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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Como invisible, el vuelo de un avión de combate se siente en el pecho del público. Ahí llega la resonancia de las poderosas turbinas. Son las 11:01 horas. Va a empezar el desfile militar conmemorativo del 206 aniversario de la Independencia, en el que resaltará el cuerpo que se ocupa de los casos de desastres naturales y la visión de respeto a los derechos humanos de las fuerzas armadas.
En la Plaza de la Constitución, el presidente Enrique Peña Nieto iza la bandera nacional acompañado por los secretarios de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, y el de Marina, Vidal Soberón Sanz.
Juntos, desde el balcón central del Palacio Nacional, verán de frente las escuadras de aviones y helicópteros que, una y otra vez, durante dos horas, vendrán del poniente y pasarán sobre el Zócalo, donde se han volcado a las calles decenas de miles de personas.
Es significativo que el subsecretario de la Defensa Nacional, el general de división Noé Sandoval, fuera el comandante de la columna del cuarto desfile que encabeza el presidente Enrique Peña Nieto. Este evento, en el que marchan 23 mil 471 militares, y en el que las armas que defienden a la nación —infantería, artillería, caballería, aviación, armada—, comparten espacio y tiempo.
Las avenidas del Centro Histórico y su conexión con el Paseo de la Reforma, son las venas donde corre la energía de los civiles que han venido a reconocer a las fuerzas armadas, y los militares que cantan sus himnos, siguen su redoble de tambores y toque de corneta.
En las vallas hay gritos, vivas, aclamaciones, voces que alzan para pedir al hijo, al amigo, a la novia que miren lo que ellos tienen en la retina, como ese baile circular de un grupo de paracaidistas que forman una espiral descendente y que habrá de tocar pavimento en la avenida Madero.
Niñas a hombros de sus padres; vendedores; muchachas con la varita de selfie en la mano y el teléfono grabando; hombres de apariencia indiferente, en pareja que van por las aceras, sin hijos, tías, abuelitas que atender y que hacen recordar lo insegura que es la Ciudad en las aglomeraciones.
Cuerdas y vallas delimitan el lugar de los espectadores; hasta cadetes de policía están ubicados a lo largo de la ruta del desfile, en la que cientos de elementos policiacos federales de uniforme de tarea o de civiles se hacen cargo de la seguridad a nivel de piso.
En Juárez y Balderas, donde estaba el Hotel Regis hasta el temblor de 1985 y ahora se tiene al Jardín de la Solidaridad, reciben grandes aclamaciones, los elementos del Ejército, Armada y Fuerza Aérea que se especializan en tareas de atención a la población civil en casos de desastre. Y dentro de este núcleo, el aprecio por los bomberos que llevan insignias de Marina, motiva una de las mayores aceptaciones.
El Plan DN-III viene con todo. Además, se cumplen sus 50 años de servicios a la nación. Es la estrella del desfile. La gente prodiga sus aplausos, y se impresiona con ese tráiler que dice Hospital Quirúrgico Móvil, seguido de una flota de ambulancias.
Y siguen más tráileres, de cocina comunitaria, de cocina comedor, de una tortilladora gigantesca, como también lo es una potabilizadora de agua.
Un rato antes ha pasado un segmento de plataformas en los que el Ejército y la Fuerza Aérea expresan su credo en los derechos humanos.
Son leyendas en las que expresan “las fuerzas Armadas protegen los derechos humanos; promueven la cultura de su respeto; atienden a las víctimas; colaboran en la investigación para el cumplimiento de la ley”.
Los espectadores han aclamado a un vehículo de dos pisos en el que viajan los medallistas deportivos que pertenecen a las fuerzas armadas, y también ha sido para la gente de especial interés la plataforma temática sobre igualdad de género que abre todos los espacios a la participación de la mujer. Un piropo saluda a las militares que defienden la patria.
La población ha visto una exposición rodante de la industria militar, sin que haya más incidente que algunos niños perdidos y sus padres desesperados por encontrarlos.