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En una sesión del Congreso Constituyente de 1917, Félix Fulgencio Palavicini, fundador de EL UNIVERSAL, cuestionó a sus colegas diputados la falta de claridad ante el sufragio femenino. Siendo un hombre de palabras, le preocupó la ambigüedad de la redacción del artículo que refería al voto, escrito en masculino, preguntando si eso implicaría dejar fuera a las mujeres en el ejercicio de la democracia. Un año después, Palavicini demostraría que no sólo era un hombre de palabras, sino de acciones, contratando a María Luisa Ross Landa, primero como colaboradora y posteriormente como directora de su importante suplemento cultural EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Así, El Gran Diario de México fue un periódico incluyente que comenzó a construirse como una trinchera para la equidad de género desde sus inicios. En un especial de EL UNIVERSAL ILUSTRADO del 12 de julio de 1918, a un año de la creación del semanario, se pueden ver los retratos de todos sus colaboradores; Ross es la única mujer, a un lado de Isidro Fabela, Saturnino Herrán, Manuel M. Ponce y Ramón López Velarde, por mencionar a algunos de sus compañeros de pluma.
Ross no era ninguna novata cuando ingresó a la redacción de EL UNIVERSAL, ya se había consolidado como periodista colaborando en El Mundo Ilustrado y El Imparcial, importantes diarios del México porfiriano. Fundadora de la Unión Feminista Iberoamericana, sus contribuciones a EL UNIVERSAL iban más allá de las páginas del hogar con las que normalmente la identifican. Se dice que Ross convirtió el suplemento en una revista femenina; si bien durante su dirección nunca faltó la página de moda o el recetario, sus contenidos fueron realmente feministas.
En una página gráfica de 1919 vemos a un grupo de mujeres que han cubierto sus sencillos vestidos con overoles de trabajo, acompañadas por el siguiente texto: “La mujer de todos los países demostró durante la guerra merecer la confianza del sexo fuerte. Mientras los hombres combatían en el frente, ellas llenas de abnegación atendían a las rudas tareas agrícolas y de otra naturaleza con la misma eficiencia que sus padres, esposos y hermanos”. Siendo ella una mujer que destacaba en un mundo de hombres, sabía la importancia de resaltar el trabajo de otras que, como ella, retaban los roles de género que ya comenzaban a ponerse en crisis ante sucesos como la Primera Guerra Mundial o el movimiento sufragista.
Incluso, las páginas de moda de sus años en el ILUSTRADO no eran tan solo un contenido banal, entre sus trazos seductores se resguarda un contenido subversivo: cada día las faldas amanecían un centímetro más cortas y la silueta de reloj de arena se desvanecía para dar paso a los cortes rectos y masculinizados, pues con la guerra las mujeres se quitaron el corset y se pusieron brasier. A medida que “las pelonas” comenzaban a hacer su sutil y progresiva aparición en el ILUSTRADO, bajo la dirección de Ross, la nueva silueta femenina incomodaba, retando a los lectores masculinos.
Recordemos por un momento un controvertido texto de Voltaire: tras hacer un estudio sobre el vestido en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones fue atacado por sus críticos, pues eso implicaba –a sus ojos– escribir como mujer; siendo un hombre de letras, hablar de temas femeninos se convirtió en un acto de rebeldía.
Quizás por esto el trabajo de Ross no ha sido valorado aún, siendo la menos referida de sus homólogos, no solo de aquellos que como ella dirigieron EL ILUSTRADO, sino en los diversos y ricos suplementos culturales que ha tenido el diario a lo largo de su historia. En el mundo del periodismo, más aún de la prensa cultural, las páginas del hogar, que reflejan la vida cotidiana, son poca cosa. Sin embargo, de acuerdo a Minerva Anguiano, curadora y académica de la Universidad Iberoamericana, era en estas páginas con consejos de moda y del quehacer diario en las que aquellas mujeres de vanguardia, como Ross, incitaban a la emancipación; pensemos en el impacto social de esas sugerencias por removerse las fajas, 35 años antes del voto femenino en México.
Las mujeres en la prensa
El 3 de agosto de 1917, el ILUSTRADO reportó el estreno de un poema escénico: Rosas de amor. Parece una crítica de teatro más, pero el centro del escrito versa sobre María Ross, autora de aquella obra en el Teatro Arbeu. Ross la dedicó al fundador de EL UNIVERSAL, Félix F. Palavicini, pues a pesar de que a inicios del siglo XX eran pocos los espacios para la creatividad de la mujer; este diario abrió sus puertas al mérito escrito, sin importar el género.
Escritora versátil de un bagaje cultural envidiable, María Ross un día traducía novelas y cuentos para los lectores del ILUSTRADO, y otro realizaba una profunda reflexión ante la devastadora destrucción de Europa durante la guerra: “Nancy, Amiens, Dunkerque, Reims, Arras... las ciudades mártires, mártires entre muchas, que han sufrido la bárbara oleada de la tempestad enemiga[...] se extiende un silencio, un gran silencio que aumenta la desolación en torno a los escasos habitantes que aún permanecen entre las ruinas [...]”.
El contenido de “alta” cultura nunca flaqueó durante los años en que la también musa de Luis G. Urbina dirigió el suplemento; si bien fue con Carlos Noriega-Hope que se consolidó como referencia obligada para conocer a profundidad la vanguardia artística y literaria del momento, el ILUSTRADO de los primeros años también contaba con interesantes críticas literarias y de arte, pero sobre todo de teatro.
Quizás es en su pasión por la dramaturgia donde realmente destaca el legado de Ross. En un mundo en el que la cinematografía seguía en una etapa paleolítica, el teatro era el centro de la vida nocturna y cultural del país. Ross no sólo escribió y criticó obras de teatro en el ILUSTRADO, sino también las tradujo para aumentar la oferta en los escenarios mexicanos, entre ellas, La Gioconda de Gabriel D’Annunzio.
Su convicción por resaltar a aquellas figuras femeninas que brillaban en un México de generales y caudillos, incitó a Ross a buscar una entrevista exclusiva con Esperanza Iris, icónica actriz y cantante, previa a la inauguración de su gran teatro; entrelazando el rebuscado lenguaje de la estrella con su propia narrativa poética, el artículo despierta una gran empatía con la emoción y nerviosismo de “la hija predilecta de México”. Es una charla ante todo anecdótica, que arroja muchas luces sobre el manejo del oficio periodístico de Ross.
La música también despertó un enorme interés en María Ross, de quien entre sus múltiples actividades y méritos se encuentra su cátedra en el Conservatorio Nacional. En un texto sobre Chopin, relata la trágica vida del compositor, al mismo tiempo traduce e interpreta su riqueza musical para los lectores del ILUSTRADO, interesados en las artes pero quizás no muy versados en los matices de la composición clásica.
Más allá del feminismo que contagió a los lectores del ILUSTRADO, el proyecto editorial de Ross nos muestra una ventana a un México que seguía con un pie en el porfiriato, pero con el otro listo para correr hacia la modernidad de los años 20. Todavía hay dejos de romanticismo decimonónico, pero entre líneas se incita a la revolución. De cierta manera, Ross pavimentó el camino hacia el ILUSTRADO de la irreverencia estridentista, de la poesía contemporánea y del ritmo del jazz.