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Cuando usted lea estas líneas, probablemente Israel Guerra esté caminando por alguna calle de Italia volteando a ver las paredes para encontrar un nuevo lugar dónde dejar la huella del país que lo vio nacer: México. O quizá este joven treintañero esté tomando un vuelo más que lo lleve a alguno de los cinco continentes donde su trabajo no sólo es reconocido y admirado, también es lo que le da de comer, porque él hizo de un pasatiempo mal visto por muchos, un oficio rentable.
Lo conocen en el mundo del arte como Spike. La prensa de países como Francia, Bélgica o Italia lo ha llamado “precursor del neomuralismo mexicano”, algo que seguramente Israel ni siquiera imaginaba en los años lejanos de su niñez, cuando corría por las calles a medio pavimentar de Zacatelco, una pequeña comunidad donde actualmente viven unas 40 mil personas y que es la quinta localidad en tamaño del estado de Tlaxcala, aunque está más cerca de Puebla que de la misma capital de la entidad.
Fue allí donde Spike hizo sus primeros rayones en paredes, pintas sin sentido, letras sobre todo, como las de todo grafitero que en la clandestinidad canalizaba su rebeldía en la fuerza con la que apretaba el botón del aerosol. Zacatelco era entonces un pueblo pequeño, donde el desarrollo industrial apenas comenzaba.
Aunque desde muy joven vive en Morelia, Michoacán, la realidad es que Spike es un trotamundos. Tiene el privilegio de pocos: que un oficio que ama y lo hace plenamente feliz, sea también lo que le dé dinero. Y no le va nada mal. En promedio percibe entre 20 mil y 30 mil pesos al mes. ¿Cómo? ¿Por pintar muros? Pues sí, porque lo que Spike hace no es algo que pueda hacer cualquiera, pero además, porque cuando el grafiti se convierte en algo más elaborado como el arte callejero, o mejor dicho street art, (término acuñado universalmente), y más allá de que los muros pintados por personas como este mexicano embellezcan las ciudades como piezas monumentales de arte, también atrajeron la atención del mundo de la publicidad, que necesitaba encontrar nuevas maneras de hacer llegar sus mensajes.
No es “cosa de vándalos”
Cuando Israel Guerra tenía 14 años, su vida era como la de cualquier chico de su edad. Iba a la secundaria y salía con sus amigos. Como a todos, él tuvo su etapa rebelde y por eso el grafiti le resultó atractivo.
“Iba a la secundaria en Tlaxcala, y empezaba a salir con mis amigos que empezaban a formar letras; me hablaban del grafiti, pero yo en ese entonces… creo que era 1999, no tenía ni idea de qué era eso. Yo sólo pensaba que eran como letras raras que se empezaban a ver en las calles de mi pueblo. Eran letras en aerosol, pero como de pandillas, no como de un grupo de artistas como es ahora”.
A Spike ni le interesaban las pandillas ni las bandas de rock, pero se le hacía interesante poder dibujar en una pared. Así que se le pegó a su primo, encontraron aerosoles en su casa y se salieron a rayar.
“Lo que más me gustó fue la idea de poder pintar algo grande en la pared; aparte, cuando estás chavo eres un rebelde” cuenta Spike, y reconoce que en un principio el saber que era algo prohibido era parte de la emoción.
Mientras Spike se fue transformando en adolescente, su pequeño pueblo fue creciendo. Empresas e industrias llegaron, y con ellas nuevas familias que venían de la Ciudad de México.
Él tuvo entonces nuevos amigos que le empezaron a contar más sobre el grafiti urbano y cómo lo que se pintaba en las bardas del pueblo también podía ser arte. Así empezó a hacer cosas mucho más coloridas y grandes en los muros de sus vecinos. Ya ahí comenzó a pedirles permiso y también estaba cansado de que lo agarrara la policía.
En realidad no pasó de que lo pescaran tres o cuatro veces y lo subieran a la patrulla del pueblo, pero eso en un lugar como Zacatelco, se volvía un escándalo.
Mientras Spike seguía creciendo y avanzando en hacer que sus vecinos entendieran que lo que hacía tenía ya más una intención decorativa y de expresión artística que de vandalismo, el mismo grafiti también evolucionó.
Poco tiempo después, la familia de Spike se mudó a Morelia y fue en esa ciudad donde pudo crecer más como artista callejero y obtener oportunidades para pintar muros con permiso, primero con sus amigos, jóvenes de prepa.
