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La fachada blanca con el número 27 en la calle Penitenciaría no tiene ninguna placa que indique su valor histórico; sin embargo, Raúl Cedeño Vanegas describe su casa como el lugar donde se planeó la Revolución Cubana.

Desde un sillón de su sala, Raúl muestra las pertenencias que los líderes de esa lucha dejaron en su hogar a finales de los años 50: camisas, la mochila verde y el recipiente donde bebía mate El Che Guevara, la pijama de Fidel Castro y un capote taurino que Raúl Castro usaba para practicar con los vecinos de la colonia en Balbuena.

Pero no sólo eso, su convivencia con los cubanos fue tal que su madre, Irma Vanegas, decidió bautizarlo con el nombre de un líder de la revolución: Raúl, como el actual presidente de Cuba.

En medio del olor de la tinta de una imprenta con más de medio siglo de existencia y de carteles que anunciaban las funciones de lucha libre, Cedeño Vanegas nació el 11 de mayo de 1956; un mes después, su tío, Arsacio Vanegas, dio asilo a 45 de los 82 exiliados de la República de Cuba en su casa de la colonia Morelos, en el Distrito Federal.

Así, Raúl Castro y María Antonia González, quien fue el vínculo entre la familia Vanegas y los expatriados, apadrinaron al menor en la parroquia de  San Antonio de Padua Tomatlán, ubicada en la calle Bravo, de acuerdo con  la fe de bautizo de Cedeño, cuya copia posee EL UNIVERSAL.

Raúl Cedeño cuenta lo que le han platicado sus familiares sobre la estadía en México de los isleños, sus “horas amargas del exilio, porque salieron huyendo de Cuba” después de que el entonces dictador Fulgencio Batista, quien dio un golpe militar a la isla el 10 de marzo de 1952, les ofreciera una amnistía después de haber sido apresados por atacar los cuarteles  Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

A la par de esos sucesos, en México Arsacio, tío de Raúl, conocido como El Kid Vanegas, se ganaba la vida en los cuadriláteros. Ahí entabló amistad con el matrimonio de su compañero de ring, Dick Medrano, y su esposa cubana, María Antonia González.

Fue  ésta última quien recibió a algunos exiliados en su departamento, pero por el poco espacio no pudieron permanecer ahí; así, María Antonia presentó a Fidel Castro con Arsacio.

En la primera plática que tuvieron durante una caminata por el Monumento a la Revolución, ambos hablaron sobre sus vidas. Fidel se interesó en el taller que Vanegas tenía en casa, herencia de su bisabuelo, el poblano Antonio Vanegas Arroyo, quien se asentó en la capital en 1880 y editó durante 25 años a José Guadalupe Posada.

Ese  oficio  había pasado a  Arsacio, y gracias a ese conocimiento “en la imprenta se hicieron los manifiestos  de la Revolución  que envió Fidel a Cuba” y  unos bonos que se enviaban a EU con la leyenda “Movimiento 26 de Julio”  para recaudar dinero, rememora  el ahijado de Raúl Castro.  Además,  “Arsacio  quedó con Fidel  en  que los iba a preparar físicamente.  Los llevaba al Cerro del Chiquihuite  a caminar  y a subir; también a Chapultepec a remar, y al gimnasio que estaba en Bucareli”.

Cumpliendo  ese compromiso, El Kid entrenó a los cubanos con las técnicas deportivas que conocía, como la lucha cuerpo a cuerpo, que El Che al principio parecía no entender: “El Che le dijo que para qué quería aprender eso si no le iba a servir. Entonces Arsacio le aplicó una llave y le dijo: ‘A ver, záfate’. Guevara no pudo, pero contestó: ‘Ahora comprendo para qué”.

El apoyo de El Kid no se limitó a darles un techo  ni a compartir su sueldo con los 45 que sólo a veces alcanzaba para comer tres veces al día, también levantó la madera que hacía las veces de piso y escondite para las armas. “Quitaron todo para guardarlas, porque la federal andaba tras ellos, pero nunca vinieron porque mi hermana [Joaquina Vanegas] tenía un novio que era agente y él les ayudaba”, cuenta doña Irma, madre de Raúl Cedeño.

Los cinco meses que  los jóvenes cubanos permanecieron en la vivienda de la calle Penitenciaría no sólo fueron estratégicos para regresar a Cuba y culminar su movimiento, también fraternizaron con la familia Vanegas.

“Raúl [Castro] era muy noviero, había ocasiones en que salía en la noche y cuando llegaba Fidel en la madrugada no lo encontraba, entonces preguntaba dónde estaba. Raúl llegaba hasta el otro día, entonces Fidel lo regañaba, le decía que para qué hacía eso y lo castigaba dejándolo que les ayudara [a las hermanas Vanegas] a hacer la comida, a lavar la ropa, pero ellas, las alcahuetas, lo tapaban”, dice Raúl, sonriendo mientras señala a su madre.

El ahijado de Raúl Castro sólo puede repetir lo que sus familiares más cercanos le han contado de las bromas y anécdotas con los personajes de la revolución; sin embargo, ha recibido diversas invitaciones del propio embajador, Dagoberto Rodríguez Barrera, para asistir, como en esta ocasión, a la Cumbre de las Américas.

Raúl Cedeño no pudo asistir porque tiene otras ocupaciones. Respecto a su familia, afirma que siguen predicando los valores del tío Arsacio, quien ayudó a los cubanos por voluntad propia hace 59 años, “sin ningún interés”.

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