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Desde principios de año había trascendido que México estaba dispuesto a ceder en el tema de las reglas de origen en la industria automotriz.
Actualmente es de 62.5% de componente regional, pero Estados Unidos (EU) ha insistido en que debe ser 50% de componente de EU y 85% regional, aceptando un tiempo de transición para que las armadoras se adapten a las nuevas reglas.
En abril pasado se dio a conocer una propuesta que fue rechazada por la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), que consideraba medir el origen de los componentes para fabricar un vehículo eliminando la lista de rastreo, lo que hace imposible cumplir el contenido regional de 85%.
La nueva propuesta agrupa las autopartes en cinco categorías. En el primer grupo están incluidos los siete componentes esenciales que conforman un vehículo, en los que el contenido regional se eleva a 85%; en las otras categorías, fluctúa entre 60% y 75%.
Al ser cuestionado por la negativa de la AMIA, Ildefonso Guajardo, secretario de Economía, declaraba que no se podía poner en riesgo la negociación por la postura de la AMIA. Todavía hubo un intento desesperado por sacar un “acuerdo en principio” en mayo, pero las contrapartes estadounidense y canadiense volvían a poner sobre la mesa la queja del dumping salarial, exigiendo que las remuneraciones en la industria automotriz mexicana fueran mayores, lo que se consideró inaceptable.
Por esas fechas, se dejó ver que había muchos temas con desencuentros profundos como solución de controversias, el capítulo de inversión, la cláusula sunset (cancelación a los cinco años) que no daba horizonte de largo plazo a los inversionistas, entre otros, que hicieron imposible concluir una negociación antes de las elecciones en México del 1 de julio.
Con la arrasadora victoria de la coalición Juntos Haremos Historia, que llevó a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a ganar por 53% la elección a la Presidencia, y a asegurarse el control del Senado y de la Cámara de Diputados, así como de más de 16 congresos locales, lo cual no sucedía desde los tiempos de Salinas de Gortari, la administración Trump inició contactos con el equipo de AMLO.
En las negociaciones de la semana pasada a nivel ministerial entre México y EU, ya estuvo presente Jesús Seade, próximo jefe negociador del TLCAN, queriendo dar muestra de que hay acuerdo entre la administración mexicana saliente y entrante. Se comienzan a dar señales de que la negociación se está destrabando y que un acuerdo podría estar a punto de concluir, según lo declaró el secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, en una conferencia de prensa el lunes pasado.
También ha trascendido que EU y México están en la etapa final de alcanzar un acuerdo en la sección de reglas de origen y, según Reuters, que ambos países pensaban sostener una reunión ministerial en Washington este jueves.
La reseña anterior nos muestra claramente cómo la administración Trump está logrando salirse con la suya, al sacarle el máximo de concesiones a los negociadores mexicanos que estaban muy preocupados de que no se lograra un acuerdo, y de conseguir la ratificación con la próxima administración, que no querría que un fracaso provoque una crisis de fin de sexenio que termine por explotarles. Además, habiendo cedido México en aspectos clave, es más fácil forzar a la parte canadiense a que también lo haga.
Trump había prometido renegociar el TLCAN en su campaña, el peor de los tratados que haya acordado EU, según lo ha dicho reiteradas veces.
En ese sentido, obtener un triunfo en las elecciones de medio término con un acuerdo firmado por los tres Ejecutivos, resultaría relevante para consolidar sus aspiraciones de reelección en 2020.
Un TLCAN con un enfoque más proteccionista es compatible con la visión nacionalista y de comercio exterior que tiene Trump, quien se planteó como objetivo general reducir los déficit con sus socios comerciales. Esta perspectiva también es compartida por muchos sectores de la izquierda mexicana que acompañan a AMLO, quienes están en contra del libre comercio y no han dejado de echarle la culpa al TLCAN del bajo crecimiento registrado en los últimos 25 años, por lo que no resulta extraño que haya mejores niveles de entendimiento.
La nostalgia por la época del desarrollo estabilizador, donde México implementó una política de sustitución de importaciones, con altos aranceles, permisos y cuotas, es parte de esa mentalidad mercantilista que percibe a los países que tienen superávit comercial como los ganadores, y como perdedores a los deficitarios.
El problema es que un TLCAN restrictivo podría afectar los flujos de comercio exterior e inversión y dañar las perspectivas de crecimiento a futuro, y esto afectará más drásticamente a México que a EU, puesto que su economía depende menos del sector exportador.
Catedrático de la EST-IPN
Email: pabloail@yahoo.com.mx