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Los niños indígenas de la selva empiezan a trabajar desde que aprenden a caminar. Las niñas, no mayores de seis años, cargan a sus hermanitos a la espalda, otras acompañan a sus madres a buscar leña, limpian el maíz y atizan el fuego de la cocina.

En las comunidades indígenas y campesinas de Chiapas los niños son mayoría. En cada hogar hay de cuatro a seis de ellos, desde recién nacidos a los 13 años.

En La Betania, una comunidad distante seis horas de la cabecera municipal, vive la sonriente Andrea junto a sus padres en una casa con cocina de tablas de cedro ubicada a 200 metros de la carretera que comunica a San Quintín, el poblado con mayor desarrollo de esta microrregión de la selva, con tiendas de abarrotes y pista para el aterrizaje de avionetas, con autos, muchos de ellos propiedad de militares.

Andrea. de apenas siete años, sonriente y platicadora con los visitantes, viste con su indumentaria de tzeltal, un traje donde resalta el intenso amarillo de los bordados.

Desde 2010 La Betania estaba considera como una localidad de “muy alta” marginación por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), y seis años después este estatus ha permanecido inamovible.

Aquí, donde sólo dos familias simpatizan con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), los niños no tienen juguetes electrónicos ni tabletas. Su tiempo libre lo dedican a bañarse en los arroyos que alimentan el Jataté y todavía conservan juegos como las canicas y las escondidas.

Andrea pasa la mayor parte del tiempo al lado de su abuela en un fogón que es constantemente alimentado por leños de maderas finas, para preparar las tortillas y los frijoles. Como esta niña, otras también deben permanecer en casa, mientras que los chicos son los que se aventuran en la selva, y juegan en el centro del poblado, donde los adultos acostumbran reunirse para resolver los problemas internos.

Son las niñas las que además de cargar a sus hermanos recién nacidos acompañan a sus madres a llevar la ropa que se lava en el río, donde deben aprender a limpiar las prendas a golpes en las rocas.

Después de terminar la primaria, muchas de ellas se casan antes de cumplir los 15 años porque no tienen oportunidades de trabajo, mucho menos para continuar sus estudios. Andrea es sólo una niña que no sabe qué es estudiar ni qué es una universidad.

—¿Qué vas a estudiar cuando seas grande? —se le pregunta.

—No sé —responde.

Lo único seguro para ella es seguir al lado de su madre y su abuela en la cocina.

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