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A los 14 años, Marcelina Bautista llegó de Oaxaca a trabajar para sostener a su familia. Su opción fue en una casa, puesto que era menor de edad y no contaba con estudios para solicitar otro empleo. Durante 22 años se dedicó a esa labor. A la distancia, Marcelina se ha convertido en la primera secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar.

Bautista fundó en el año 2000 el Centro de Apoyo y Capacitación de Trabajadoras del Hogar. Su experiencia como empleada doméstica no le había permitido acceder a otro empleo distinto porque no contaba con estudios. Con el tiempo decidió tomar algunos cursos, entre ellos uno de derechos laborales, lo que la llevó a promover eso mismo con otras mujeres. Hoy es coordinadora regional para América Latina de la Federación Internacional de Trabajadoras del Hogar (FIFH).

“Todo comenzó al verme desamparada ante muchos de los derechos que marca la ley, los cuales yo no ejercí durante más de dos décadas de trabajo; encontré que como yo hay cientos de trabajadoras que tampoco ejercen sus derechos y en ese afán es que trabajo diariamente”, afirma.

Marcelina suele explicarles a todas las trabajadoras del hogar, a quienes asesora, que quien presta servicio de aseo y asistencia a una persona o familia podrá asegurarse de manera voluntaria en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para obtener beneficios de salud.

“¿Es justo que uno tenga que estar recogiendo los zapatos de toda una familia por toda la casa y a todas horas;? ¿Es justo que la ropa esté botada por todos lados y uno tenga que recogerla porque es la sirvienta de la casa y para eso le pagan? ¿Es justo no contar con seguro social ni vacaciones pagadas ni aguinaldo? ¿Es justo el abandono laboral en el que nos encontramos? ¿Es justa la discriminación y el clasismo al que nos enfrentamos?”, hila Catalina Beristáin, trabajadora por más de dos décadas.

“Queremos ser tratadas con dignidad; que se respeten nuestros horarios, recibir seguridad social, que se nos pague un salario digno y justo, que se nos considere personas con derechos; queremos no ser discriminadas, que no se nos explote y sobre todo ser reconocidas y respetadas”.

Catalina trabajaba tres días a la semana de entrada por salida y contó durante cuatro años con seguridad social, “pero un día la señora me dijo que no tendría seguro social y me quitó un día de trabajo por las dificultades económicas que ella decía enfrentar; yo le reclamé. No fue algo que negociáramos”.

Ana Laura Aquino Gaspar comenzó a laborar como trabajadora del hogar a los 12 años de edad. “Mi padre le pegaba a mi madre y ella se separó. Mi hermano era el que tenía que estudiar y no alcanzaba para que yo también estudiara; mi madre me colocó en una casa en la Ciudad de México a cambio de que yo tuviera techo y comida… la señora, mi empleadora, me dio para mis pasajes y me dejó estudiar, pero no aguanté el ritmo de trabajo. El horario era de las 6 de la mañana a las 11 de la noche”, dice.

Ana Laura supo desde su niñez que no había otra opción para ella más que trabajar en el hogar. Tras laborar en una casa judía decidió renunciar para irse a la maquila donde no piden papeles, pero ganaba muy poco y comenzó a buscar de nuevo trabajo en casa. Al poco tiempo escuchó a Marcelina en la radio y decidió acercarse al centro de capacitación. Fue Bautista quien la ubicó en la casa en la que aún labora. “Trabajo en una casa donde vive una señora sola y es muy sensible respecto a los derechos de las trabajadoras del hogar. Ella me ha permitido superarme. He tomado cursos, talleres, he viajado representando a las trabajadoras del hogar y ahora estoy en la secretaría general del sindicato”, cuenta.

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