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Guadalajara, Jal.—Vive con decenas de esquirlas de metal en su cuerpo. Ella calcula que son un centenar. En el antebrazo izquierdo identifica al menos 10. No ha podido contar las de la espalda y tiene también en las piernas. Dos incrustadas en la cabeza mantienen a los doctores en alerta y a ella con la incertidumbre por algún posible daño neurológico que pudiera desarrollarse.
Son lo que llama sus heridas de guerra. Ahora se encuentra en el que denomina su war room o cuarto de guerra, donde una imagen de la virgen de Guadalupe abarca toda una pared y en el que se encuentran sus 17 “bebés” en cunas y en los sillones de la habitación.
Son sus “hijitos”, unos muñecos que parecen bebés de verdad. Susana Calderón acude a ellos y a la virgen para cuando se siente atormentada por los recuerdos y la soledad. Los recuerdos de ese 13 de septiembre de 2015, cuando en esos ocho bombardeos vio a sus compañeros de viaje quemados, con un agujero en el abdomen, sin la mitad de su rostro, sin una pierna, sin un brazo, cuando vio a su esposo por última vez. Luego recibió sólo las cenizas de sus restos.
El ruido de una turbina se escuchó y luego vinieron las ráfagas. La mujer recuerda detalles de ese día cuando empezó a conocer los infiernos. “La camioneta no quería entrar, se atascaba y se atascaba…” eso era una señal. Eran cuatro vehículos en el desierto occidental de Egipto con 14 turistas mexicanos y guías egipcios, llegarían a Luxor.
Una parada para comer permitió el ambiente festivo en el que llaman el desierto de los mares, con esa identificación porque justo la formación de la arena emula el movimiento de las olas y dunas que parecen la ola remontando.
“Nos poníamos bloqueador cuando un compañero llega y le dice a mi esposo, ‘mira Luis mi teléfono no me deja tomar fotos, dice que está muy caliente’. ‘Déjame revisarlo’, dijo mi esposo, en ese momento escuchó el ruido de una turbina a lo lejos, no vi nada en el cielo. Hubo una primera explosión. Lo primero que pensé fue: explotó el celular, pero en segundos supe que no, vi que mi esposo conservaba íntegro el aparato en sus manos, pero él tenía dos agujeros en la espalda, mucha sangre”.
Susana empezó a pedir ayuda y vino el segundo bombardeo. Se tiró al suelo junto con su esposo y alcanzó a ver a un compañero carbonizado. ¡Están cayendo rayos!, explicaba. Pensó que era un desastre natural, que una tormenta eléctrica los había quemado. Todos sangrando, unos inconscientes, mutilados, partidos.
Uno de los choferes tenía un orificio en el abdomen, Susana se quitó su pashmina, la hizo bola y le pidió al egipcio que se la pusiera en la herida y apretara. Dos helicópteros se hicieron visibles en el aire y uno de los compañeros se quitó su camiseta blanca y simuló una bandera, fueron dos intentos de llamar a la paz. “Respondieron con más furia y tiraron a las camionetas, nosotros estábamos debajo de ellas”.
Las versiones del ataque no son claras hasta ahora. Primero el Ministerio del Interior egipcio dijo que los turistas estaban en una zona prohibida en el momento en que había una persecución del Ejército y la policía contra terroristas que viajaban en vehículos todoterreno, parecidos a los utilizados por el convoy de los mexicanos.
La portavoz de Turismo indicó que el grupo no tenía la licencia necesaria para estar en ese lugar, pero la Asociación de Guías Turísticos de Egipto aseguró que el grupo tenía todos los papeles en regla y la empresa organizadora, Windows of Egypt, publicó el documento con el que habían informado del viaje a la policía turística.
Por sus medios, sin la ayuda del gobierno mexicano, Susana logró una indemnización sin comprender todavía con exactitud qué es lo que ocurrió. El gobierno de Egipto anunció el establecimiento de una comisión especial para investigar el ataque donde participan tanto la Fiscalía General como la Fiscalía Militar. Sin embargo, a la fecha no hay resultados.
No hay un recuerdo claro de en cuál de los bombardeos Susana trató de protegerse de las ráfagas y al cubrirse la cara, su brazo tronó. Con el brazo deformado trató de auxiliar a su esposo Luis, que desde el segundo bombardeo no pudo levantarse, tenía las piernas rotas.
La voz serena del relato refleja el trabajo con el sicólogo. Ha intentado sanar la mente de los recuerdos, de las ausencias. Susana y Luis tenían 20 años de casados, no pudieron tener hijos porque a ella le quitaron la matriz como consecuencia de un cáncer que le detectaron.
