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sergio.urban@eluniversal.com.mx
En las primeras dos décadas del siglo pasado, poco tiempo después de que el Porfiriato llegara a su fin, un número muy reducido de gente sabía leer y escribir. Pocos asistían a las escuelas.
No existen cifras exactas, pero el libro La ciudad de México: Antología de lecturas siglos XVI-XX, editado por la Secretaría de Educación Pública (1995) refiere que en la capital, considerada la ciudad más ilustrada del país en aquella época: “solo 162 mil 855 personas saben leer y escribir (...) 91 mil 284 son escolares y estudiantes”. Lo anterior ocurría en un territorio con alrededor de 15 millones 160 mil mexicanos que vivían a lo largo del país en 1910, según el “Tercer censo de población de los Estados Unidos Mexicanos 1910”, divulgado por el INEGI.
En aquel entonces muchos de los profesores se preparaban en la Escuela Normal de Maestros (institución que ya tenía varias décadas funcionando), cuya formación era integral, ya que incluía conocimientos de las áreas científicas, humanísticas, físicas y artísticas. “El cargo de maestro era como el del sacerdote, cuya virtud esencial era la vocación de servir a los demás. Para Justo Sierra, el maestro era un ‘santo de la democracia’ que había que poner en un altar”, se narra en el libro Historia de la educación durante el Porfiriato.
Sin embargo, se continúa argumentando en el citado libro editado por el Colegio de México, “en la práctica, el enaltecimiento de la función del maestro no sirvió ni para que ganara mayores sueldos ni para tener mejores oportunidades, a pesar de que muchos profesores cumplieron esa función mesiánica. No era poco común que algunos se transportaran a pie o a caballo durante horas para ir a dar clases en zonas rurales, o bien que no habiendo casas que rentar, decidieran vivir en la escuela misma, con todas las incomodidades del caso”.
Según Mílada Bazant, autora del mencionado texto, la relevancia de los maestros fue elevada. “Basta mencionar a algunos otros para tener una idea de su importancia: Luis Ruiz, Manuel Cervantes Imaz, José María Vigil, Félix Palavicini, Abraham Castellanos (...). Los maestros combinaban la erudición de sus cátedras con una sencillez y naturalidad sorprendentes. Junto a una gran cultura poseían una verdadera vocación”. Cabe destacar que Palavicini también fue periodista y fundó El Universal en 1916.
Educación obligatoria y gratuita
El año 1911 puede considerarse como un momento decisivo en la transición a un modelo educativo más incluyente y plural. En mayo de ese año el Congreso avaló un proyecto de ley mediante el cual el Gobierno de la República se responsabilizaba económicamente de la educación.
Esta legislación garantizaba también la apertura en todo el país de escuelas de “instrucción rudimentaria” cuyo objetivo era enseñar a leer y escribir a las personas, así como capacitarlas en el uso de operaciones matemáticas y aritmética básicas.
Posteriormente, ya en el proceso de la
lucha armada de la Revolución se dice que el ideario de Emiliano Zapata y otros caudillos de su causa contemplaba llevar “la
antorcha del saber” a todo el territorio nacional. Esto servía como una estrategia de lucha frontal contra el analfabetismo que imperaba en esos años.
Sin embargo, no fue sino hasta 1917 cuando Venustiano Carranza y los participantes en el Congreso Constituyente encargados de redactar la Carta Magna lograron garantizar que el acceso a la enseñanza elemental, obligatoria y gratuita fuera un derecho fundamental de todo mexicano.
Surge la SEP
Aunque la reciente constitución señalaba en su artículo tercero que la educación básica en el país debería ser gratuita, laica y obligatoria, no fue posible iniciar con esta encomienda, pues se carecía de las instituciones e instrumentos necesarios.
Fue hasta el 3 de octubre de 1921 cuando se creó la Secretaría de Educación Pública y nueve días después, el 12 de octubre, el entonces rector de la Universidad Nacional el licenciado José Vasconcelos, asumió la titularidad de la naciente Secretaría.
A partir de entonces, “Vasconcelos inició la formulación práctica del proyecto emprendiendo diversas medidas con el objeto de reunir a los distintos niveles educativos; depuró las direcciones de los planteles, inició el reparto de desayunos escolares y llevó a cabo su idea fundamental: que la nueva Secretaría de Educación tuviese una estructura departamental”, refiere la SEP en su sitio de Internet.
La dependencia señala que los tres departamentos fundamentales fueron: 1) el Departamento Escolar, en el cual se integraron todos los niveles educativos, desde el jardín de infancia hasta la universidad; 2) El Departamento de Bibliotecas, con el objeto de garantizar materiales de lectura para apoyar la educación en todos los niveles; y 3) El Departamento de Bellas Artes, para coordinar las actividades artísticas complementarias de la educación.
Vasconcelos asumió las tareas educativas desde la perspectiva de la vinculación de la escuela con la realidad social. En su discurso de toma de posesión como rector de la Universidad afirmó: “Al decir educación me refiero a una enseñanza directa de parte de los que saben algo, en favor de los que nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva para aumentar la capacidad productiva de cada mano que trabaja, de cada cerebro que piensa [...].Trabajo útil, productivo, acción noble y pensamiento alto, he allí nuestro propósito [...]. Tomemos al campesino bajo nuestra guarda y enseñémosle a centuplicar el monto de su producción mediante el empleo de mejores útiles y métodos”.
100 años en frases
“Un libro, como un viaje, se comienzacon inquietud y se termina con melancolía”
José Vasconcelos
Escritor, historiador
“Por mi raza hablará el espíritu”
José Vasconcelos
Escritor, historiador.