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Cecilia Navarro Sánchez trabajaba como maestra en la Escuela Normal de Naucalpan, tenía una maestría y un doctorado, y debido a su experiencia la invitaban ocasionalmente a dar algunas pláticas en otras instituciones. El 4 de septiembre de 2012 parecía un día normal en su vida. Acudió a su trabajo y después recogió a su hijo menor en el colegio. Alrededor de las cinco de la tarde ya estaban en la puerta de su casa, en la colonia Valle Dorado, en Tlalnepantla, Estado de México. La mujer de 52 años se despidió del menor diciéndole “Voy a Toluca. Regreso al rato”. Pero en algún punto entre estos dos sitios su rastro se desvaneció.

Hace unas semanas se cumplieron tres años desde que la familia Campos se quedó incompleta. En la sala de su hogar aún están los recuerdos de lo que era su vida antes de ese martes negro. Aquel día Cecilia acudiría a una reunión del gremio en Toluca; llegó la noche y no regresó a casa.

Ahí fue cuando la historia se partió. Las horas transcurrían y sus tres hijos y esposo pensaron en un sinfín de posibilidades, menos que no volverían a saber nada de ella. Llamaron al lugar en el que sería la reunión y comenzaron las malas noticias: Cecilia nunca llegó a la cita. “Lo primero que pensamos fue que había tenido un accidente”, dice su hija de 30 años.

Era casi media noche y su esposo, Javier Campos, junto con uno de sus hijos salieron a recorrer cada punto de la misma carretera por la que ella tenía que haber transitado. Preguntaron en un módulo de la Secretaría de Seguridad Pública ubicado en el Desierto de los Leones, en las oficinas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SCC) en Paseo Tollocan y en la Procuraduría Mexiquense, pero en ningún lugar encontraron respuestas.

Cecilia Campos, hija de Navarro Sánchez, se dirigió primero al Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (Capea). Después fue al Ministerio Público de Tlalnepantla, pero ahí se topó con la misma excusa que han escuchado miles de mexicanos: “tienes que esperar 72 horas para iniciar la averiguación”. En ese momento aceptó el dicho del ministerio sin chistar. “Te haces estúpido cuando te pasa algo así. No sabes qué hacer”, dice Cecilia.

El único recurso que tuvieron fue sacar 500 copias de la ficha de Capea y repartirlas por su cuenta. Estaba a punto de amanecer y la familia Campos seguía sola en su búsqueda. Después de tocar la puerta de diferentes instancias gubernamentales, tanto locales como federales, todo los regresaban al Ministerio Público de Tlalnepantla. En el segundo intento tuvieron mejor suerte. Lograron levantar el acta de desaparición y les dieron una cita con Miguel Ángel Contreras, quien llevaba apenas un mes en el cargo de Procurador del estado.

Por un momento vieron un rayo de luz en el camino. Se solicitaron la sábana de llamadas y un equipo de inteligencia de la Procuraduría comenzó a analizarlas. Pero todo se convirtió en un laberinto sin salida. La investigación estaba estancada.

Con la mirada clavada en el piso, Cecilia recuerda cada excusa que las autoridades le decían cuando solicitaba algún adelanto en la indagatoria, “Una semana es muy poquito para darte adelantos. Pero para nosotros un día era una eternidad”, dice entre sollozos al recordar las barreras a las que se ha tenido que enfrentar en la búsqueda de su madre.

Al inicio acudían cada viernes a la Fiscalía de Asuntos Especiales de Toluca, después los cambiaron a la de Tlalnepantla. En tan solo un par de meses, tres fiscales diferentes se hicieron cargo de su caso.

Cuatro meses después de que iniciaran la búsqueda, la Oficina Coordinadora de Riesgos Asegurados (OCRA), del Estado de México, les informó que en uno de sus corralones estaba el auto de la maestra, pero había llegado ahí desde un mes atrás.

La pista, que en un inicio parecía tan fuerte, se les diluyó entre las manos. El automóvil de Cecilia había sido abandonado en una calle en el municipio de Naucalpan a los pocos días de su desaparición. Una vecina llamó en varias ocasiones para reportarlo, pero nadie escuchó. No solo eso, justo arriba de donde encontraron el auto estaba una cámara del C4, pero las grabaciones solo perduran tres meses.

Cecilia está cansada de pensar en el “hubiera”, pero sabe que en esos videos que ya no existen podría estar la respuesta de lo que le paso a su madre ese día.

Han pasado más de mil días desde que Cecilia Navarro no pisa su casa, no despide a sus hijos para ir al trabajo o a la escuela y no les da las buenas noches. Las rutinas de todos dieron un giro de 180 grados. Su hija mayor no puede contener las lágrimas al pensar en la desaparición su madre “Te falta un pedacito de ti, de tu vida. ¿Qué haces? Pues tratar de cubrir esos espacios, aunque nunca lo logres”.

Intentando reponerse y con entereza en su voz, Cecilia admite que antes no sabía mucho sobre el tema de los desaparecidos, pero ahora sabe que “Es una situación que está pasando en todos lados. Hoy soy yo, mañana es otra familia. Esto tiene que parar”.

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