Periodismo de datos

Metrópoli de las mujeres ausentes

Más de 3 mil mujeres no han sido localizadas desde hace tres años en la CDMX y mil 481 en el Estado de México, en los últimos tres lustros. Las edades son entre 13 y 20 años

Alma Estela, mamá de Ana Paola, está segura que su hija está siendo retenida por alguien más. Asegura que “no puede volver a dormir en paz”, al afirmar que no dejará de buscarla (FOTO: LUIS SANDOVAL.EL UNIVERSAL)
16/05/2016 |02:30Daniela Guazo |
Redacción El Universal
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Ana Paola Franco recientemente cumplió 21 años, pero esta vez no apagó las velas de un pastel rodeada por su familia. La tradición se rompió. En su cuarto está su ropa, su cama y sus grandes muñecos de peluche. Los recuerdos de la vida que llevaba. Todo está intacto desde el 9 de febrero de 2016. Ese fue el último día en el que la joven salió de su casa rumbo al trabajo y se despidió de su hermano con un simple “Nos vemos en la noche”.

Más de 24 horas después de no saber nada de ella, su nombre se añadió a un volante con su fotografía y sus señas particulares. Estas fichas, emitidas por el Centro de Atención a Personas Extraviadas o Ausentes (Capea) de la Ciudad de México, no son noticia. Su caso fue uno de los 187 reportes de mujeres desaparecidas que se llenaron entre enero y marzo de 2016 en la capital.

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Un lugar en el que nadie ve nada.

Metrópoli de las mujeres ausentes

Al sur de la ciudad, pasando uno de los parques de diversión más famosos de la zona, los caminos comienzan a extenderse hacia lo alto del cerro del Ajusco. Casi al llegar a la cima de una de estas calles está la casa de la familia Franco Aguilar. Sin cámaras de seguridad del gobierno local instaladas en algún punto cercano, no hay ojos que vigilen lo que aquí ocurre.

Paola conocía bien el rumbo y prefería caminar. Su rutina era muy sencilla: todos los días salía a las siete de la mañana. Primera parada, dejar a su hermano, de 12 años, en la secundaria. De ahí se iba a un pequeño negocio familiar donde era capturista. A la una regresaba a comer a casa y dos horas más tarde, volvía al trabajo.

Ese martes los puntos ya no se unieron. Después de las cinco de la tarde, Óscar Franco, padre de Paola, recibió una llamada que le trastocó la vida. Le informaron que su hija no había regresado a trabajar.

“Llamé a su celular y nada. Tardé 40 minutos en llegar a mi casa. La fui a buscar a unas vías del tren cercanas que están rumbo a Cuernavaca. Si le habían hecho algo, a lo mejor me la habían dejado ahí”, relata.

La imagen de la joven de 20 años comenzó a difundirse en redes sociales. Familiares y amigos compartieron su foto con la esperanza de que alguien llamara y les diera algún dato. Las horas transcurrieron y las respuestas jamás llegaron.

Óscar quería actuar rápido. Salió hacia las oficinas del Ministerio Público de Tlalpan. Ahí se topó con la pared más grande que encuentran las familias en una situación similar: “Tiene que dejar pasar 48 horas porque es mayor de edad”. Salió del lugar, con la zozobra de que nadie la buscaría.

En los protocolos de búsqueda de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) no se habla de un periodo mínimo de espera. “El Ministerio Público deberá actuar de manera coordinada con la Policía de Investigación y los Servicios Periciales, de manera pronta, expedita y exhaustiva desde el momento en que tienen conocimiento de los hechos”, así lo marca la ley.

Afuera del lugar, un agente de la policía le aconsejó: “Vayan directo a Capea. Si levantan la denuncia aquí, es probable que llegue en casi un mes allá”, cuenta con tristeza Alma Estela, madre de la joven.

Apenas regresaron a su casa sintieron un vacío en el estómago. El hueco de un hijo ausente. Marcaron una y otra vez al celular de Paola. Le mandaron mensajes. Nada, el teléfono estaba apagado. El tic tac del reloj se hizo insoportable. Fue la primera de muchas noches sin dormir para los Franco Aguilar.

Sin ayuda para encontrarlas

El número 103 de la calle Dr. Andrade, es el punto inicial para muchas familias que buscan a una persona en la ciudad. El edificio de tres niveles cubierto con ventanales que reflejan todo lo que ocurre en el exterior, es la sede de Capea. Aquí se iniciaron 6 mil 57 averiguaciones especiales en los últimos tres años, dice José Antonio Ferrer, director de la institución. Seis de cada 10 casos, es decir, 3 mil 430 eran mujeres.

“Cuando se tiene algún familiar extraviado o ausente, la ciudadanía puede acudir directamente a Capea o a cualquier agencia del MP para hacer su reporte”, dice Ferrer.

Este Centro hace desde una búsqueda inicial en hospitales, ministerios o albergues, hasta la solicitud a la Secretaría de Seguridad Pública e investigación en el lugar de la ausencia, asegura su director.

“Todo lleva un proceso y un protocolo”, fue lo que escucharon al final de su primera visita en Capea. Después de estar casi un día ahí, Óscar sólo obtuvo un foto-volante con el número de registro AYO/447/2016. Las impresiones corrían por su cuenta. Esa primera vez sacó mil copias. Pegar los carteles también era su trabajo. Arriba de la foto se lee: ¿La has visto?

El mismo día recibieron una llamada. Una voz joven les decía que estaba bien, que no tenía celular y que creía estar fuera de la ciudad porque no reconocía nada. El cronómetro aún no marcaba un minuto cuando la línea se cortó. “Estoy segura de que era Paola”, asegura su madre.

