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El conteo del uno al 43 resonó en el Estadio Venustiano Carranza sólo unos minutos antes de que el papa Francisco arribara al lugar para oficiar una misa. Ahí lo esperaban entre bailes y cantos quienes habitualmente conservan la sobriedad, los religiosos, quienes llevan hábitos y han consagrado su vida a Jesús o están en camino a hacerlo.

Se contagiaron de emoción, pero también de ese homenaje a los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Un diácono, parte de una banda musical que amenizaba el ambiente previo a la llegada del jerarca católico, con el micrófono, empezó el conteo. Desde las gradas, en donde se encontraban los más jóvenes de la formación eclesiástica, así como otros con mayor trayectoria, corearon hasta el último número.

En las pantallas gigantes se veía aproximarse al Pontífice hacia el estadio, construido para las olimpiadas de 1968 y remodelado a finales de 2015 para este encuentro que se preparó para los 20 mil religiosos de todo el país. Ahí lo esperaron con olas, gritos y vítores, pero también entre bailes de las hermanas y los seminaristas, alejados de los ritmos solemnes. “Pelusa por aquí, pelusa por allá”, gritaban.

Las mujeres, con su vestimenta negra y larga, saltaban eufóricas ante la inminente aparición de Francisco y hacían olas desde las gradas. En uno de los cantos más rítmicos, desde el sonido se le pidió a los obispos bailar por la alegría del arribo del obispo de Roma. Pocos hicieron caso al llamado, pero sí hubo manos que se alzaban al compás de la música.

Porras y gritos se elevaron cuando Francisco llegó en un vehículo distinto al papamóvil; la gente pedía la vuelta en la pista de tartán y les fue concedida. Quienes estaban en las sillas colocadas en la cancha corrieron de inmediato hacia las vallas metálicas que resguardaban el paso del Papa.

Se había ido la sensación térmica de menos cinco grados centígrados que en la madrugada recibió a los religiosos cuando llegaron a formarse en cientos para escuchar al jerarca católico. En medio del calor llegó el Pontífice, quien fue recibido entre las porras y la euforia que su origen latinoamericano le hacen alcanzar.

La misa comenzó y desde el sonido se pedía conservar el protocolo debido sin aplaudir ni gritar de emoción. Con obediencia transcurrió la eucaristía, en la que Francisco no evitó el tema del narcotráfico al pedir a los religiosos que no se resignen ante la violencia, el tráfico de drogas y la corrupción. Los llamó a evitar caer en la tentación y arma preferida del demonio: la resignación.

Atentos, algunos de los asistentes asentían con la cabeza ante el mensaje que los interpelaba a actuar y no decir: “No se puede hacer nada”. La ceremonia concluyó con una petición: “No se olviden de rezar por mí”.

La formalidad no se pudo contener e iniciaron los cantos del grupo Purembe, que interpretó la melodía Cara de pingo. Francisco se alistaba para salir del estadio a su segundo acto en la capital del estado. “¡Queremos ver al Papa!, ¡Queremos ver al Papa!”, gritaban a una sola voz, pero la segunda vuelta a la pista no se concretó.

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