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Sergio Luna Cruz tiene las manos manchadas de pintura blanca: lleva varios días trabajando a sol y a lluvia para terminar la tumba de su hijo Óscar Luna Aguilar antes de que se cumpla el primer aniversario de su muerte.
Hombre de campo que se dedica a cultivar forraje y alfalfa además de criar ganado, platica que sus padres lo enseñaron a trabajar así como él lo enseñó a sus tres hijos.
Óscar, el más grande, era comerciante: vendía jugos en el mercado y repartía desechables entre los locatarios. Dejó una niña de tres años, Jasibeth Durley con quien “era muy cariñoso y ella siempre fue su prioridad hasta el último día de su vida”.
“Tenía 23 años”, cuenta, se le quiebra la voz, “a su escasa edad siempre se destacó por ser una persona noble, sencilla y sobretodo muy responsable de sus actos. Eso es lo que, en pocas palabras, resumo de lo que fue Óscar Luna”.
Dos de los hijos de Sergio, Óscar y Javier, salieron ese domingo 19 de junio de 2016 a defender a los maestros que habían sido desalojados del bloqueo carretero sobre la autopista internacional que va hacia Oaxaca.
Primero los vio salir de su casa para auxiliar a los heridos, luego fue a buscarlos a la carretera porque no regresaban; no los halló y para salir de ese infierno de humo y calor, se arrastró por el suelo evitando las balas, y luego fue a recorrer todo el pueblo cuando un conocido le dijo que a Óscar le habían disparado.
Sus hijos no se separaron y Javier fue quien vio primero cómo le dispararon a Óscar y luego cómo cayó; intentaron arrebatárselo pero Javier se aferró al cuerpo de su hermano, hasta que se lo regresó a su padre.
“En todo momento, mi hijo Javier estuvo con él, nunca lo dejó, lo ayudó a salir de ahí. Venía la policía para quitárselo, Javier lo carga y lo saca en una lluvia de balas, afortunadamente a él no le toca ni un balazo”, comenta.
A partir de la muerte de Óscar, la vida cambió por completo para su familia: antes salían juntos a comer los fines de semana e iban a misa los domingos; dejaron de hacerlo porque al salir, echan de menos a su hijo, aficionado del billar y quien soñaba con convertirse en criminólogo.
“No hay nada que se le compare, esto va más allá del dolor. Lo natural es que los hijos lo entierren a uno. Mi hijo era responsable, siempre cumplió con sus obligaciones”, cuenta, apoyado sobre la tumba de Óscar que tenía 23 años; el mismo Sergio la pintó, la diseñó, y le está dando los último acabados.
“Totalmente devastados como familia y más ella como madre. Lo que nos mantiene es hacer justicia. La rabia, el coraje es lo que nos mantiene de pie”, cuenta y devuelve una mirada con los ojos más tristes.