Las negociaciones del gobierno mexicano con el de Estados Unidos, sostenidas en días pasados, respecto a los aranceles y la migración, resultan fundamentales para el presente y futuro de México. Como lo señaló el canciller Marcelo Ebrard, la negociación fue difícil, larga y tensa: “…en esencia, lo que ocurrió fue que la relación comercial y económica se subordinó a la diferencia sobre el tema migratorio…”.
Bajo el anterior orden de ideas, es claro que la primera tarea en las negociaciones fue separar el ámbito económico (comercial) del migratorio. Una empresa nada sencilla, si consideramos la extrema dureza de la política migratoria que el presidente Trump ha venido sosteniendo y las presiones político-electorales que la alientan.
De acuerdo con el reporte entregado por el equipo de negociadores norteamericanos, en el pasado mes de mayo más de 140 mil personas fueron aprehendidas en la frontera de Estados Unidos con México, lo que sugiere que, si continúa esta tendencia, a finales de 2019 podrían llegar al país vecino más de un millón 600 mil personas migrantes.
La cifra anterior revela la realidad de millones de personas que viven un auténtico drama humano dentro y fuera de sus países, donde la violencia, la pobreza y la desigualdad se erigen como las cabezas de un gran monstruo que amenaza con devorar sus posibilidades de mejorar su calidad de vida y hacer realidad sus sueños.
Es verdad que México es un país de origen, recepción y tránsito migratorio, y que Estados Unidos es preponderantemente receptor. Sin embargo, la magnitud del fenómeno debe ser entendida de manera mucho más amplia que la bilateral, toda vez que se reproduce en todo el orbe. De ahí que se requiere una estrategia internacional donde todas las naciones democráticas y modernas participen de manera activa para atender la problemática que rebasa fronteras, para así convertirse en asunto humanitario que reclama soluciones urgentes y de envergadura mundial.
Hoy, más que nunca, el mundo entero debe replantearse la política globalizadora y neoliberal que derivó en excesos que han arrasado con el patrimonio natural, cultural y humano de diversas naciones, y también reflexionar sobre las consecuencias de esos excesos que han dividido los territorios y a las personas.
La migración es un fenómeno que, antes de ser visto en las esferas económica y jurídica, debe ser entendido desde una perspectiva humanitaria y humanista, porque nada, absolutamente nada, debería estar por encima de las personas, independientemente de su nacionalidad, color de piel, edad, sexo y creencias: el valor dólar o el estatus administrativo nunca debe sobreponerse al valor se humano.
Los resultados están a la vista, las “dudas” y críticas infundadas deben cesar por el bien de México. El presidente Andrés Manuel López Obrador está haciendo lo correcto al mantener un justo equilibrio entre la política comercial, de seguridad y migratoria. El Ejecutivo Federal, a través de la cancillería, dio respuesta a un requisito bilateral, a un compromiso solidario fincado en la hermandad que nos une con Centroamérica, y a la demanda de bienestar de las y los mexicanos.
Una vez más, el presidente asumió con valor, como lo hizo con la estrategia antihuachicoleo, el reto de atender el fenómeno migratorio, al tiempo que rencausó los principios y prácticas diplomáticas que han distinguido a nuestra Nación y que durante los últimos 20 años parecieron haberse extraviado; prueba de ello es que las relaciones entre México y Estados Unidos son cordiales, al igual que con el resto de las Naciones.
Objetivamente, el acuerdo debe ser calificado como bueno, en tanto que se evitó una crisis económica-financiera en nuestro país: el tema arancelario ha tomado una prudente distancia y los riesgos para México dentro del Tratado de Libre Comercio están disminuyendo
En una guerra comercial, las inversiones, el ingreso y el empleo estarían comprometidos, así como la estabilidad macroeconómica y la economía popular, debido a la inflación y al encarecimiento de los productos y servicios, asociado, entre otras cosas, al incremento de las tasas impositivas.
Afortunadamente, ahora solo queda el pataleo de los detractores y la prueba fehaciente de que existe una nueva manera de hacer política, en la que las decisiones no se toman en beneficio de unos y en detrimento de otros; una nueva manera franca, transparente, clara y sensible, hecha “a la mexicana”.