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Por la calle pasa un grupo de jóvenes de unos 15 o 16 años, todos estudian en la secundaria de la colonia. Llevan televisores, radios y estéreos viejos que la gente tiró en lotes baldíos. Los sacaron de la maleza, algunos de la basura. No tienen dinero para comprar el material para sus prácticas de la escuela.
Este escenario común en varios rincones de México ocurre en Atoyac, municipio de Veracruz, donde sólo hay seis secundarias, de acuerdo con datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco). De estos planteles, cuatro no alcanzaron un puntaje satisfactorio en la prueba ENLACE. Pero de una de esas secundarias salió un proyecto que en mayo concursará en Houston, Texas. Se hizo con chatarra.
Los alumnos del taller de Circuitos Eléctricos de la Secundaria Técnica Industrial número 44 de Potrero Nuevo recogieron aparatos viejos de las calles del pueblo. Sabían que algunas de sus piezas aún servían y les sacaron todo lo que podían aprovechar. Así fue como abrieron su propio banco de materiales que funciona con lo que ellos colectan.
Un día un estudiante construyó un carro a control remoto con piezas del banco y el profesor del taller, Arturo Pimentel, quiso ir más allá. Detectó que en su clase había al menos siete alumnos que destacaban por su creatividad y les propuso desarrollar proyectos más ambiciosos para competir en ferias de ciencia, pero no contaba con que la mayoría de los concursos cobran una cuota de inscripción, algunos de hasta 2 mil pesos que el profesor y los papás de los niños deben pagar.
Se enteró de que la Feria Nacional de la Ciencia y Tecnología de Conacyt no cobra inscripción a los competidores y llevó a sus tres mejores alumnos. Los jóvenes que participaron debían crear un proyecto de investigación para resolver un problema relacionado con el cambio climático, similar a una tesis de licenciatura.
“El esfuerzo que estamos realizando para llevar a cabo la XXIII Semana Nacional de Ciencia y Tecnología tiene como propósito lograr la divulgación de la ciencia para acercarnos a los niños, jóvenes y sociedad en general de nuestro país”, dijo Julio César Ponce, coordinador de Proyectos y Comunicación del Conacyt.
Pimentel y sus alumnos se enfrentaron a 465 proyectos de todo México de estudiantes de secundaria a licenciatura. Sólo 45 ganaron el pase a la Olimpiada Internacional de Proyectos de Ingeniería Sustentable, la I-Sweeep, que se realizará en Houston, Texas, en mayo. Sólo dos proyectos veracruzanos asistirán: uno es de alumnos de licenciatura; el otro es el de Uriel Viñas, alumno de Pimentel.
Uriel tiene 16 años. Como sus compañeros de secundaria, sueña con ir a Estados Unidos. La diferencia es que mientras él irá a competir a una feria de ciencias, “la mayoría de los niños en Atoyac aspira a irse como indocumentado”, dice Pimentel. De acuerdo con datos del Inegi, Veracruz está dentro de las 10 entidades con más migrantes en la Unión Americana.
Además, el promedio de escolaridad de los mayores de 15 años es de ocho años; es decir, estudian hasta el segundo año de secundaria. Veracruz ocupa el cuarto puesto a nivel nacional en cifras de analfabetismo.
Encontrar en la basura una oportunidad
Cada mañana el profesor Pimentel se prepara para impartir la clase de electrónica. Él y las otras 50 personas que trabajan en esta secundaria se las tienen que arreglar para que los casi 700 alumnos del plantel se vayan con algo aprendido a casa.
Hace cuatro años Pimentel empezó impartiendo clases de matemáticas, luego de ejercer su carrera como ingeniero en electrónica del Tecnológico de Orizaba y de estudiar una maestría en Educación.
“Los maestros decían que nosotros hacíamos el trabajo difícil de moldear a los alumnos sobre comportamiento y que en preparatoria y universidad otros maestros eran los que se llevaban la gloria de lo que nosotros formábamos. Yo me quedé pensando: ‘Eso no puede ser posible, desde secundaria también podemos alcanzar éxitos con los chavos’”, recuerda.
Cuando el profesor de Circuitos Eléctricos se jubiló, Pimentel tuvo la oportunidad de dirigir el taller. Revisó el plan de estudios que sus clases debían cubrir y encontró que muchas de las prácticas no podían realizarse porque los materiales eran muy costosos o no se podían conseguir en Atoyac, un pueblo dedicado a la pesca y la producción de azúcar.
“A pesar de que es difícil conseguir los dispositivos y todo lo necesario para hacer una práctica de lo más básica, los chavos fueron muy entusiastas. Tienen hambre de salir adelante”, asegura Pimentel.
