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Fernando del Paso recibió ayer, en Alcalá de Henares, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2015, de manos del rey de España. El escritor leyó con su voz rescatada hace tres años de un infarto, un discurso sobre la belleza del castellano, lleno de giros barrocos, humor e imágenes de su infancia, pero que arrancó con una dura carga a las autoridades mexicanas por su respuesta a la crisis que vive el país.
“Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación, en el Estado de México, de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas”, dijo Del Paso.
El escritor culminó este exordio asegurando: “Esto pareciera tan solo el principio de un Estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza”.
Junto al escritor estuvieron su inseparable esposa, Socorro, sus hijos y nietos. A todos ellos los incluyó en su saludo, y dedicó el premio a sus padres y a la editora española Carmen Balcells y los poetas Hugo Gutiérrez Vega y José Emilio Pacheco. Del Paso se retrotrajo a su nacimiento como el primer contacto que tuvo con su lengua materna: “¡Oh, maravilla! Lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo toso y estornudo en castellano”.
A partir del recuerdo de ese primer roce con el idioma, Del Paso visitó su evolución como escritor, siempre en una clave ligera y con mirada sentimental. Recordó sus influencias literarias, desde Tarzán a Dos Passos, arregló cuentas con las monjas que intentaron reprimirlo como zurdo y lo convirtieron en “ambisiniestro”, y lamentó su mala salud, que lo ha llevado 15 veces al quirófano.
“Súbdito del castellano”. Tras enumerar los principales momentos de una vida que considera feliz, y asegurar que piensa seguir escribiendo, Del Paso cerró su alocución pidiéndole perdón en público a su esposa por cualquier daño que haya podido causarle en su convivencia, y acordándose una última vez de sus raíces: “[Agradezco] asimismo y profundamente a la Providencia, a la casualidad o a la causalidad el haberme hecho súbdito de la lengua castellana, a mi país México y a mis padres por haberme dado este lenguaje y sobre todo, gracias a ti, España, mil gracias”. Y en un último giro para distanciarse de la pompa de los grandes discursos, concluyó: “Por cierto, también sueño en español. Vale”.
El rey de España alabó en su discurso de clausura esta “conciencia de vivir en el idioma” que ha demostrado el mexicano. “Sus novelas principales presentan cada cual unas características y una voluntad diferenciadas, pero están emparentadas unas con otras por su artesanía lingüística, por un uso del lenguaje en el que se aúnan el respeto por la tradición y la audacia innovadora”, dijo el monarca, que también alabó a México por ser el país que “acogió a tantos escritores en momentos de dificultades, de exilio, entre ellos varios autores —americanos y españoles— que también recibieron el Premio Cervantes, como María Zambrano, Álvaro Mutis o Juan Gelman”.
Con el acto en la Universidad de Alcalá de Henares culmina el año de las cifras redondas en el mundo de los homenajes a Miguel de Cervantes: 400 años de su muerte y 40 del premio en su honor.
Siguiendo sus costumbres de dandi, Del Paso se presentó a la gala con una corbata rojigualda “con los colores de España en el pecho, muy cerca del corazón”. Su enfermera Lupita empujó su silla de ruedas. Contra lo que es costumbre, el premiado no subió a la tribuna para leer su discurso tras recibir del rey la medalla y la escultura acreditativa del galardón, sino que lo hizo desde una mesa auxiliar.
Del Paso, nacido en 1935, es el sexto mexicano en recibir el galardón. Le precedieron Octavio Paz, en 1981, Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005), José Emilio Pacheco (2009) y Elena Poniatowska (2013). Todos ellos fueron recordados por el ministro de Cultura de España, Íñigo Fernández de Vigo, en el discurso que abrió la gala. El premio es considerado el más importante de las letras en castellano, dotado con 125 mil euros.
El jurado reconoció la obra del escritor mexicano “por su aportación al desarrollo de la novela, aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento. Sus novelas llenas de riesgos recrean episodios fundamentales de la historia de México haciéndolos universales”.