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Puebla

Ahí en la oscuridad, donde no había cámaras. Donde no hay testigos a un lado de la carretera, y a unos pasos de una gasolinera, se dio la cita entre Teodoro Salvador Estrada Pérez y la Angélica “N”, ambos médicos. Él de 58 años de edad, jefe de ortopedia del IMSS, médico traumatólogo, y ella anestesióloga y coordinadora médica del turno nocturno del IMSS de La Loma, Tlaxcala. Tenían 15 años de relación y una hija en común, Mariana, de 6 años.

La noche del 13 de diciembre Angélica tenía una cena con un grupo de compañeros anestesiólogos. Antes había quedado de encontrarse con Teodoro en la carretera, cerca de la gasolinera para conversar un rato e intentar una reconciliación, puesto que en días previos habían discutido.

Él la citó y se encontraron: Teodoro se acercó al automóvil de su pareja y le pidió que se pasara al asiento del copiloto. Dijo que quería estar al volante por un asunto de seguridad. Ella accedió. En el momento en que Angélica pasaba por delante del cofre del auto, Teodoro la interceptó, y la abrazó para decirle: “Que guapa te ves, dime que me amas y dame un abrazo.

Ella lo abrazó, rodeó con sus brazos el cuello del médico, y entonces sintió la primera puñalada en el estómago.

—¿Qué haces? Ya me lastimaste! — gritó Angélica, intentando alejarse de él.

Teodoro sujetó la navaja en el estómago y después la llevó hacia arriba, hacia el pecho de su pareja. La acuchilló en el corazón, en la boca, metió el cuchillo adentro de su nariz, le cortó las manos, los dedos, le cortó la lengua, y para terminar decidió decirle: “¡Y para que dejes de gritar por tu vida pendeja, puta, desgraciada, te vas a callar!”.

Entonces él decidió cortarle la yugular desde su lado derecho. Los gritos de Angélica alertaron a un hombre de la gasolinera. Corrieron en su auxilio, sostuvieron al médico, lo inmovilizaron, Angélica continuaba implorando por su vida.

“Sólo sentía mucho calor, mucho ardor en todo mi cuerpo, sentía el sabor de la sangre en mi boca, lo que hice fue tratar de comprimir con mis manos la sangre de la yugular derecha y la herida del corazón. Sabía que podía morir por una hemorragia. Me defendí con uñas y dientes, como pude, con toda mi fuerza, quería sobrevivir para mis hijos, pero él además me mordía. No sé como se distrajo y fue como di ese último grito.

“¡Soy médico, pidan una ambulancia, llévenme al hospital donde trabajo”, dijo.

A los pocos minutos llegó la ambulancia. Entró inmediatamente a cirugía, no sin antes darle a sus compañeros médicos el nombre de su agresor. Todos conocían al médico Teodoro Salvador Estrada Pérez.

Ahora era ella quien requería de toda el experiencia de sus compañeros médicos. Los que la esperaban en aquella cena se enteraron de lo ocurrido. Se dirigieron de inmediato al hospital. Entraron al quirófano. Suturaban. Cocían. Intentaban detener cada hemorragia producto de 37 puñaladas asestadas en todo el cuerpo.

El diagnóstico fue que tenía 99.9% de posibilidades de mortalidad. Casi nula esperanza de vida.

Angélica requirió tan solo para salvar la vida la reparación inmediata de la yugular del lado derecho, y del nervio facial de la mejilla de lado derecho, sutura en la lengua, también en la mejilla interna.

Los mismo tuvieron que hacer en ambos pabellones auriculares y en el labio inferior. Reparación de las heridas del hígado y del páncreas, pero aún quedaba una herida muy grave: la del corazón, por la que hubo que trasladarla a un hospital en Puebla.

Volvió a entrar a quirógrafo está vez para la reparación del pericardio.

Permaneció semanas completas en terapia intensiva. Mientras tanto, su hija mayor resolvía los trámites legales.

Se acercó a la senadora por Tlaxcala, Lorena Cuéllar, hoy también secretaria de la Mesa Directiva de la Cámara Alta, y obtuvo asesoría legal y un seguimiento puntual del caso, lo cual permanece hasta el día de hoy.

Para la senadora Cuéllar Cisneros “esto es indignante, él salió, está libre, la impunidad en Tlaxcala es de terror. Indignante, a pesar de que la titular de la Procuraduría General de Justicia del Estado es mujer… hubo testigos, hubo lesiones, la intención de ese médico era matarla. El señor está en libertad condicional.

El día de los hechos, el médico Estrada Pérez fue detenido y puesto a disposición por el delito de lesiones calificadas, fue consignado a un juez de lo penal y permaneció un año seis meses en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Tlaxcala. Salió el 22 de febrero de 2016 con un fianza de 85 mil pesos.

La pena económica a Teodoro por cada una de esas 37 puñaladas se traduce en haber desembolsado 2 mil 297 pesos por cada ocasión en la que el arma entró en el cuerpo de Angélica con la intensión de acabar con su vida.

Lorena Sandoval, abogada de la víctima explica: “A lo largo de tres años de litigio han cambiado a seis ministerios públicos y cada vez que esto ocurre hay que empezar de cero. En el último peritaje se llegó al colmo de determinar que fue mi cliente quien se provocó las heridas con el cuchillo por problemas emocionales, es increíble que se sospeche que una doctora del IMSS pudiera tener un cuadro sicológico de este tipo. Por supuesto que esto es irreal, pero aún queda mucho por hacer porque no se ha dictado sentencia, estamos en la etapa de los medios probatorios, se continúa el proceso penal. El señor está en libertad condicional, debe firmar una vez a la semana, no puede salir del país, está sujeto a proceso”.

Angélica dice: “A veces no nos damos cuenta de que estamos durmiendo con el enemigo. Pido justicia. Soy una mujer sobreviviente y las leyes probablemente sólo van a cambiar cuando algún juez o algún ministerio público esté al borde de la muerte como yo lo estuve. A las víctimas nos tratan como a victimarias y yo digo: ‘así como él decía que era hombre, que también lo sea para decir la verdad. Si algo me llega a pasar lo culpo a él y a su familia. Mucha mujeres han muerto porque no tenían los conocimientos médicos que tuve para saber qué hacer con mis heridas. Él me hirió justamente donde sabía que me podía desangrar. Es obligación de las mujeres sobrevivientes de violencia seguir luchando para que se haga justicia por el intento de homicidio del que fui victima”.

Angélica lleva a todas partes un tubo de gas lacrimógeno que no suelta en ningún momento. Lo porta inclusive en la bata que usa como médico, aún teme por su vida y cada vez que recibe a una paciente mujer expuesta a violencia extrema le muestra sus cicatrices, cada una de ellas, para dejar constancia de que es una sobreviviente que recomienda siempre denunciar al agresor.

“Pensé que esto solo ocurría en niveles socioeconómicos bajos, en personas quizá sin educación, pero la violencia hacia las mujeres está en todas partes. Hoy, aunque parezca una paradoja, aún me siento culpable, avergonzada, la cicatriz en mi rostro es visible... ¿Qué hice para merecer esto? ¿Quizá algo hice? No sé... creo que no... no merecía esto... dice Angélica.

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