Uriel, su alumno que irá a Houston, se dio cuenta de que muchas personas dejaban los aparatos descompuestos en la calle y con ello, además de contaminar, no se estaban aprovechando sus componentes. Por ese motivo dijo a Pimentel que él y sus compañeros podían recoger los aparatos para desarmarlos y sacar todo lo que necesitaban para sus prácticas: “Esas piezas que para las personas son basura, para nuestros compañeros pueden ser una oportunidad de aprendizaje”, dice Uriel.
Electricidad de las pisadas
Uriel desarrolló una loseta de concreto que genera electricidad al pisarla o ponerle peso encima y la llamó “Sé chido, piensa verde”. La mayor parte de los materiales que utilizó en ella los sacó de la basura. La primera loseta que construyó era de caucho, pero no generaba tanta electricidad como quería, ya que por su composición sólo soportaba el peso de humanos y no podía mojarse ni maltratarse.
Así que antes de ir a competir, el estudiante desarrolló una nueva loseta con concreto especial, lo suficientemente resistente para soportar el peso de un auto. Para probarla, los jóvenes la llevaron a una clase de zumba con el objetivo de que la pisaran más. Generó electricidad, pero la prueba de fuego fue ponerla en la carretera: “La pusimos en carretera. Le pasaron varias camionetas y generó bastante electricidad”, cuenta orgulloso el profesor Pimentel.
La loseta genera electricidad gracias a que en su composición tiene unos cristales llamados piezoeléctricos. La energía eléctrica se almacena en unos cilindros llamados capacitores y con ellos se puede alimentar cualquier tipo de aparato eléctrico.
Los cristales piezoeléctricos que producen la electricidad en la loseta de Uriel fueron descubiertos en 1880 y hoy son usados en Reino Unido e Israel, en centros comerciales y carreteras para producir electricidad. Los cristales piezoeléctricos se pueden conseguir en tiendas de electrónica por cerca de 50 pesos.
Nuevas aspiraciones
De acuerdo con el Inegi, una tercera parte de las casas en Atoyac tiene piso de tierra y las calles no están pavimentadas, por lo que es difícil imaginar que una vivienda pueda obtener toda la electricidad que necesita sólo con sus losetas, tal como explica Pimentel: “La limitante de estas piezas es que la corriente que generan es muy pequeña. Entonces, nosotros tendríamos que poner muchos de éstos en una casa y además tener demasiado movimiento, como en la prueba de la carretera”.
No obstante, el profesor se siente satisfecho por todo lo que ha logrado con sus alumnos. El trabajo de Uriel es una muestra de su esfuerzo como docente, tanto en la generación de nuevas energías como en darle nuevas aspiraciones a sus estudiantes para pensar que por medio de la ciencia podrán ayudar a su comunidad y también a su país. “Los jóvenes son capaces de hacer mucho, es cuestión de que se la crean”, dice.
Uriel quiere estudiar ingeniería en nanotecnología en México, pero si se le presenta la oportunidad de estudiar en el extranjero, lo hará. Por ahora está puliendo su inglés porque en mayo tendrá que exponer en ese idioma en la I-Sweeep. Ahí competirá con niños y jóvenes de más de 60 países.
El camino por recorrer
Los compañeros de Uriel han construido cohetes de agua para aprender las leyes de Newton, alarmas caseras para automóvil, adornos navideños con focos que se apagan solos cuando amanece y hasta un carrito que sigue la luz del sol, como se puede ver en un blog en internet que maneja Pimentel.
Para que el taller no se les llenara de basura electrónica, el profesor se puso en contacto con una empresa que maneja residuos sólidos para que recojan las piezas sobrantes de los aparatos que encuentran en la basura. Los gastos por el manejo de residuos los paga él.
La salud del profesor, por otro lado, se vio afectada recientemente por la presión de conseguir recursos para los proyectos. Cuenta que tuvo una crisis nerviosa y como consecuencia estuvo cerca de perder la vista.
A pesar de todo, Pimentel y Uriel viajarán a Houston el próximo año. Además de concursar, podrán visitar la NASA. Aunque el DIF de Atoyac y la escuela los han apoyado con los viáticos para la los concursos anteriores, en su viaje a Houston los gastos de avión, visado y pasaportes correrán por cuenta del docente y los padres de Uriel.
“Este es el primer año que Conacyt apoya esta feria con un millón de pesos repartidos en todos los premios. A nosotros nos tocó una beca de estancia, hospedaje y alimentación. Y qué bueno, porque Uriel come mucho”, bromea Pimentel.
Aunque la familia y amigos de ambos los apoyan, ellos y el resto de niños de la Escuela Secundaria Técnica de Atoyac necesitan apoyo para sacar adelante sus proyectos.
Hoy Uriel, quien al principio sacaba su material de la chatarra, está dándole los últimos detalles a su prototipo, mejorando su inglés y ensayando su exposición. “Estamos emocionados porque vamos a representar a México en temas de ciencia, sabemos que no es cualquier cosa”, destacan.