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ruth.rodriguez@eluniversal.com.mx
“Nunca me percaté que tenía cáncer de ovario. Me dolía mi vientre y los médicos me decían que era colitis. Empecé a bajar de peso, de 58 kilos que tenía llegue a pesar 43 kilos”, narra Jacqueline Vargas Muñoz, de 34 años.
“Me extirparon ovarios, matriz, parte de mis intestinos y mi vesícula bilial para detener el cáncer”, dice.
“Para mí fue algo terrible, porque yo quería volver a ser mamá. Yo tenía a mi hija Fátima, de dos años. Te dicen la palabra cáncer y lo primero que piensas es que me voy a morir.
“Te juro por Dios que nunca había escuchado de esta enfermedad, es más, creo que nunca había puesto atención lo que era la palabra cáncer hasta que a mí me sucedió esto”, confiesa.
Jacqueline, quien ayer asistió a la celebración del Día Mundial del Cáncer de Ovario, recuerda los estragos que la quimioterapia causó en su cuerpo
“Se me comenzó a caer el cabello, vomitaba hasta 16 veces al día, no tenía fuerzas para comer y para ir al baño me tenía que arrastrar”, recuerda.
“Al principio bromeaba, quería ver el lado positivo de esto, pero cuando llegué a mi casa y me miré al espejo, ya no aguanté más, me solté a llorar porque me sentí un monstruo, el ver como todo en mí, se iba acabando. Baje 15 kilos de 58 que pesaba. Era el esqueleto andando, sin cejas, sin pestañas sin cabello. La gente me volteaba a ver y se daba la vuelta para no pasar a lado mío”, comenta.
“Me siento bendecida por Dios porque el saber que tienes cáncer y que tu cirugía vale más de 180 mil pesos y que las quimioterapias te cuestan entre 5 a 8 mil pesos, que te las tienen que aplicar cada quincena, y te preguntas, ¿de dónde sacó el dinero?, no pague un sólo peso por mi tratamiento”, señala.
“Y es verdad que Dios manda a personas como la senadora Diva Hadamira o a las integrantes de la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer, a los médicos que trabajan por otros que ni conocen como a mí, y que luchan porque tengamos acceso a atención médica”, relata.
“Gracias a Dios, porque él les mueve su corazón para ayudar a otros sin recibir nada”, señala, a la vez que recuerda a una amiga suya que tenía la misma enfermedad, pero que no tuvo dinero para pagar sus quimioterapias y al dejarlas falleció.
“Gracias a Dios estoy viva y tengo una nueva oportunidad de vida”, concluye Jacqueline.