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politica@eluniversal.com.mx
Ciudad Juárez, Chih.— Sin comer y con apenas dos vasos de agua, Artemio Rentería aguantó 11 horas para ver al papa Francisco. Migrante de Durango, intentó cruzar a Estados Unidos y finalmente se quedó a vivir en esta franja fronteriza hace más de 14 años. Llegó a El Chamizal a las cuatro de la mañana.
Por su propia condición de migrante, el hambre no le pesa, dice, está curtido, puesto que no le fue fácil hallar un trabajo y establecerse en esta ciudad.
Acompañado por su esposa, sintió el mensaje del Papa en sus dos vertientes: sufrió la violencia de Ciudad Juárez y como migrante dentro de México sabe lo que es dejar todo atrás para volver a empezar. Ahora tiene una tienda de abarrotes.
“Me gusta más la ciudad ahora que está tranquila; ha sido muy difícil sobre todo por la violencia que vivimos, pero sí me parece que el Pontífice tiene razón, estamos viviendo una nueva época”, afirma.
Para el comerciante, ver a Jorge Mario Bergoglio es una oportunidad irrepetible, porque como católico y creyente el religioso argentino representa una oportunidad de estar más cerca de su fe. Ni siquiera cuando concluyó la misa le apuró ir a comer. Su objetivo del día estaba cumplido.
Artemio se encuentra en el mismo cuadrante que un grupo de mujeres indígenas de la Sierra Tarahumara, quienes también tuvieron que emigrar de sus comunidades por la pobreza. Para ellas, la visita del jerarca católico, si bien no les permite regresar a sus casas, al menos “nos ofrece un poco de consuelo, es muy bonito estar aquí con él”, apuntan.
Las banderas de México ondean junto a las de Estados Unidos sin que nadie se muestre extrañado. Los flujos de migrantes van de una frontera a otra. Artemio lo sabe, por eso se muestra comprensivo con los muchos que ha visto después de él. A veces, este hombre que se sabe migrante en su propia tierra, si puede, los ayuda.