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En 2001, Gerardo, de entonces 25 años, llegó a un hospital privado de la capital para ayudar a un amigo que necesitaba donadores de sangre. Entró al pequeño consultorio y vio cómo un tubo de ensayo se llenaba con el líquido rojo y le ponían una etiqueta con su nombre. Pocas horas después, un médico se acercó y le dio una noticia inesperada. No podía ser donador. Su sangre estaba infectada con el virus de la hepatitis C. El diagnóstico le daba un año de vida.
De 2012 a 2015 se detectaron 11 mil 975 nuevos casos de mexicanos con algún tipo de hepatitis, según los datos del Anuario de Morbilidad de la Secretaría de Salud. Tres mil nuevas infecciones, en promedio, cada año. A pesar de la entrada de nuevos medicamentos y la vacuna para la hepatitis B, el número de infectados se mantuvo constante en ese periodo.
Tres cuartas partes de los casos, es decir, 8 mil 948, eran de hepatitis C, una enfermedad para la cual, hasta el momento, no existe una vacuna y su tratamiento tiene un costo mínimo de casi 15 mil pesos a la semana si no se cuenta con el apoyo del sistema de salud.
Las estadísticas muestran que el sector más vulnerable son los mexicanos de 25 a 44 años. Dos de cada cinco nuevas infecciones entre 2012 y 2015, es decir, 3 mil 515 entraban en este rango de edad.
Una situación similar ocurre con la población que oscila entre las edades de 50 y 59. Año tras año, desde 2012, se detectan 500 nuevos infectados en todo el país.
Las razones para que esta enfermedad se concentre en estos sectores de la población varían. Algunos especialistas aseguran que la generación de los Baby Boomers, nacidos entre 1945 y 1965, tienen mayor riesgo de haber contraído hepatitis sin saberlo por el contexto sociocultural que se vivía en el país. El riesgo parece latente para aquellos que recibieron una transfusión sanguínea, una cirugía o un tratamiento de hemodiálisis antes de 1995, explica el médico Francisco Sánchez, del Instituto de Nutrición.
Una enfermedad inadvertida
El mayor riesgo de la hepatitis es que no presenta ningún síntoma hasta que el virus destruye uno de los principales órganos: el hígado. Gerardo no se sentía mal. Su cuerpo no era atlético, pero era sano. Los médicos le preguntaron si en el pasado recibió alguna transfusión de sangre. Su respuesta fue afirmativa. Es probable que ese sea el origen de su enfermedad.
A sus más de 20 años, Gerardo nunca vio que sus ojos se tornaran amarillos, que tuviera fiebre alta o que el vómito le impidiera comer. El virus se apoderó de su cuerpo sin dejar alguna pista.
El síntoma más frecuente pasa inadvertido casi para 100% de los mexicanos: el cansancio crónico. Los hijos, el trabajo, la edad o el estrés son factores que distraen sobre el verdadero origen de este tipo de cansancio y otros indicadores de riesgo, asegura Francisco Sánchez.
Después del diagnóstico que le daba tan sólo 12 meses de vida, el joven abogado comenzó a buscar más datos acerca de su enfermedad. Su sorpresa fue que en el país la información es tan escueta que no logró mitigar el miedo que apareció desde el día que recibió la noticia.
En ese proceso llegó con la organización argentina Hepatitis 2000. Ellos le confirmaron que el virus estaba en su cuerpo. Pero sí había forma de combatirlo. Con el apoyo de algunos laboratorios, Gerardo comenzó su tratamiento. Al mismo tiempo, junto a otras ONG difundía información sobre el virus. En 2004 su camino se cruzó con el de Margarita Dehesa, hepatóloga, quien se convirtió en el mayor apoyo para su tratamiento.
El costo de la enfermedad
Interferón y Ribavirina. Dos palabras que Gerardo nunca había escuchado. Un par de medicamentos que se convirtieron en sus compañeros los primeros seis meses que vivió con la enfermedad.
