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“Aquí en el centro [de la Ciudad de México] hay que vestirse sin llamar mucho la atención y más cuando viene uno a empeñar alguna prenda”, dice Ana mientras retira el gorro que lleva puesto.

Ella está con su hijo Moisés. Madre e hijo van apresurados. “Así es la vida en esta ciudad, hay que rifársela, correr, el tiempo no alcanza para nada, el dinero tampoco”, expresa.

A su espalda está la Catedral Metropolitana. “Ahorita nosotros, por suerte, no venimos a empeñar, aunque hemos recurrido al empeño en otras ocasiones. Venimos aquí solamente una o dos veces al año, por suerte. Me dedico al hogar, a mis hijos, y mi esposo trabaja como policía. En la casa sólo contamos con su ingreso. Yo me he dedicado a cuidar de mis hijos, la casa y a “estirar lo máximo posible el dinero. A veces hemos tenido que empeñar prendas para sacar para las colegiaturas de mis hijos, porque no nos alcanza; tengo dos hijos en la escuela: uno de 20 años y una hija de 23. Casi siempre he tenido que empeñar cadenas y así parece que seguiremos, en el empeño, en los refrendos”, asegura .

Con los aumentos de la gasolina, “nos van a complicar aún más la vida”, agrega Moisés, de 23 años. “Sé que debemos cuidarnos de no andar en nada indebido, en nada ilegal, por eso mejor empeñar si es necesario. Ahorita nada más venimos a ver los objetos, los que están en venta. Mejor eso, mejor empeñar que andar en lo ilícito como muchos que buscan el dinero fácil”.

Madre e hijo van de la mano, corren rumbo al Zócalo de la Ciudad de México.

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