasta Estados Unidos.
“El trabajo de las autoridades mexicanas termina en el momento en que los niños son entregados a las autoridades de su país”, luego de eso no dan seguimiento, señala.
Tres meses después de que lo deportaran por primera vez, Brayan se encaminó de nuevo a la frontera norte. Esta vez logró subir a La Bestia, el tren que utilizan los migrantes para atravesar todo México, pero en el camino un compañero comenzó a gritar que migración había llegado por ellos. Las autoridades los detuvieron. Otra vez iba de regreso a Honduras.
Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), afirma que el país está dando preferencia a los acuerdos político-económicos con Estados Unidos y está fallando al artículo 4 Constitucional, que establece que todas las acciones que realice el Estado deben tener como prioridad el interés superior de la niñez.
“Con los operativos del Programa Frontera Sur la deportación ha incrementado. 86% de los menores que son detenidos son deportados, lo que es una violación grave a sus derechos humanos. Es obvio que si los niños y niñas vienen huyendo de la violencia de su país, regresarlos a su contexto en muchas ocasiones significa devolverlos a la muerte”, dice Pérez García.
La historia de Brayan se repite para cientos de menores que huyen de situaciones de conflicto en sus lugares de origen. A los 14 años, este joven hondureño hizo un tercer intento por salir de un país que registraba 16 asesinatos todos los días, según los datos del Ministerio de Seguridad.
Después de dos meses de andar en tren y caminando, Brayan por fin se acercaba a la frontera con Estados Unidos. Le costó 60 días llegar a Piedras Negras, Coahuila. “ Faltaban sólo como dos días, pero nos cayó el grupo Beta, el Instituto Nacional de Migración, la Marina y el Ejército. Te tratan como a un perro. Te agarran del cuello o del pantalón. Te golpean. A veces hasta te roban”, dice Brayan.
El viaje terminó en ese punto. De nuevo estaba sentado en un camión que lo llevaría hasta la frontera sur y de ahí partiría a Honduras.
El artículo 112 de la Ley de Migración establece que cuando algún menor de edad migrante no acompañado es puesto a disposición del INM, quedará bajo la responsabilidad de un oficial de Protección a la Infancia (OPI) el cual deberá atender y garantizar el respeto a los derechos humanos de los niños.
Es un tema mucho más complejo. “Los OPIs viven un conflicto permanente: son funcionarios de migración, que su tarea principal es deportar, pero al mismo tiempo se les encarga que determinen el interés superior del niño migrante”, dice el director de la Redim. Y si ocho de cada 10 menores detenidos son devueltos a su país, quiere decir que sólo se está cumpliendo con la labor policiaca, afirma.
México como una barrera
Miles de menores que intentan llegar a Estados Unidos son detenidos en su paso por México. De 2013 a 2015, 66 mil 620 menores fueron presentados ante las autoridades migratorias mexicanas. En la mitad de los casos no iban acompañados.
En 2013 las cifras no llegaban a las 10 mil detenciones. En 2015 se reportaron 34 mil 871. Cinco de cada 10 (17 mil 335) eran menores de nacionalidad guatemalteca.
El comisionado del INM, Ardelio Vargas Fosado, asegura que México y los países vecinos de la frontera sur enfrentan una crisis humanitaria permanente, por los flujos migratorios centroamericanos a territorio nacional.
La problemática se hace más fuerte al hablar de los menores. Se han encontrado niños de cinco años viajando solos o en grupos de migrantes. “Muchos centroamericanos dicen que no quieren acudir al refugio, porque argumentan que no les va a servir para llegar a Estados Unidos. Nos dicen: ‘regrésame a mi país, porque en una semana voy a intentarlo otra vez’”, explica.
En el documento de los derechos humanos de las personas que transitan por México del INM se establece que las autoridades deberán poner al niño a disposición del sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y así tener las atenciones adecuadas. Rara vez ocurre.
Tres intentos fallidos no fueron suficientes para que Brayan se diera por vencido. En febrero de 2015 llegó de nuevo a México, pero él y su primo fueron detenidos cerca de la frontera sur. “A él lo regresaron a Guatemala. A mí me dejaron porque no quise dar ningún dato de mi familia”, señala. El joven, ahora de 17 años, estaba sentado en la misma estación migratoria de Tapachula que conoció cuando apenas tenía 12. “Te dan comida cada seis horas. Dormimos en cuartos muy grandes, pero en el piso. Si tienes suerte y hay poca gente te toca colchón”, comenta.
Treinta días después les informaron que todos los menores de edad de esa estación migratoria serían canalizados a un DIF. Ahí sólo estuvo 15 días. “Me hice amigo de un salvadoreño y planeamos como salir”, dice.
No todos corren con la misma suerte que Brayan. El director de la Redim explica que por lo general sólo los menores de 12 años son enviados a los albergues del DIF. El resto se quedan en las casas migratorias con otros adultos. Esto ocurre bajo el argumento de que existe una probabilidad más alta de que puedan formar parte del crimen organizado.
Refugio en la capital
En la calle Pavorreal, de la colonia José María Pino Suárez, se observa una casa de dos niveles. En la pequeña entrada de color negro está la Oración del Migrante. Las paredes que rodean las escaleras que te llevan al patio central relucen por el brillo de los colores que conforman un mural con memorias en forma de dibujos hechos por los migrantes.
En este albergue hay 16 centroamericanos que están en espera de conseguir asilo. Sólo hay dos menores. Ambos con el mismo nombre: Brayan. Uno tiene 11 años y viaja con su madre. El otro es la cuarta vez que está en México.
Casa Tochan surgió por la necesidad de los migrantes de permanecer en algún lugar mientras realizan el trámite de asilo. “Nos han llegado niños canalizados por el cónsul de una manera irresponsable. Vienen, los dejan y no se acuerdan de ellos nunca más”, explica Gabriela Hernández, coordinadora del refugio.
La pequeña casa está saturada. El plan Frontera Sur es la principal causa. “Ahora hay más retenes y detenciones. Esto hace que los migrantes agarren nuevas rutas que están muy lejos de los centros de apoyo y corren más peligro. A algunos los recibimos incluso sin que nadie los mande”, dice la experta.
Brayan lleva en México un año tres meses, en todo este tiempo no ha visto a sus papás ni a sus cuatro hermanos. Su único medio de comunicación es Facebook, que puede utilizar por las dos computadoras con las que cuenta Casa Tochan. “Pero yo molesto a mi papá, entonces me bloqueó y ya no puedo escribirle”, dice.
Lleva seis meses en el albergue. Un cuarto con varias literas es el hogar que comparte con el resto de los hombres centroamericanos. Cada uno tiene un locker en donde pueden guardar sus pertenencias. Trabaja en una construcción como albañil, sus manos ampolladas y vendadas los confirman. Su sueldo es de mil pesos semanales. Ya empezó a ahorrar porque quiere llegar a Memphis, en el estado de Tennessee, en donde lo esperan sus primos y sus tíos.