Para el gobierno y el PAN (incluido el aliado PRD), la amenaza electoral lleva el nombre de Andrés Manuel López Obrador. Como se trata de una tesis política que guía la acción, ésta debe de conducir a planes para conjurar dicha amenaza.

Así, el país está en una situación en la que un posible cambio de gobierno está siendo analizado por partidos, ciertos medios de comunicación y grandes empresarios como una calamidad. Pero el desastre no vendría del cambio sino de los métodos ilícitos o ilegítimos utilizados para impedir que aquél se produzca, es decir, las cosas están al revés de como se observan desde los cenáculos más encumbrados, pues el infortunio que nos amenaza es el aplastamiento de la decisión mayoritaria de cambiar.

Si Morena ha sido admitido como partido, no es válido el argumento de que su líder es una amenaza, un peligro para México. Sostener esa tesis es igual que negar el fundamento democrático del sistema político de la Constitución, oponerse al carácter electivo de los poderes y contrariar la soberanía popular y la libertad ciudadana.

La utilización ilegal de recursos públicos, la propaganda de mentiras y calumnias, la compra de votos, la cooptación de las instituciones electorales, la presión sobre los medios de difusión, el uso de provocadores, la intimidación, la agresión, están presentes aquí y ahora, por lo cual, la amenaza vigente consiste en su reforzamiento.

Presentar a López Obrador como un peligro es tratar de justificar la violación de la ley para lograr detenerlo. En esto se incluyen los ataques infundados pero también las campañas de miedo que tienen como propósito promover la abstención entre aquellas franjas libres del electorado.

¿Irá México a una elección en medio de arremetidas calumniosas y difamatorias, bajo un inducido temor al cambio, con la violación de las leyes y el uso desbocado del aparato público? Para no caer en insolventes buenos augurios, hay que decir que hacia allá se está conduciendo la contienda.

Los factores que motivan tales conductas ilícitas e ilegítimas consisten en que, en todas las encuestas, por un lado, el descrédito del presidente de la República es altísimo y el PRI es el partido más repudiado, mientras que, por el otro, el candidato que ofrece un rompimiento político es reportado como puntero. Quien iba a revertir ese panorama, el abanderado priísta, ha sido un fiasco como pretendido candidato ciudadano porque no lo es, ni lo quiere ser, ya que no entiende qué cosa sería eso; en el colmo del fracaso de la maniobra “ciudadana”, se le ha impuesto un suplente, lo cual raya en la indignidad.

Para los sectores oligárquicos del país, el derrumbe del PRI sería el golpe más fuerte que se pudiera recibir. Es de entenderse que se fortalezca entre ellos un repudio al cambio político.

El problema consiste entonces en cómo reaccionar ante lo que ya se está observando, con el propósito de frenar las campañas sucias e impedir la compra de votos. Las acciones deben abarcar respuestas enérgicas y puntuales así como denuncias y protestas públicas. No hay que dejar pasar las acciones mentirosas e intimidantes tendientes a promover el miedo y la desconfianza, mucho menos los preparativos de la compra masiva de votos.

Lo que pudiéramos llamar resistencia democrática consiste hoy en México en derrotar la mentira, la inoculación del miedo y la coacción del voto.

Aspirante por Morena a diputado federal

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