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La manifestación de ayer para exigir que las autoridades permitan el uso de la marihuana con fines “científicos”, no tuvo éxito legal, pero todos se divirtieron: “Este evento tiene tolerancia al consumo, porque no es lúdico ni recreativo, es cultural, porque hay factores educativos y de responsabilidad y hay científicos a cargo, médicos homeópatas, sicólogos y sociólogos que vienen en el contingente, así como estudiantes y enfermeras. Hay autorización y tolerancia.
“Somos comunidades autónomas, queremos interactuar con el gobierno desde hace meses. O nos responden que es legalmente cierto lo que decimos o que nos arresten, es un juego de palabras, queremos visibilidad, participación ciudadana y mesa de diálogo”, explicó Alfonso Jesús García Pérez, uno de los que convocaron a las siete asociaciones civiles, dos cooperativas y 10 colectivos que se llaman Marihuana Liberación, Frente de Artistas y Organizaciones.
“¿Dónde está esa banda pacheca?”, grito un joven que usaba lentes de sol y levantó los brazos, y que fue seguido de un largo uuuuuh de la multitud.
Pero ninguna autoridad federal escuchó su llamado, ningún funcionario fue a la cita en Plaza de la Ciudadela, donde está la histórica Biblioteca de México, inaugurada por José Vasconcelos en el edificio de 1807, donde se encontraba la Real Fábrica de Tabacos de la Nueva España.
En la guerra de Independencia, José María Morelos y Pavón también estuvo en ese edificio preso por encabezar la segunda etapa insurgente de la Nueva España. De ahí fue llevado a Ecatepec, en el Estado de México, donde lo fusilaron por sus ideas.
Ayer, a las 6:30 de la tarde, 200 jóvenes caminaron de esa plaza a Paseo de la Reforma, a fin de exigir la autorización de la marihuanas para usarse como biodiesel y complemento para producir papel, para ser sembrada y utilizada con fines médicos o científicos, para uso medicinal, científico y para que las autoridades, en especial la policía, permitan que los manifestantes la fumen sin sancionarlos.
De las cinco demandas, los entrevistados no pudieron mostrar algún ejemplo o explicar esos otros usos de la yerba, pero 90% no esperaron ningún permiso para aplicar la última demanda: prendieron el “porro” en la calle, compartieron “los gallitos”, escupieron las semillas, cantaron con desconocidos al ritmo de los tambores, rieron, bailaron reggae… después de varios minutos, la euforia se apagó.
Varios aprovecharon para surtirse en un puesto ambulante donde vendían yerba seca y semillas, desde un churro hasta un cuarto de kilo. En el jardín Louis Pasteur, junto al Senado, había fila para comprar, como en las tortillas.
El puesto eran dos mesas de plástico, color blanco, a las que se les quitaban las patas, y sobre ellas colocaron un paño verde donde acomodaron envases de vidrio y contenedores de plástico transparente. “De ver se antoja”, exclamó una chava que se acercó. “¿Traes un cinco para armar un porro?”, le preguntó a otra mujer que disfrutaba el ambiente, pero no llevaban dinero.
El acto terminó con una tocada, pero el humo producido por la yerba no acabó. En un templete había un sonido y un vocalista que cantaba al ritmo de reggae canciones con letra de marihuana. Bailaron, tomaron cerveza, alguna bebida energizante para despabilarse y se abrazaron.