En ese entonces, un tratamiento con Interferón, que son proteínas inyectables, representaba vivir con síntomas de gripa permanente. Incluso, algunos pacientes presentan anemia, depresión y hasta enfermedades de la tiroides. Este joven veinteañero logró esquivar los efectos secundarios. “En algún momento llegué hasta a bromear diciendo que me habían dado agua en lugar de Interferón, porque no tenía ningún malestar”, recuerda.
A sus 28 años, se inyectaba al menos tres veces por semana con la esperanza de que el virus desapareciera. Una caja con una sola inyección de Interferón tiene un costo de 4 mil 488 pesos, de acuerdo con el listado de precios de medicamentos con patente hasta mayo 2016. Seguir un tratamiento como el de Gerardo tiene un costo de 14 mil 464 pesos semanalmente y 47 mil 856 por un mes de inyecciones.
Gerardo corrió con suerte, su médico lo ayudó a conseguir los fármacos de manera gratuita. Esta es una enfermedad que cuesta caro; el tratamiento, por lo general, está compuesto por dos medicinas y pagar al menos una de éstas por los seis meses que, como mínimo, se necesita para medir su efectividad, requiere un presupuesto de 287 mil pesos.
Actualmente el sector salud gasta un promedio de 200 mil pesos por cada paciente que toma Interferón por tres meses, explica Francisco Sánchez.
Con este medicamento, a pesar de su costo, existe sólo 50% de probabilidades de eliminar al virus. Esto lo comprobó Gerardo 180 días después de su primera inyección, cuando los médicos le dijeron que el tratamiento no había funcionado.
Los dos tipos de hepatitis más conocidos en el país son la B y C. La primera es la que tiene más atención de las autoridades de salud, tanto en cuestión de medicamentos como en vacunas.
De 2012 a 2015 se aplicaron en el país 9 millones 101 mil 450 vacunas para prevenir la hepatitis B. La vacuna tiene 95% de eficacia cuando se aplican las cuatro dosis durante los primeros años de vida. En el sistema de salud no tiene costo, pero en el sector privado se cotiza en mil 200 pesos cada toma. Tener las cuatro que indican los médicos significaría un gasto de 4 mil 800 pesos por mexicano.
De las vacunas que se repartieron entre 2012 y 2015, 30% tuvieron como destino Jalisco, el oriente del Estado de México, el sur de la Ciudad de México, Nuevo León y Coahuila. Pero el efecto positivo no es tan claro en tres de estos puntos. La capital, Jalisco y el Edomex encabezan la lista con más defunciones registradas por casos de hepatitis B y otros tipos en este periodo: mil 839 muertes en total.
El gran riesgo de la hepatitis B es que una vez que se adquiere no tiene cura. La única opción es un tratamiento para evitar una etapa crónica que desencadene una cirrosis o cáncer hepático. El medicamento más común es el Entecavir.
De 2013 a 2015 el IMSS gastó 13 millones 334 mil 63 pesos en la compra de frascos con 30 pastillas de Entecavir, cada uno costó 2 mil 671 pesos, de acuerdo con el portal de compras del organismo. Una toma diaria es el tratamiento indicado, lo que significa que cada presentación les dura un mes exacto a los pacientes.
Dentro del cuadro básico de medicamentos del IMSS hay 13 que son para tratar las hepatitis B y C. Esto quiere decir que el gobierno se hace cargo de su compra y los distribuye en las diferentes clínicas.
En la última actualización se añadió el primer antiviral libre de Interferón. La combinación de Ombitasvir-Paritaprevir-Ritonavir y Dasaburvir reduce el tiempo de tratamiento a tres meses y se prevé 97% de efectividad. El gobierno aún no hace público el contrato en el que se especifique el monto acordado con el laboratorio Abbvie Farmacéuticos SA de CV, pero el precio comercial de este medicamento es de 283 mil 334 pesos por un envase con cuatro cajas, cada una con siete carteras con dos tabletas.
Una de las principales limitantes del IMSS es que su sistema de distribución está concentrado en los pacientes que tienen entre 20 y 50 años, explica Antonio Oñiate, miembro de la Fundación Hepatos. “Y aunque el organismo compró mil 600 tratamientos contra la hepatitis C esto no es suficiente para todos los que casos que necesitan el medicamento”.