La escuela de la calle
Cuando uno mira los coloridos dibujos creados por Spike en los muros de las calles de ciudades como París, El Cairo o Chicago, no puede imaginar su cara de niño asustado cuando la policía de su pueblo lo acosaba o sus vecinos le gritaban cosas. Claro que él reconoce que hace 15 años sus pintas no tenían nada que ver con el arte callejero que hoy hace. Y es que, ¿dónde estudia un grafitero?, en ninguna parte, no hay más escuela que la calle y echando a perder se aprende… sólo que él echaba a perder los muros de otras personas.
“Mi escuela siempre fue la calle. Cuando empezó a llegar internet y se hizo una comunidad súper grande de toda la gente que hacía grafiti en México, pude saber lo que se hacía en otros países. Entonces, había redes como metroflog y el fotolog, además del chat de messenger, donde empezabas a subir fotos y te empezaba a escribir gente de todo el mundo, hasta de Europa”. Y como la única escuela para un artista urbano es la calle, Spike no se podía quedar sólo en las calles de Zacatelco ni en las de Morelia, tenía que ir a otras “aulas” internacionales.
“Pues ibas, viajabas y conocías a otra gente, con una técnica diferente, con tips nuevos, porque nadie era maestro de nada, ni siquiera había los materiales que hay ahora, como aerosoles con baja presión, antes lo hacíamos con aerosoles para pintar bicicletas, era súper difícil”.
La tecnología y su papel clave
De alguna forma, hoy no podríamos tener street artistas como Spike en el mundo, ni las ciudades podrían ser decoradas con piezas que se han hecho famosas, sin los avances de la tecnología, tanto en materiales como en redes de comunicación. “Ahora la gente está mas educada y tiene una visión más amplia de lo que puedes llegar a hacer con un aerosol (...) Hoy es toda una cultura”.
Esa cultura justamente llamó la atención de otra industria que se vio obligada a transformarse con la evolución de las tecnologías de la información: la publicitaria, que volteó a ver a los artistas urbanos y les permitió convertir esto en un oficio digno y bien remunerado, pero no se trata de que los grafiteros ahora pinten anuncios en las bardas, sino de que las marcas les paguen por dejarlos crear, los patrocinen.
Spike explica: “Ellos te ponen un tema y tú lo desarrollas a tu gusto. Cuando creces y ya no tienes 15 años y tu mamá ya no te puede estar manteniendo, entonces tienes que ver la forma de seguir tu sueño y de hacer que tu talento genere ingresos para seguir creando cosas y vivir bien, ¿no? Yo no veo mal que las marcas se hayan fijado en los artistas urbanos”.
Spike nunca dejó de estudiar. De hecho, en Morelia ingresó a la universidad para estudiar cine. Allí conoció más sobre arte y vanguardia.
Arte mexicano
Para Spike no hay vuelta atrás, no hay más vida que ésta. Hoy es un trotamundos que llena de color las paredes de donde lo dejan. Pero además, lo hace con un estilo propio que ahora es su sello personal y tiene todo que ver con lo que más ama: México.
“Cuando empecé a dibujar en muros más grandes, la gente me decía: ‘Se ve bien como de Los Ángeles o se ve bien como de Europa’. Todo el mundo lo veía, pero no pensaban que lo había hecho un mexicano. Y ese era el problema, que la gente seguía pensando que el grafiti bien hecho no podía haberlo hecho un mexicano”.
Eso fue determinante en la carrera de Spike, quien a partir de allí quiso plasmar su mirada mexicana en cada muro que pintaba.
“Nosotros tenemos mucha cultura como para estar siempre repitiendo lo que se ve en Estados Unidos. Cuando yo empecé a diseñar cosas más de cultura mexicana o latina, vi que empecé a tener mas impacto”.
Hoy, Spike está despertando en algún país lejano. La última vez que supe de él fue hace unos días, estaba en Milán, Italia.
Tiene 30 años y ha encontrado la manera de que los muros del mundo hablen del México actual. Hasta ahora, ha pintado en Francia, España, Egipto, Estados Unidos, Guatemala, Colombia, Ecuador, Marruecos, Bélgica, Reino Unido e Italia. Y va por muchos más. En el camino ha aprendido varios idiomas, más de arte y, por supuesto, de la vida. Él dice que es un chico con suerte, pero yo le replico y le digo que no es así. Más bien es una persona que tuvo las agallas para perseguir un sueño.