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A un año de terminar su carrera como educadora en la Trinity Washington University gracias al programa DACA, con el sueño de ser ciudadana estadounidense para votar por quien la represente y regresar algún día a El Salvador, su país natal, Marisela Tobar Enríquez es una de las llamadas dreamers.
La joven, oriunda de La Unión, cuenta cómo cambió su vida a los cinco años, cuando sus padres decidieron viajar a Estados Unidos buscando una mejor calidad de vida para ella y su hermano, además de otras oportunidades para su padre, quien es músico y trabajaba en grupos locales.
“En El Salvador empezaba la violencia entre las pandillas y se notaba en nuestro vecindario, mis padres tenían miedo que algo nos pasara. En mi país es muy difícil la educación. Si no tienes dinero para ir a una buena escuela te quedas con una pública que en ese tiempo no eran las mejores, y no teníamos recursos para una privada”, cuenta la salvadoreña.
Su trayecto en busca del sueño americano fue a bordo de un avión, lo que le facilitó el ingreso a Estados Unidos: “Mi viaje no fue nada malo, antes habíamos venido un par de veces porque tenemos familia aquí y todos tenían visa, sacarla era más fácil antes de los atentados de 2001”.
Al ser tan pequeña no entendía lo que era ser inmigrante; sin embargo, su edad ayudó para que se adaptara y aprendiera el idioma de manera más rápida que el resto de su familia.
“No fue difícil entender el idioma, pero me costó mucho leer en inglés, en dos años estaba al nivel de cualquier estudiante. No entendía mucho, me habían contado que nos íbamos a quedar aquí, pero pensé que regresaríamos en el verano. Estaba emocionada, pensé que la vida sería suave, que sería diferente. Un día les pregunté a mis papás por qué no íbamos de vacaciones a El Salvador y me dijeron que no podíamos, me quedé con eso, como si estuviera en una caja, no podía hacer lo que quería”, comenta.
En 2012, luego de cinco meses de presentar documentación, contratar a un abogado para la gestión y pagar 425 dólares por cada uno, Marisela y su hermano obtuvieron el DACA. Desde ese entonces “había planeado visitar El Salvador, pero hoy con Trump es muy difícil, todos me dicen que es mejor que no salga del país”.
La deportación es un tema que siempre está presente en la mente de Marisela, “hablamos del proceso, por si algo pasa. Es muy difícil estar en esta situación de no saber qué pasará en el día. Estamos preocupados, pero no paralizados”.
Respecto a la situación que se vive por el veto migratorio promovido por el presidente Donald Trump, la joven estudiante comenta su tristeza por la división que se ha dado en el país y enfatiza la incertidumbre que tienen los dreamers al saber que su sueños podrían estancarse de un momento a otro con la nueva administración.
“Nos da mucha tristeza la división que ha causado con su lenguaje, con lo que dice, en la manera en que lo expresa y ahora con sus órdenes ejecutivas que ha dañado a muchas comunidades. Nos da miedo que haya más violencia internacional. El DACA para mí fue un auxilio, porque no sabía cómo seguir adelante, como indocumentada no había manera, sentía que no había salida. Fue abrirme la puerta a muchas cosas, poder identificarme sin miedo”.
Orgullosa de sus raíces, Marisela piensa que tiene el mismo valor que cualquier joven de Estados Unidos, puesto que contribuye a la sociedad y economía: “Somos como cualquier otro ciudadano joven que estudia, trabaja y crece”. Mientras tanto, la salvadoreña sigue su vida normal.