Les informaron esto a los agentes encargados de su caso. Sabían que detrás del dueño de esta línea telefónica podría estar el responsable de la desaparición de su hija. “No quisieron investigar el número. Que seguro era una llamada falsa”, dijo Alma Estela.

Más de 40 días pasaron y no se consiguió el rastro del celular de Paola ni el informe de su tarjeta de nómina. El perímetro territorial que marcaron los agentes no abarcaba ninguna cámara de seguridad, aunque unos metros más adelante sí existía una, y cuando lo notaron ya era demasiado tarde para obtener las grabaciones.

Capea no tenía nada. El error de los padres: aceptar en la declaración inicial que su hija tenía un pretendiente. “Seguro se fue con el muchacho y en cualquier momento los llama”. La frase del agente del MP fue un golpe para Alma Estela y Óscar.

El lugar donde no pasa nada

El nombre de Ana Paola Franco es uno de los tantos que integran la base de datos de personas extraviadas en la ciudad, conocida como Capea. La Unidad de Periodismo de Datos de EL UNIVERSAL sistematizó estos registros, disponibles para consulta en la página de la PGJDF a marzo de 2016, para descifrar a cuántas mujeres se está buscando en la capital.

De los 6 mil 878 reportes con los que hasta ahora cuenta el sitio, 3 mil 54 son de mujeres. Los años de registro van de 2002 hasta finales de 2015.

José Antonio Ferrer asegura que la página web se actualiza constantemente y cuando encuentran a una persona, se elimina del portal en línea.
¿Entonces todos los casos que hay ahí están vigentes?

—Sí.

En cada ficha está el rostro y descripción general: edad, estatura, color de cabello, tipo de cara, ojos, nariz y boca. También aparecen datos del lugar en el que fueron vistas por última vez. Abajo, junto al número de expediente, la palabra “AUSENTE”. Ferrer, de Capea, es contundente al describir lo que hace la institución a su cargo, “nosotros no conocemos de desaparecidos. Son personas extraviadas o ausentes”.

En el único registro que existe en la Ciudad de México para buscar a una persona, sus nombres fueron encasillados como “ausentes”. El director de Capea describe este término: “Es cuando una persona sale de su domicilio por relación propia. A lo mejor por problemas en el seno familiar, pero por decisión propia no pretende regresar”.

Organizaciones como la Red por los Derechos de la Infancia (Redim) están en contra de estos tecnicismos. “El decir ausente, extraviado, no localizado, es tener una determinación que te bloquea la posibilidad de comenzar una búsqueda apropiada”, dice Juan Martín Pérez, director de Redim.

En seis de cada 10 registros encontrados en el sitio de Capea, es decir mil 972, las jóvenes tenían entre 13 y 20 años la última vez que fueron vistas. Las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Cuauhtémoc reúnen el 44% de estos casos.

Entre 2009 y 2011 hay un promedio de 300 casos no resueltos, anualmente. En 2012 esta cifra llegó hasta los 432 reportes de personas del sexo femenino que no lograron regresar a sus casas. La cifra, lejos de disminuir, presenta incrementos importantes. En los registros de 2015 se encontraron los nombres de 522 mujeres que siguen desaparecidas, según los datos que están disponibles en la página de Capea.

Quién las busca

La Unidad de Periodismo de Datos de EL UNIVERSAL solicitó, vía transparencia el número de averiguaciones previas que se han abierto en la PGJDF por el delito de desaparición femenina. La respuesta aún no llega.

En el área de Comunicación Social de la misma dependencia tampoco dieron con la persona indicada para hablar sobre el tema.

El Observatorio contra la trata de personas con fines de explotación sexual de la Ciudad de México advierte que las autoridades no se quieren dar cuenta del problema. “La ciudad está comenzando a generar su propias víctimas de trata y el gobierno lo está ignorando”, dicen Gerardo Nava y Víctor Nuñez, miembros de esta organización que lleva más de cuatro años investigando sobre estos casos.

En 2015, la Comisión de Administración y Procuración de Justicia de la VI Legislatura peleaba porque se creara un registro de personas desaparecidas en la capital. En mayo de 2015, se promulgó la Ley para Prevenir, Eliminar y Sancionar la Desaparición Forzada de Personas y la Desaparición por Particulares en el Distrito Federal”.

El mandato incluía la creación de un sistema de información de víctimas de desaparición forzada y por particulares. Este registro tendría un espacio público para visualizar los datos y fotografías de las personas. Los encargados serían la PGJDF, la SSP y el Incifo.

A casi un año, Incifo aclara que ellos ya proporcionaron los elementos que pueden aportar y están a la espera de que la procuraduría termine de diseñar el sistema. La PGJDF no tiene una respuesta. El registro aún no existe y hay más de 3 mil mujeres en la base de datos de Capea bajo una categoría que no implica ningún delito: Ausentes.

“Hay una gran falta de sensibilidad y lo único que se está generando es impunidad y que este fenómeno crezca”, dice Ulloa.

La pregunta más complicada para una madre es saber hasta qué momento dejarán de buscar.

“No vamos a parar. Aunque me entreguen un cuerpo al cual llorarle, pero necesito saber en dónde está mi hija”, responde Alma Estela.

Cada miembro de la familia Franco Aguilar se aferra a algo. “Éramos sólo nosotros cuatro”, dice su padre. Óscar se obliga a creer que un día el cuarteto volverá a estar completo.