Oñiate conoce estos procesos desde hace más de 15 años. En 2002 también fue diagnosticado con hepatitis C. A diferencia de Gerardo, él presentaba fibrosis tres, es decir, estaba a un paso de tener cirrosis. El tratamiento lo consiguió en el sector salud, por lo que sabe lo que es pelear por una medicina de la que depende tu vida. Tardó seis meses en limpiar su sangre del virus.
Los costos tan elevados, la falta de acceso a medicamentos y los pocos datos sobre la enfermedad pueden hacer de la hepatitis, en todos sus tipos, una bomba de tiempo para el sistema de salud.
Incluso, esta falta de información sobre el virus provoca que muchos de los infectados no sean conscientes de las medidas que deben tomar para que las medicinas tengan un efecto real, “el sector salud debe proveer los medios necesariospara que su población tenga los medicamentos, pero los pacientes también deben aprender a cuidarse”, asegura Gerardo.
Prevención y retos actuales
El número de nuevos infectados desde 2012 se ha mantenido. Incluso entre 2014 y 2016 se registró un ligero aumento de 6%, principalmente en el contagio de hepatitis C, de acuerdo con los últimos datos de la Secretaría de Salud.
Este número podría representar un universo muy pequeño si se toman en cuenta todos los casos que faltan por registrar. Para tener un real diagnóstico de esta enfermedad hay que pensar que existe un alto porcentaje que pudiera tener el virus y no lo sabe, asegura el médico Sánchez.
Los jóvenes son un grupo vulnerable importante. De 2012 a 2015 se registraron al menos 476 nuevos casos con el virus C. Las edades iban entre los 15 y 24 años. Entre las principales causas de contagio está realizarse tatuajes o perforaciones con instrumentos no esterilizados. “Debemos fijarnos que los sitios donde se realicen estas prácticas, incluso manicura o cortes con navaja en barberías, cuenten con la debida certificación para evitar el contagio por sangre”, asegura Sánchez.
Hepatitis A, B, C, D o E
Existen hasta cinco tipos diferentes de esta enfermedad y pocos mexicanos saben que la tienen o están en riesgo de contagio. Estos fueron los motivos por los que Gerardo buscó organizaciones para difundir todos los datos posibles sobre el virus. Antonio y él coinciden en que hacen falta no sólo campañas masivas de prevención, sino de detección oportuna. “El mayor reto es el diagnóstico oportuno. El segundo es el tratamiento. Pero lo más importantes es detectar la enfermedad a tiempo para saber de qué manera se puede ayudar al paciente. No se trata de acabar con el problema, se trata de salvar vidas”, dice Antonio, quien asegura que de acuerdo con su experiencia, en el país existen al menos un cuarto de millón de mexicanos que no sabe que son portadores de la hepatitis C.
Si no se le da la relevancia que tiene, “en un futuro la hepatitis podría matar a más personas que el Sida o la diabetes. Se tiene que hacer lo mismo que con estas enfermedades. Tener campañas a nivel nacional de difusión y de detección. Al final, una hepatitis crónica también es una causa de cáncer”, explica Oñiate.
Gerardo superó el primer diagnóstico. Actualmente lleva casi 13 años viviendo con esta enfermedad. Su dieta y su rutina diaria cambiaron, pero todo con la finalidad de que su hígado esté en las mejores condiciones para el momento en el que el gobierno comience a distribuir los nuevos tratamientos antivirales que presumen de 97% de efectividad.
“Lo importante es no perder la vitalidad de salir adelante. Sí tenemos hepatitis C, pero no somos la enfermedad”, dice el joven abogado y miembro de la comunidad de los Heppers, también llamados Cazadores de Dragones, como les llaman a todos aquellos que han luchado contra la hepatitis en una batalla que, aunque parece complicada por el tamaño del contrincante, no es imposible de vencer.
***Infografía: FERMÍN GARCÍA