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Tumultos, largas filas y molestia, así como gritos y chiflidos de hartazgo y rechazo fueron las características centrales en los accesos para el acto del papa Francisco en el estadio José María Morelos.

Desde la noche del lunes, integrantes de las pastorales juveniles de diversos puntos del país comenzaron a llegar a las inmediaciones del lugar, así como familias y grupos de jóvenes, en su mayoría con hábitos y sotanas.

Entre los religiosos procedentes de 60 diócesis de la República acudió un grupo de 20 jóvenes de la Hermandad Discípulos de Jesús, procedentes de San Luis Potosí.

Previo a su ingreso, a cada asistente le dieron una bolsa con agua y galletas. En sitios aledaños se observan todo tipo de recuerdos entre los comerciantes, desde camisetas hasta una cerveza artesanal conmemorativa de la visita papal. Según las autoridades, los accesos se abrirían desde las 8:00 de la mañana. Sin embargo, al mediodía, personas que arribaron desde la madrugada continuaban formadas al exterior a pesar de la alta temperatura.

Andrea Peñaloza acudió con un grupo de 50 personas, de la Pastoral Juvenil de Lázaro Cárdenas. Llegaron a las 2:00 de la mañana y a las 12:00 aún no habían ingresado.

Dora Anguiano, de Irapuato, Guanajuato, llegó con su familia a las 3:00 de la madrugada y nueve horas después no había conseguido entrar.

Esther Camacho, quien es originaria de Mil Cumbres, Michoacán, lamentó los contratiempos que se presentaron para poder ingresar. “Lo que veo es una mala organización. Estoy cansada, eso sí, mucho, pero me aguanto”, comentó.

Todos los asistentes debían pasar por el arco detector de metales y ser registrados de manera exhaustiva antes de ingresar. Más tarde, una hora antes de la llegada del obispo de Roma al estadio, cientos de personas amenazaban con dar “portazo” en los accesos tres y cuatro. Contaban con boletos para gradas y cancha, pero las puertas del penúltimo filtro fueron cerradas bajo el argumento de que el lugar estaba lleno. Permanecieron por espacio de aproximadamente 30 minutos exigiendo la entrada, mientras que las autoridades mantenían la puerta cerrada. Decepcionados y cansados, algunos decidieron retirarse del sitio.

Las manos de Antonia todos los días tallan dos docenas de ropa, o más, pero este martes descansaron. La joven de 25 años se tomó el día para viajar desde Indaparapeo, Michoacán, a Morelia. Viajó casi 29 kilómetros hasta la capital del estado en compañía de su esposo, de 28 años, y su hija, de 7. Aunque sólo tenían un boleto. Le dijo a su pareja que entrara él, mientras ella se quedaba con Clara, su hija, a esperarlo en el exterior. “Le comenté: no le hace que yo me quede afuera, es que a él le regalaron el boleto”, señaló.

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