Ese fue el día más triste que compartieron. Se acompañaron en el llanto por no poder formar una familia, pero se prometieron estar juntos. Alguna vez de esas dos décadas en las que rieron y lloraron juntos hablaron de la muerte.
“Yo le juraba que me iba primero. Él se molestaba y me decía no digas eso porque si tú me faltas no duro una semana sin ti, no sería capaz de vivir sin ti. Hicimos un pacto de que nos íbamos a ir juntos porque ninguno de los dos podríamos vivir sin el otro”.
Aquél septiembre la pareja tuvo que simular estar muertos para no recibir más ráfagas. En los intentos de incorporarse, a Susana le explotó arriba de su cabeza una bomba. Pensó que su cabello se había quemado porque hubo un golpe de calor, no podía respirar y se quedó sorda.
“Me dije: ‘Ya no luches, este es el fin’, perdí el conocimiento y al volver estaba abrazada junto a mi sobrina y junto a la persona que no tenía la mitad de la cara. Yo sentía una opresión en el lado derecho de mi cuerpo porque no podía respirar. Era la lesión cerebral que tenía por las esquirlas y un pedazo de cráneo de dos centímetros que rompieron mi cerebro”.
Los médicos le explicaron que las esquirlas entraron a una temperatura tan alta que fueron cauterizando al mismo tiempo, de lo contrario hubiera muerto de hemorragia cerebral. No pudo mover su lado derecho y su pulmón también estaba colapsado. Cuando el auxilio llegó, Susana alcanzó a ver a su esposo al momento que la subían a la camilla. “Escuché que me dijo que me amaba. Le dije que yo también. No lo volví a ver”.
En la casa donde vive esta mujer, las fotografías de Luis Barajas Fernández, el ingeniero agrónomo con quien se casó el 14 de enero de 1995, ocupan el lugar de siempre. Dan cuenta de la boda y de su parada en la Fuente de Trevi en Roma, a la que con la moneda echada pidieron regresar.
Ese deseo se fracturó. Susana opta por no hacer planes: “Sólo por hoy” vive y trata de aminorar los dolores del corazón y las heridas físicas. Muestra sin pena las cicatrices que dejaron las quemaduras en sus brazos y piernas de los ocho bombardeos que recuerda en el desierto egipcio.
El diagnóstico fiel de lo que le ocurrió en ese país árabe lo tuvo hasta que llegó a Guadalajara. La escanearon y los doctores optaron por dejar las esquirlas dentro de su cuerpo. Dos de ellas incrustadas en la pierna estaban emitiendo un tipo de radiación y las tuvieron que extraer, rasparon el hueso, quitaron el músculo afectado y luego rellenaron el espacio con colágeno.
“El temor de los médicos es que esa reacción pudiera presentarse en las alojadas en el cerebro”. Los cirujanos le han dicho que no hay forma de retirarlas. Mes con mes le hacen una tomografía para revisar que no liberen sustancias, que no se muevan de lugar y a la espera de que el cerebro encapsule las esquirlas.
El diagnóstico inicial pronosticó que no volvería a caminar, que perdería la audición y la vista, además de que presentaría problemas cognitivos. Los médicos de Guadalajara quitaron todavía arena del desierto de las heridas, que ni en El Cairo ni en la Ciudad de México habían sido lavadas a profundidad. Retiraron músculo, rasparon hueso una vez más y colocaron una placa metálica… reconstruyeron su brazo.
“Me arrancaron la vida, la fe, la esperanza, es difícil retomar una vida que no conoces, porque todo cambió. No soy la de hace más de un año en cuerpo ni en mente ni en alma. A veces soy una mujer temerosa, frágil, triste y de repente muy fuerte, muy valiente, entera, completa (…) descubrí la fortaleza que no sabía que tenía”.
La mujer conoció miedos que no sabía que existieran. Hoy camina lentamente, reaprende a caminar con seguridad, una férula reeducadora la soporta. Hay sonidos que no supera como el ruido de los helicópteros y los cuetes.
De su esposo perdió la empresa de material hospitalario que logró durante años de trabajo, porque se dedicó a su recuperación. Cuando se siente sola o en momentos difíciles acude a su cuarto de guerra. “Vengo, abrazo a mis bebés, me siento y platico con la virgen”. Entre las dos arman una estrategia de cómo terminar el día y empezar el próximo, “si Dios lo permite”.