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Nueva York.— Esta nublado. La temperatura: 26 grados con humedad de 89%, eso hace que el andar por esta ciudad se haga más lento. Hace un rato capturaron a un hombre vinculado con los bombazos del fin de semana.

Pero Carlos, Elizabeth, Enrique y Daniel ven la detención de un posible terrorista y el calor como parte de su cotidianidad. A los cuatro mexicanos les preocupa más perder sus trabajos o que Donald Trump llegue a la Casa Blanca.

Uno es repartidor, la otra estudia dermatología, uno más hace pizzas y el último vende emparedados por las mañanas. Llevan viviendo en Nueva York más de una década, salen de sus casas a trabajar antes del alba y llegan de noche.

Saben que ayer el dólar se vendió a 20 pesos en México y que eso significa dos cosas: que el dinero que envíen a sus familias rendirá mucho más, pero también que las cosas no marchan bien y que pronto todo podría ser más caro.

Daniel Quiroz es un chico que llegó aquí a la edad de 19 años. Por la mañana vende emparedados en Manhattan, sale todos los días a las cuatro y desde Queens hace más de una hora hasta la Quinta Avenida.

Tiene 29 años, pertenece a la International Group, asociación que defiende los valores inculcados por Marx . Para él no sirven la “derecha burguesa” ni la “izquierda hipócrita”; grita contra Andrés Manuel López Obrador y el presidente Peña Nieto.

Frente al Hotel Saint Regis dice ver a un México subordinado y que sus connacionales migran hacia Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. Acusa a Hillary Clinton de imperialista y a Trump de xenófobo y racista.

“Las cosas en México están mal... México está subordinado a lo que pase aquí... Las cosas no van bien”, dice.

Elizabeth Pérez estudia dermatología, junto con otras estudiantes latinas en una escuela del Bronx. Ayer salió a las calles de Manhattan. A la hora del almuerzo corrió a una pizzería de la Tercera y la 45.

Con 22 años de edad, prefiere hablar en inglés, pero presume su mexicanidad. Nació en Matamoros, Tamaulipas; llegó a Nueva York cuando tenía 12 años. Junto con sus papás dejó todo atrás... la vida violenta de la frontera tamaulipeca.

Dice viajar muy poco a México; casi no ve la televisión, prefiere el internet, la radio y los periódicos para informarse.

“Ultimamente se oyen muchas cosas de que nada va bien. Es triste saber que en mi país las cosas en lugar de mejorar van peor; si es el gobierno o la gente, no lo sé, pero es triste.

“Sé por mis padres que cuando uno está aquí y quieren hacer cosas en México, deben esperar a que el dólar este mucho mejor allá; me parece que es mucho mejor porque en ningún lugar la vida es barata, pero me imagino que en México hay mucha gente que sufre mucho por culpa de la economía”, dice.

Sobre Donald Trump, lamenta que los partidos políticos de Estados Unidos echen por delante a los hispanos para hacer campaña. Considera injustos los discursos de odio contra los migrantes, pues dice que quien los emite nunca ha sufrido por alcanzar sus sueños.

Carlos Flores salió temprano de su casa en Queens;    ahí dejó a su familia, con la que vive aquí desde hace 16 años. Reparte comida y hamburguesas en Manhattan con una pequeña bicicleta. No sabe que el dólar supera el valor de 20 pesos. Está preocupado por conservar su trabajo y no perder tiempo en entregar sus paquetes.

Es bajito, usa casco negro y chaleco naranja con cintas reflejantes, un pantalón corto y tenis. Envía todos los meses a Guerrero, México, 300 dólares.

“No sé casi de lo que pasa en México, la familia está aquí”, explica y dice que aunque el dólar sea más caro en México no impacta mucho porque al final todo es igual de caro, “aunque puede ser que les convenga a los que están allá”.

Enrique Gutiérrez es de Puebla, de la Sierra Negra, “por Acatlán”; trabaja en una pizzería sobre la Segunda Avenida, a unas calles de las Naciones Unidas; no le gustan las fotos, trabaja duro para mandar dinero a México, para la casa nueva.

Le preocupa que lo vean platicando con la gente a la hora del almuerzo, pero advierte que si el dólar está caro “quiere decir que las cosas no van bien”.

“Si mando dinero, sé que puede valer más centavos, pero al final suben las cosas, no rinde”, dice y se pone a trabajar para no perder el empleo que tiene hace seis años.

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